DESDE
EL OTRO LADO
Hola. De momento no os
diré mi nombre. Bueno, realmente no tiene sentido que os lo diga porque
probablemente al segundo se os habría olvidado. Ya sé que estaréis pensando que
mi vida o los que os cuente de mí os importará un bledo.
En fin. El caso es que
yo trabajo algo más de 10 horas al día, llevo el sueldo a casa y así vamos
manteniendo a la familia. Por cierto, no soy el único de mi familia que
trabaja, ya que mi mujer trabaja cocinando en un restaurante del barrio rico, así
que dentro de lo que cabe tenemos una vida holgada, tal y como están las cosas
aquí.
Lo que más me cuesta es
tener que pasar todas las mañanas por delante del barrio rico de la ciudad. No
soporto ver las mansiones y palacetes que hay allí, palacios de oro en los que
viven vagos redomados, personas que se creen importantes porque tienen el poder
económico y político pero realmente representan lo peor de nuestro país.
Para ver el verdadero
espíritu de trabajo de nuestro pueblo hay que ir a las pequeñas empresas
familiares que siguen adelante por el sacrificio y la entrega de sus
trabajadores, hay que ir a los autónomos que se buscan la vida cada día, que
cada día tienen más difícil conseguir un trabajo. Y mucho más difícil un
trabajo que les sirva para vivir decentemente.
Todas las mañanas paso
por delante de la peluquería de Henry. La semana pasada la policía registró su
minúsculo local dejándolo en la ruina, puesto que, al ver que sus sospechas
eran infundadas y que Henry era perfectamente honrado, para ocultar su fracaso
lo acusaron de disidencia y le cerraron el local. Ahora Henry ha montado de
nuevo su negocio bajo un puente, y no le va tan mal; porque los vecinos le
apoyamos mucho después de que pasara lo que os acabo de contar.
Ahora os hablaré de mi
trabajo. No es un trabajo muy honorable, pero es el que tengo y no puedo
permitirme dejarlo, porque en estos momentos la situación está muy mal.
Realmente, para mí las cosas están bien, económicamente hablando. Pero me duele
ver a mi país, a mis compatriotas, de esta forma. Es repugnante que haya
personas, y cada vez más, que tengan que ir a las estaciones depuradoras y los
manantiales a conseguir agua. Si viviéramos en un pueblo perdido sería normal
ir al manantial. Pero el manantial más cercano está a 7 km. Y si al volver da
la casualidad de que ha habido un apagón, te arriesgas a que, al amparo de la
oscuridad de secuestren, te roben o incluso te maten.
Y esto ocurre en la
capital del país. Imaginad siquiera cómo están viviendo, o mejor dicho
sobreviviendo en los lugares más pobres.
Desde el 2016 la situación no ha hecho más que
empeorar y empeorar. Mi cuñado Tomás y su esposa Lola han tenido que irse de
aquí con sus 4 hijos, mis queridos sobrinillos, porque no aguantaban más.
Después de las Navidades del 2017, despidieron a Tomás de su trabajo como
cajero de supermercado. Esto os impactaría más si os dijera que Tomás ha
estudiado Ingeniería de Telecomunicación en la Universidad de Harvard. Tomás
volvió de EEUU con un gran carrera, le contrató la empresa española Sacyr para
trabajar en obras de canalización de agua, aquí en nuestro país. Pero Sacyr
está saliendo de aquí. La situación económica y social es tan conflictiva que
las grandes empresas están dirigiendo sus inversiones hacia los países vecinos
y están dejando de invertir aquí, porque el futuro de nuestro país no es nada
prometedor.
Todo esto que os estoy
contando es para hablaros ahora de mi trabajo. Todos los días me dirigía a la
Cárcel central del SEBIN. Sólo os diré que desde que el actual gobierno está en
el poder, la gente llama a esta cárcel “La tumba”. Ya os podéis imaginar lo que
sucede aquí con mucha frecuencia. Los inspectores del SEBIN hacen el trabajo
sucio. Yo únicamente vigilo a los prisioneros, o a lo que queda de ellos tras
los interrogatorios.
En realidad hace unos
meses accedí a un puesto superior, se me encargó vigilar a un preso que está en
prisión domiciliaria, pero quería que supierais lo que mis compañeros de
trabajo hacen en “La tumba”, por eso os he contado qué hace el SEBIN. Este
preso es muy difícil de vigilar. Siempre intenta hablar conmigo y con mi
compañero Pedro Luis. Nosotros intentamos ignorarle, pero es difícil. Lo peor
es que casi todo el día está encerrado en su habitación. Tiene llamadas
telefónicas a todas horas. Pero aún es peor el contenido de esas llamadas,
porque lo oigo inevitablemente. Y estoy completamente de acuerdo con él. Pero
si le ayudo, perderé mi empleo y mi familia pasará hambre. Pedro Luis tampoco
ayuda, porque él, al tener a su familia ya en el extranjero, tiene menos
obligaciones y también trata de convencerme de que ayudemos al preso.
El día 29 de abril mi
vida cambió. Mientras yo iba a trabajar por la mañana, las fuerzas de la
oposición llevaron a mi mujer y mis dos hijos a su cuartel general. En cuanto
llegué a la vivienda del preso, Pedro Luis me contó esto que os acabo de decir.
En ese momento, cuando supe que los míos estaban a salvo, acepté la propuesta
de Pedro Luis. Interrumpimos la llamada que el preso atendía en ese momento y
cogimos nuestro coche de policía para, según nos indicó él, puesto que
extrañamente sabía de las intenciones que Pedro Luis tenía de liberarlo, nos
dirigimos a la base militar de La Carlota, a las afueras de la ciudad.
Al llegar a la base nos
recibieron como a héroes. Allí estaba mi familia, mis compañeros de la policía,
mucha gente; todos con banderas y gritando de alegría. Entonces caí en la
cuenta de quién era el preso que llevábamos en el asiento de atrás. En ese
cuerpo casi escuálido, en esa cara sin afeitar, en esas ojeras de no dormir en
una semana le reconocí. Reconocí a Leopoldo López.
Se me llenó el corazón
de alegría cuando el presidente encargado Guaidó, en persona, nos agradeció la
gran labor que habíamos hecho. También nos dijo que esto era sólo el principio.
Que ahora había que luchar por la libertad. Que ahora, por fin, hay que luchar unidos
por una Venezuela libre.
Gonzalo Alonso
Serrano, nº 2, 1º B.
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