Enrique Borrego (Coraje y Corazón)


CORAJE Y CORAZÓN

Querido Abuelo:

Gracias por todos los momentos que hemos vivido juntos, gracias por haber estado desde el primer momento a mi lado, pero hoy te quiero dar las gracias por hacerme del Atlético del Madrid, de ese equipo que tanto querías.


Todavía recuerdo cómo en aquel mundial del 2010, un niño que poco sabía de fútbol decidió hacerse del Barça, aunque tú le repitieras mil y una veces: ¡Pero hijo, cómo puedes “ser” de ese equipo viviendo en Madrid!

Y digo “ser” de esa manera porque no descubrí realmente lo que es sentir los colores de un equipo hasta que me llevaste con la Abuela a ver a tu amigo el Vicente Calderón. Intuía que debía ser alguien muy importante para ti, porque estabas más contento de lo usual. Nada más entrar a ese templo al que tanto iba a acabar queriendo con el paso de los años, entendí lo que realmente significa “ser” de un equipo. Madre mía cómo sufrimos y cómo nos reímos con la Abuela, y más aún, cuando veíamos a ese hombre animar con tanta ansia que se le caía la baba. A partir de ese momento Abuelo, aunque no lo sepas, supe que era del Atleti. Porque yo quería perder, ganar, reír y llorar animando al club de mis abuelos.


Recuerdo como si fuera ayer cuando, animado por mamá, decidí contarte que ya no era del Barça, si no del Atleti. No te lo creías, Abuelo. La Abuela estaba muy emocionada pero lo que ninguno de nosotros sabía era cómo a partir de ese momento, nos íbamos a pasar los mejores ratos juntos criticando al Cholo y enfadándonos por que decías que no tenían “ni p… idea”. Abuelito, que sepas que la Abuela me ha contado que aunque te enfadaras y fueras del salón diciendo que nunca los ibas a volver a ver, volvías a la media hora preguntando que cómo iban. A lo que la Abuela te contestaba para chincharte:

-          ¡Pues te has perdido lo mejor!  

Y ya por fin te volvías a sentar. No puedo dejar sin mencionar las infinitas lecciones de vida que me has dado. Cuando salí por primera vez a un torneo de golf, pensando que iba acompañado por el mejor jugador del mundo (tú) y que la Abuela y todos los demás iban a estar esperando deseosos en el hoyo 9, no podía estar más nervioso. Pero ahí estabas tú para bajarme los pies a la Tierra. Para decirme que no era el fin del mundo y que era un simple juego. Y, sobre todo, para hacerme saber que ibas a a estar a mi lado pasase lo que pasase. Abuelo, te tengo que contar que Jaime se pone muy nervioso en todos los campeonatos que disputa, pero, aunque ya no estés, entiende que le ayudas desde algún lugar.

Sé que has dejado un vacío irreparable en todos los que te conocían, pero, Ramoncín (como te dice la Chacha Juani), que sepas que no es tan grande como podemos pensar, porque se rellena con todos los buenos recuerdos que dejaste.


Uno de esos muchos, y no tan bueno, fue cuando supimos que nuestro Atleti ya no iba a jugar nunca más en el Calderón. Me acuerdo perfectamente que estábamos en el salón, todos juntos, cuando anunciaron que La Peineta iba a ser el nuevo estadio. No nos lo podíamos creer. Que el sitio donde había visto mi primer partido de fútbol fuera a ser derruido, era mucho que encajar. Pero bueno, como Mamá siempre dice:

“Vivamos el momento y dejemos que el futuro nos sorprenda”.

Y eso hicimos. Pero el futuro no pintaba tan bueno como los últimos años. Porque, Abuelo, tenías cáncer. Y aunque eso aparentemente sólo nos limitaba el número de abrazos que te podíamos dar y la fuerza de los mismos, te estaba quitando la vida. Aunque ya no estés conmigo, sé que sabías lo mucho que te quise, quiero y querré siempre.

Gracias por hacer el enorme esfuerzo de venir a mi comunión, y de sacar tiempo para poder hablar conmigo siempre. Aunque este relato esté dedicado a ti y a nuestra pasión por el Atleti, creo que la Abuela está muy relacionada. Porque fue ella la que hizo un poco menos amargo tu paso por esa maldita enfermedad, y porque también fue ella la que propuso ir los tres al nuevo estadio cuando te recuperaras. Ese mismo estadio que al principio nos causó cierto sentimiento de miedo y que poco a poco se convirtió en expectación como si de un bebé se tratase.

Abuelo, quiero que tú y todo el mundo que lea este escrito entienda el poder de un sentimiento y estilo de vida como es el Atleti. El día que me dijeron que iba a ir al Wanda por primera vez, me eché a llorar. No entendía por qué no podías estar ahí conmigo, pero me juré a mi mismo vivir ese partido como si fuera el último.

A medida que me voy acercando al nuevo estadio, florecen todos los recuerdos que compartimos. Desde cuando se te cayó el sombrero en el campo de golf y lo perseguimos, hasta las últimas navidades, en las que Jaime y yo te hicimos una entrevista. Desde fuera del Wanda Metropolitano ya se comienza a oír un murmullo de un grupo de locos dispuestos a dejarse voz y alma por un equipo. Sólo unos míseros escalones me separaban del campo. Abuelito, para que te hagas una idea, estaba más nervioso que en aquel torneo de golf en el que me acompañaste. Todavía no había tenido la oportunidad de ver el campo en persona y, cuando lo hice, mi corazón dejó de latir. Abrumador. Ver ese césped tan verde, la bandera asomando como si ella también quisiera ver el partido y la música, hicieron el cóctel perfecto para que no pudiera dejar de llorar.

Tras un partido muy reñido en el que estoy seguro que desde allá donde estés mandaste unos recaditos a El Cholo, llegaba el momento de despedir al máximo referente del Atlético de Madrid, Fernando Torres. Desde chiquitito, ya me enseñabas lo bueno que era ese jugador que todos los equipos querían, y cómo celebrabas sus goles en el mundial.

Llevabas su número en la camiseta de España, tan antigua, que la Abuela nos dijo a todos que era de tu época de jugador con La Selección. Todos tus nietos lo creímos y eso, aunque fuera mentira, me hizo quererte y admirarte más aún si cabe.

Abuelo, tu “machaquito”, como solías llamarme y las 67000 personas que acudieron ese día al nuevo templo, no pudimos contener las lágrimas. Imagino que cada una de esas personas relacionarían las palabras de Torres con sus familiares, amigos… Pero, para mí, ese discurso tan bonito que dio Torres era las palabras exactas que te dedicaría a ti y al Atleti a modo de agradecimiento. La frase que más me marcó y no olvidaré nunca de esos inolvidables 30 minutos fue la siguiente, la cual te dedico:

“Gracias ,abuelo por hacerle el regalo más bonito que se le puede hacer a un nieto, hacerle del Atleti”.
           
Abuelo, jamás encontraré las palabras adecuadas para agradecerte todo lo que has hecho por mí, pero espero que con la oportunidad que me ha brindado este relato, todos puedan hacerse una idea de lo que se puede querer a un equipo y a un abuelo, y la estrecha relación que puede haber entre ellos.

Porque, Abuelito, qué sabrán ellos lo que es animar, qué sabrán ellos lo que es sentir, qué sabrán ellos lo que es sufrir, que sabrán ellos lo que es ser del Atleti.

Enrique Borrego Serrano.   4ºA ESO.    11/19.


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