Eduardo García (El paseo que la dama me enseñó)


EL PASEO QUE LA DAMA ME ENSEÑÓ
Dentro del bar me encontraba solamente yo y tres adolescentes en una mesa aparte. Era de noche y fuera hacía frío en la calle. Yo levanto la      mano para pedir otra bebida para que así se pueda pasar mi noche más amena.

 Mientas el barman me servía la copa, yo apoyé la cabeza en la barra y cerré los ojos por unos escasos segundos. Al levantarme cogí la copa y me la bebí de un trago. Estaba dispuesto a beberme otra cuando me di cuenta de que el barman ya no estaba. Giré la cabeza y los adolescentes tampoco.

En el momento que me hago consciente de que estoy solo en el bar aparece una joven dama. Estaba sentada a mi lado. Era muy bella y elegante, iba vestida con un vestido negro y largo, además llevaba un velo, negro también.

Ella me mira y sonríe, pero yo simplemente le gruño y miro hacia delante. Tras esta reacción ella me dice.

 -Tan gruñón como siempre Arturo. Dice ella.

Sorprendido le pregunto porque se sabe mi nombre, pero ella simplemente coge mi mano y me lleva fuera del bar. Era de día y no era el lugar donde se encontraba el bar. Desorientado le pregunto a ella donde estamos. Ella me mira y señala a un tabuco que se encontraba a pie de calle.

Cuando entramos, el aposento se encontraba en un estado pésimo y se escuchaba en la habitación del fondo a una mujer gritar. Al entrar en dicha habitación vi que era una mujer dando a luz, y la acompañaba una señora mayor. Vi el rostro de la embarazada y lo reconocí, era mi madre. La intenté hablar, pero me di cuenta de que era como si yo fuese un espectro, una simple sombra la cual nadie es capaz de ver ni oír.

Cuando dejé se estar sorprendido por mi estado y situación me di cuenta de la escena.  Efectivamente, estaba presenciando mi propio nacimiento.  Me quedé descolocado, a la vez que asombrado. Le pregunté a la dama que como había conseguido llevarme al pasado, pero ella se quedó muda.

Mientras seguía viendo la escena noto como la dama me coge de la mano y me intenta llevar a otro lugar. Yo intentaba quedarme con mi madre y el bebe, pero había una fuerza en la mujer que me hizo salir de allí. Al salir por la puerta aparecemos en un lugar del que yo ya tenía conocimiento. Era un orfanato, en el que mi madre me abandonó a los diez años.

Ella me quiso llevar dentro del orfanato, aunque yo me resistía por segunda vez. “Para mí esos cuatro años solo fueron nostalgia y soledad. ¡Por favor no me hagas entrar!” le digo a ella, pero aun así esa fuerza me tiró dentro. Me vi a mí, estaba en un despacho . En ese mismo instante aparece un joven matrimonio que me levanta del suelo y me llevan con ellos.

Con un símbolo de alegría recuerdo esa escena. Eran Fernando e Isabel Ruiz cuando me recogieron de la indigencia. Ellos me salvaron del desastre y me dieron hogar, amor y un futuro.  La dama me mira con decepción y enfado. Otra vez en contra de mi voluntad me lleva a otro sitio.

A la parte donde me llevó ya reconocí al segundo, es el bar donde trabajé casi toda mi vida. Era un de los negocios familiares de la familia Ruiz.  Era cuando todavía era joven y estaba de camarero. Me encantaba ese lugar porque así dejaba tiempo para que Isabel se encargase del nuevo bebe y Fernando de la cuadra. En esta escena me encontraba hablando con los cuatro hermanos de la casa del muro.

Recuerdo que esta familia venía en verano y pasarme horas jugando con ellos. También recuerdo que me sorprendía verles todos los años, cada vez más mayores. Para mí era como una metáfora del tiempo y del paso de los años. Parece una chorrada, pero cuando los veía en verano me alegraba mucho de verlos, eran la alegría. Ahora dos de los hermanos con los que solía jugar ya han fallecido. La tradición de esa familia se mantiene, siguen viniendo todos los años ahora con sus hijos y nietos. Aunque ya noes lo mismo.

Tras esta recapacitación la dama me sonrió y me llevó a la casa donde vivía. Esta vez ya no me resistí, sabía que era inútil. En este momento me encontraba arrodillado en la cama de Isabel y su hijo, Julio, él también se encontraba allí. Era el momento en que agonizaba. Es uno de mis más tristes recuerdos.

Tras su muerte Fernando tampoco duró mucho. Un año después falleció y la casa donde yo vivía con ellos se vendió. Y como Julio se mudó a la ciudad, y me abandonó en el pueblo, yo me quedé prácticamente solo. Lo único que me quedaba era el bar.

Años después debido a la despoblación de la zona y a la crisis tuve que cerrar el bar. Y la única manera que encontré para ahogar mis penas fue el alcohol. Empecé a beber todas las noches y pronto se hizo la voz le mi alcoholismo. Me quedé con la fama hasta el fin de mis días.

Por último, la dama me llevó al bar y la noche donde la había conocido. Me senté en el mismo taburete donde empezó el paseo y ahora fue ella la que me habló a mí.

 -Arturo, soy la dama de luto, he venido ha enseñarte tu vida. A lo largo del paseo te he        ido enseñando los acontecimientos mas importantes de tu vida para que te dieses cuenta           de que no fuiste capaz de ser feliz. No fue culpa del resto, sino tuya. Tú fuiste el que no superó los tropiezos de tu vida, y solo los has conseguido apaciguar con la botella. Ahora a llegado tu hora y no hay manera de solucionarlo. No fuiste capaz de apreciar lo que tuviste, ya fuese mucho o poco. 

Tras el pequeño monólogo ella se fue. Yo me levante te la silla con un rostro de desaprobación hacia mi propia persona. Voy caminando hacia delante y me caigo al suelo. La dama tenía razón, era la hora. Mientras estoy tumbado veo que los de la mesa del bar se acercan corriendo a mí y de repente reconocí los ojos de uno de ellos. Eran los mismos que el de un niño del muro. Sabía que no era él, pero sí familiar suyo. Eso me ayudó a descansar en paz.

Eduardo García Noviembre de 2019

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