Íñigo González Rodríguez (La criatura)


LA CRIATURA

La historia empieza aquí, cinco años después de la desaparición de dos españoles en la ciudad de Xi’an, la cual contaba con tres millones de habitantes. Las autoridades de China no pudieron encontrar ninguna pista y mucha gente ya les daba por muertos. Pero lo que nadie sabe es que yo presencié en ese día lluvioso, en esa noche infernal lo que sería el inicio de todas mis pesadillas. Pero para ello hay que remontarse a 2014, el año donde ocurrió todo esto.

Después de haberme jugado todo el curso en junio ya que me habían quedado en la 3ª evaluación matemáticas y otras tres asignaturas más, pude sacarme 4º de la ESO con gran orgullo y satisfacción. Mis padres viendo que mis notas no mejoraban en marzo, ya estaban buscando un internado en donde meterme. No podía pasar dos años encerrado en una cárcel donde sólo había gente que no llegaba ni al tres. Simplemente no estaba hecha para mí.

El verano había llegado y, tras estar dos semanas en mi casa viciándome a la consola o yendo a la piscina a pasar el rato, llegaba mi ansiado viaje a China. Sí, habéis escuchado bien, a China. Ese país tan grande donde hablan un idioma más raro que en el antiguo Egipto y que en vez de utilizar letras para escribir, utilizan una serie de dibujos en el que cada uno de ellos podía ser el equivalente a una sílaba en nuestro idioma. Mis padres desde pequeño me apuntaron a clases de chino ya que decían que estudiar otro idioma a parte del español o inglés me abriría muchas puertas cuando empezase a trabajar. A mí no me gustaba nada, pero como no quería llevarles la contraria y ya había estado estudiándolo bastante tiempo pues decidí continuar.

Ese mismo año, había solicitado una beca para viajar ese verano ya que me parecía una oportunidad increíble para visitar un país tan diferente al nuestro. Bueno, pues como os contaba, me asignaron la beca y el viaje ya había llegado y tenía esos nervios de si me iba a gustar el viaje o si la gente iba a ser maja y eso. Después de una semana allí todo era una pasada. Visitamos todo tipo de calles, fuimos a muchos museos y los amigos que había hecho en tan sólo un par de días ya les consideraba como hermanos.

Pero llegó aquella noche la cual iba a cambiar mi vida por completo. Tras un largo día de visita por la ciudad, llegamos como cada noche al hotel para estar por la recepción un rato y luego irnos ya a nuestras habitaciones. Edu y Jaime, que así es como se llamaban mis colegas, y yo pedimos a los monitores salir del hotel a pasear un rato por las calles de aquella ciudad que, aunque pareciera un sitio normal al que visitar, tenía algunas partes en las que en el momento que te acercabas un poco, ya pensabas en salir e irte lo más lejos posible.

Tras insistir bastante, al final, nos dejaron salir. Anduvimos como pollos si cabeza, no sabiendo a donde ir y guiándonos por la manada de chinos que pasaba por ahí. Llegamos a un supermercado en bastante malas condiciones pero que, debido a nuestra sed, entramos en busca de una bebida refrescante. Tras pagar, seguimos nuestro camino viendo tiendas, restaurantes y poco más. En la vuelta hacia el hotel, decidimos hacer un giro a la izquierda que daba a una calle deshabitada y en la que solo había un salón de juegos. Nos aburríamos demasiado y pasar por aquella calle pensábamos que daría un toque de aventura a nuestro paseo.

Al entrar en la calle, me vino un olor a suciedad que hoy en día sigo recordando como uno de los peores olores que jamás haya podido oler. Aun así, nos adentramos en aquel camino. Fruto de nuestra curiosidad, seguimos andando hasta llegar a una calle sin salida. Ya eran las once pasadas y sabíamos que, si no regresábamos lo antes posible, la bronca que nos caería sería monumental. Dimos media vuelta y empezamos a volver por donde vinimos. Pero un sonido espeluznante nos revolvió el estómago y, por consiguiente, nos giramos rápidamente. Recuerdo el doloroso pisotón que me dio Edu tras el giro rápido.

Al fondo de aquel “cul de sac” podíamos observar una figura negra que nos miraba fijamente y que no podíamos distinguir si era una persona o algo nunca visto. Volvió a realizar ese sonido que había sido fruto de nuestra reacción instantánea. Y esta vez fue el doble de fuerte por lo que los tres nos quedamos paralizados viendo como aquel abominable monstruo, si se podía decir, se acercaba lentamente sabiendo que no podíamos escapar y que seríamos su siguiente presa. A tan sólo diez metros de distancia, Jaime realizó un movimiento extraño que hoy en día me sigo sin explicar. Aquella criatura extraña tornó su cabeza y se dirigió hacia él con pasos acelerados.

Mientras se acercaba, pudimos observar con más detenimiento de qué estaba formada aquella cosa. Medía unos dos metros y su cuerpo tenía una cabeza con dos ojos, nariz y boca, pero con una lengua más larga que medía lo mismo que un brazo. El tronco y piernas no eran muy diferentes al de un humano, pero, a diferencia de nosotros, estaban cubiertos por una capa viscosa y negra que daba bastante asco. Al estar a la altura de un metro, alzó su cabeza hacia Jaime, abrió su boca de tal forma que podía entrar una persona y engulló su cabeza de un mordisco. Toda la sangre derramada del cuerpo del muerto llegó hasta mis pies, sabiendo lo que nos esperaba a mí y a Edu.

Armándonos de valor, salimos corriendo sin dudar que nuestra vida estaba en juego. El monstruo nos persiguió con sus grandes zancadas lo que hizo que en menos de dos segundos estuviera a punto de cogernos. Como yo era más rápido que Edu, esto me benefició y me dio la ventaja suficiente para que aquella cosa no pudiera alcanzarme. Por desgracia, Edu no tuvo tanta suerte y la mano de la criatura cogió el pie de este lo cual hizo que se cayera. No sé por qué me paré en aquel momento, pero lo que vi fue tan aterrador que mi corazón casi se paró. El cuerpo de Edu desapareció en un instante y, después de que el monstruo engullera el último bocado, me miró y vi en su mirada el mal y el infierno. Sabía que me iba a escapar. Pero lo que yo no sabía es que aquella cosa iba a aparecer en cada sueño, cada noche esperando el momento en el que me agarraría y me comería como hizo con mis compañeros. No supe como pude llegar al hotel ya que mis fuerzas se habían agotado en la carrera de vuelta. Me preguntaron que dónde estaban mis colegas y dije que no sabía, que les había perdido tras quedarme en aquel supermercado eligiendo la bebida. Como los monitores veían que ninguno de ellos llegaba, empezaron a preocuparse y esto desembocó en lo que vivo actualmente.

Sé que actué como un cobarde, pero si les hubiera contado la verdad, nadie me hubiera creído. Hoy en día sigo teniendo la misma pesadilla. La criatura se me aparece y del miedo que tengo sigo sin armarme con el valor suficiente para relatar lo que aquella noche ocurrió y que sólo mis ojos pudieron ver.

Íñigo González Rodríguez
1º Bachillerato A
Noviembre 2019

Comentarios