Pablo de la Nuez (La ciudad dolida)





LA CUIDAD DOLIDA


Para Juan era un domingo muy importante, pues era domingo de Resurrección, y para un creyente como Juan y su familia, es el día en el que Jesús vence a la muerte y resucita entre los muertos. Por eso se puso la alarma bien temprano, pues en un país como Sri Lanka, no hay muchas iglesias cristianas y solo hay misas en ciertos momentos del día.

Cuando se levantó aún no había salido el sol y aunque estaba adormilado consiguió oír a lo lejos la sirena de un camión de bomberos, aunque también podría ser la de una ambulancia o incluso la de un coche de policía. Juan nunca se ha preocupado en distinguir entre los diferentes sonidos estridentes con que la ciudad araña a veces los ventanales de su piso, y a estas horas no tiene el cuerpo ni el ánimo para empezar a hacerlo. Poco a poco, el sonido de la sirena se desvanece y la estancia vuelve a sumirse en el silencio.

Se queda tumbado un rato, quieto, mientras la oscuridad emborrona los contornos de su hogar con implacable parsimonia. Quieto, escuchando apenas el sonido de su propia respiración, meditando y reflexionando sobre su vida y como desde que se convirtió al cristianismo se siente una persona mejor y más autorrealizada. Mientras el esta absorto en sus pensamientos se levanta Lucía su mujer, que le apura a salir de la cama para despertar a sus dos hijos, Paco y María.

Enciende la lámpara de araña del techo y saca del armario su bata, donde encuentra en el bolsillo el cedé que lleva poniendo todos los domingos durante veinte años de matrimonio. Lo introduce en la bandeja del reproductor le da al play.

Se viste y se dispone a preparar el desayuno de toda la familia, porque hoy es un día diferente y toca desayuno especial, para Lucia sus huevos cocidos y para Paco unos huevos revueltos con beicon, los dos se emocionan mucho y le piden que les cuente una historia de cuando él era joven mientras desayunan. A los dos les encantan las historias de su padre y lo miran con asombro y admiración, pues, qué niños de 5 y 6 años no piensan que su padre es un superhéroe.

A Juan le costo mucho negarle a su hija un segundo cuento, sobre todo cuando puso esos morritos acompañado de su cara angelical que parece salida de una serie de dibujos animados. Pero se mantuvo firme y les mandó que se prepararan para salir por la puerta en 5 minutos, pues no quería llegar tarde a misa.

La iglesia no está demasiado lejos y mientras se dan un agradable paseo por las calles de una ciudad que recién se está levantado, aprovecha para relatarles a sus hijos la vida de Jesús. Al llegar a la parte donde Jesús muere por todos nosotros, María se emociona mucho y dice que ella también quiere mucho a Jesús, lo cual arranca una sonrisa de oreja a oreja a su madre y Juan. Al llegar les dice que se arrodillen y se pongan el banco libre que está cerca del cura para que lo puedan oír bien.

Quién le iba a decir a el que estaba mandado a sus hijos al cielo, pues una vez ya en la iglesia de San Antonio de Colombo, en mitad de la homilía, entraron unos hombres corriendo y se pusieron al lado suyo. El solo alcanzó a oír Allahu Akbar antes de perder el conocimiento y ver por última vez esa cara angelical de la pequeña María.

Pablo de la Nuez

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