Gonzalo Alonso (Desde el otro lado)




DESDE EL OTRO LADO


Hola. De momento no os diré mi nombre. Bueno, realmente no tiene sentido que os lo diga porque probablemente al segundo se os habría olvidado. Ya sé que estaréis pensando que mi vida o los que os cuente de mí os importará un bledo.

En fin. El caso es que yo trabajo algo más de 10 horas al día, llevo el sueldo a casa y así vamos manteniendo a la familia. Por cierto, no soy el único de mi familia que trabaja, ya que mi mujer trabaja cocinando en un restaurante del barrio rico, así que dentro de lo que cabe tenemos una vida holgada, tal y como están las cosas aquí.

Lo que más me cuesta es tener que pasar todas las mañanas por delante del barrio rico de la ciudad. No soporto ver las mansiones y palacetes que hay allí, palacios de oro en los que viven vagos redomados, personas que se creen importantes porque tienen el poder económico y político pero realmente representan lo peor de nuestro país.

Para ver el verdadero espíritu de trabajo de nuestro pueblo hay que ir a las pequeñas empresas familiares que siguen adelante por el sacrificio y la entrega de sus trabajadores, hay que ir a los autónomos que se buscan la vida cada día, que cada día tienen más difícil conseguir un trabajo. Y mucho más difícil un trabajo que les sirva para vivir decentemente.

Todas las mañanas paso por delante de la peluquería de Henry. La semana pasada la policía registró su minúsculo local dejándolo en la ruina, puesto que, al ver que sus sospechas eran infundadas y que Henry era perfectamente honrado, para ocultar su fracaso lo acusaron de disidencia y le cerraron el local. Ahora Henry ha montado de nuevo su negocio bajo un puente, y no le va tan mal; porque los vecinos le apoyamos mucho después de que pasara lo que os acabo de contar.

Ahora os hablaré de mi trabajo. No es un trabajo muy honorable, pero es el que tengo y no puedo permitirme dejarlo, porque en estos momentos la situación está muy mal. Realmente, para mí las cosas están bien, económicamente hablando. Pero me duele ver a mi país, a mis compatriotas, de esta forma. Es repugnante que haya personas, y cada vez más, que tengan que ir a las estaciones depuradoras y los manantiales a conseguir agua. Si viviéramos en un pueblo perdido sería normal ir al manantial. Pero el manantial más cercano está a 7 km. Y si al volver da la casualidad de que ha habido un apagón, te arriesgas a que, al amparo de la oscuridad de secuestren, te roben o incluso te maten.

Y esto ocurre en la capital del país. Imaginad siquiera cómo están viviendo, o mejor dicho sobreviviendo en los lugares más pobres.

 Desde el 2016 la situación no ha hecho más que empeorar y empeorar. Mi cuñado Tomás y su esposa Lola han tenido que irse de aquí con sus 4 hijos, mis queridos sobrinillos, porque no aguantaban más. Después de las Navidades del 2017, despidieron a Tomás de su trabajo como cajero de supermercado. Esto os impactaría más si os dijera que Tomás ha estudiado Ingeniería de Telecomunicación en la Universidad de Harvard. Tomás volvió de EEUU con un gran carrera, le contrató la empresa española Sacyr para trabajar en obras de canalización de agua, aquí en nuestro país. Pero Sacyr está saliendo de aquí. La situación económica y social es tan conflictiva que las grandes empresas están dirigiendo sus inversiones hacia los países vecinos y están dejando de invertir aquí, porque el futuro de nuestro país no es nada prometedor.

Todo esto que os estoy contando es para hablaros ahora de mi trabajo. Todos los días me dirigía a la Cárcel central del SEBIN. Sólo os diré que desde que el actual gobierno está en el poder, la gente llama a esta cárcel “La tumba”. Ya os podéis imaginar lo que sucede aquí con mucha frecuencia. Los inspectores del SEBIN hacen el trabajo sucio. Yo únicamente vigilo a los prisioneros, o a lo que queda de ellos tras los interrogatorios.

En realidad hace unos meses accedí a un puesto superior, se me encargó vigilar a un preso que está en prisión domiciliaria, pero quería que supierais lo que mis compañeros de trabajo hacen en “La tumba”, por eso os he contado qué hace el SEBIN. Este preso es muy difícil de vigilar. Siempre intenta hablar conmigo y con mi compañero Pedro Luis. Nosotros intentamos ignorarle, pero es difícil. Lo peor es que casi todo el día está encerrado en su habitación. Tiene llamadas telefónicas a todas horas. Pero aún es peor el contenido de esas llamadas, porque lo oigo inevitablemente. Y estoy completamente de acuerdo con él. Pero si le ayudo, perderé mi empleo y mi familia pasará hambre. Pedro Luis tampoco ayuda, porque él, al tener a su familia ya en el extranjero, tiene menos obligaciones y también trata de convencerme de que ayudemos al preso.

El día 29 de abril mi vida cambió. Mientras yo iba a trabajar por la mañana, las fuerzas de la oposición llevaron a mi mujer y mis dos hijos a su cuartel general. En cuanto llegué a la vivienda del preso, Pedro Luis me contó esto que os acabo de decir. En ese momento, cuando supe que los míos estaban a salvo, acepté la propuesta de Pedro Luis. Interrumpimos la llamada que el preso atendía en ese momento y cogimos nuestro coche de policía para, según nos indicó él, puesto que extrañamente sabía de las intenciones que Pedro Luis tenía de liberarlo, nos dirigimos a la base militar de La Carlota, a las afueras de la ciudad.

Al llegar a la base nos recibieron como a héroes. Allí estaba mi familia, mis compañeros de la policía, mucha gente; todos con banderas y gritando de alegría. Entonces caí en la cuenta de quién era el preso que llevábamos en el asiento de atrás. En ese cuerpo casi escuálido, en esa cara sin afeitar, en esas ojeras de no dormir en una semana le reconocí. Reconocí a Leopoldo López.

Se me llenó el corazón de alegría cuando el presidente encargado Guaidó, en persona, nos agradeció la gran labor que habíamos hecho. También nos dijo que esto era sólo el principio. Que ahora había que luchar por la libertad. Que ahora, por fin, hay que luchar unidos por una Venezuela libre.


Gonzalo Alonso Serrano, nº 2, 1º B.

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