Nicolás Andreu (Un pequeño error una gran consecuencia)






UN PEQUEÑO ERROR UNA GRAN CONSECUENCIA

Era un crío normal. Pasé de los pañales a jugar al balón y después comencé mis estudios primarios de la EGB española, todavía franquista, de los últimos suspiros y tiempos agónicos de una dictadura que marcó mis primeros tiempos de infancia. Así se iniciaron mis relaciones con otros niños. Era de los tres primeros de la clase, porque, aun entrando un año antes que los demás a la escuela, ya sabía leer, aunque tenía problemas para la ortografía y la caligrafía. Fue una infancia feliz. Sólo tenía que preocuparme sin esfuerzo de estudiar y jugar mucho y mucho al fútbol, (era el mejor), regateando, agachaba la cabeza y recorría todo el patio hasta la otra portería.

Bueno, ya paso de una infancia inocente y traviesa a las relaciones preadolescentes con adolescentes, pues toda mi peña o mi banda eran normalmente mayores que yo. Incluso cuando entré en la Federación de Fútbol, siempre competí con chicos mayores en edad que la mía. Era un chico tímido y disciplinado, incluso cuando salía a la pizarra en la escuela. “Era una timidez enfermiza”. Empecé muy temprano con los coqueteos con las drogas blandas. Ya a mis 12 años había probado mi primer porro con mis amigos íntimos. Fui consumiendo cada vez más a menudo y siempre con el miedo de ser descubierto por mis padres o por mis hermanos mayores. Conocimos mis amigos y yo a un chico extranjero (francés), que era familiar de unos vecinos de mi pueblo, y él nos introdujo en la semilla del vicio de la droga dura al probar por primera vez con él la heroína. Empezó como un juego, convirtiéndose después en una obligación para obtener placer.

Mis amigos y yo hicimos un vídeo para un amigo para un trabajo de religión que trataba sobre la droga, y se lo hicimos muy bien, pues le dieron la máxima nota. Éramos tres y uno de ellos murió en un accidente trágico. “Fue mi mejor amigo”, el único que he tenido de verdad en la vida. Entonces tenía 17 años. El otro amigo era dos años mayor que nosotros y tuvo que hacer el servicio militar, y, en consecuencia, me quedé solo y enganchado al caballo.

Por entonces mi hermano mayor me veía muy volado, raro y decidió llevarme a un psicólogo, que en realidad era una psicóloga amiga suya, y, al rato de hablar, le conté mi problema. Me descubrí como consumidor de heroína. Cuando sólo había estado enganchado un año.

Empecé mi rehabilitación en el centro “Proyecto Hombre” y fue muy duro, sobre todo, los primeros meses. Físicamente me encontraba cansado y sin energía, sufría dolores de cabeza insoportables. Creía que me espiaban por todos lados, lo que se viene a llamar manía persecutoria, por una falsa fama que yo imaginaba, me hacía estar volado y desquiciado, mostraba un comportamiento nervioso y desconfiado ante los extraños. Con mis padres todo era una pesadilla, me encerraba en mi cuarto, les gritaba y sentía que no me entendían.

Gracias al apoyo recibido de los psicólogos y personal del centro empecé a sentirme mejor conmigo mismo y con los demás, ya no sentía esos impulsos nerviosos y podía charlar con mis padres de manera tranquila.
  

Más tarde comencé a trabajar, porque había dejado de estudiar, y estuve de trabajador eventual un par de años, hasta que entré a trabajar en una empresa de conservas y me hicieron trabajador fijo, en esta empresa trabajé 12 años.

Finalmente me di cuenta que esos días metido en las drogas, me supuso la pérdida de amigos, de mi familia y de un buen futuro, ya que abandoné mis estudios siendo muy joven.


Nicolás Andreu 05/02/2019


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