Allí estaba yo
escapando del peligro que invadía mi ser: mis piernas frágiles eran incapaces
de moverse, estaban atrapadas bajo un ser tan abstracto como el cerebro. Mi
cara pálida ante el miedo al que me estaba enfrentando. Las gotas frías
recorrían mi cara, mis pies se entumecían debajo de la sábana, percibía cómo el
miedo se estaba apoderando de mí, mi alma había perdido el combate. Sólo ante
el gran gigante que siempre está ahí y nos vence día tras día.
Yo, Alfred Rudiger,
ingeniero industrial de treinta y cinco años, fundador de la empresa “FOR EVER
RUSIA”, estoy siendo sometido a un régimen en el cual cada día me enfrento a
infravalorar mi esfuerzo. La muerte de mi hija ha hecho que se desvanezca mi
alma, pero de verdad pienso si son más importantes los principios o el amor.
Muchas personas trabajadoras están siendo sometidas al régimen estatal, oprimidos
por las estructuras de siempre, quien tiene empresas y cobra mucho dinero tiene
que pagar una gran parte de su dinero al Estado para que luego éste lo reparta
entre las personas que no trabajan y no se han esforzado en nada en la vida
para que se puedan alimentar. Por ello he creado un comité llamado: “LO JUSTO”,
en el cual estamos organizando una rebelión pacífica. Mi conciencia le da
vueltas a esta cuestión todos los días, pero sigo creyendo que para ser una
figura importante en la sociedad y aparecer en la historia de la humanidad eran
más importantes los principios que la vida, mi hija era lo mejor que me había
pasado en la vida pero este retraso empresarial y decadencia económica había
que solucionarlo de una vez por todas.
El Estado estaba siendo
gobernado por Vladímir Lenin y sus consejeros que, gracias a veces también con
la gran aportación de nuestro dinero, celebran fiestas y se compran grandes
palacios a lo largo de todo el globo. Esta ausencia tan grave de los derechos
fundamentales de los empresarios no puede seguir creciendo. Ferrano Varmolenko
segundo cabecilla del comité se va a infiltrar en el palacio residencial del
líder ruso Lenin y va intentar poner una bomba dentro del palacio que ponga fin
al régimen comunista y que deje que Rusia crezca económicamente y que sea
relevante en los mercados internacionales. Ya
hemos tenido bastante. El día de la infiltración será el martes 8 de
octubre de 1924, y he decidido acompañar a mi amigo Ferrano. Hemos preparado un
plan inteligente, pues las demás personas del comité que han estado apoyándonos
durante mucho tiempo, estarán en la retaguardia y nos esperaran en unas
motocicletas donde, si la vida y los principios van conjuntamente de la mano,
podremos escapar.
Las horas previas al
asalto fueron las más intensas de toda mi vida: mi cerebro estaba bloqueado, no
podía dejar de pensar en el porqué de lo que íbamos a hacer. Sin embargo, mi alma no dejaba de pensar en mi hija y de lo
que le habían hecho esos canallas. En ese conflicto interior me dispuse a
prepararme con los atuendos más apropiados para el acto: un esmoquin con unos
zapatos de la única empresa artesana que había sobrevivido a la terrible
gestión del régimen, pues teníamos que ir vestidos de la forma más elegante
posible ya que el gobierno aun siendo comunista y revolucionario, nunca impidió
que los lujos siempre se encontraran presentes en su forma de vida. Ya estaba
preparado para hacer lo que hace mucho tiempo era posible, pero ahora era
imposible, ya que el miedo surge cuando lo afrontas no cuando estas lejos de
afrontarlo.
Cuando llegué, mi amigo
ya me estaba esperando en los jardines del inmenso palacio que se nos imponía
en frente: estábamos listos para lo que se nos venía encima. En las puertas del
palacio nos esperaban dos hombres de seguridad que, a primera vista, parecían
personas con bastante fuerza, pero en cuanto entablamos una conversación con
ellos su inteligencia y sentido común dejaban mucho que desear, quién podría
ser más astuto que un empresario. Finalmente, les pudimos convencer diciéndoles
que éramos unos camareros extras para cubrir el banquete de esa noche, lo malo
fue infiltrar el maletín que era el arma clave para lo que iba a acontecer esa
noche. Al final, pudimos infiltrarlo ya que les dijimos a los dos hombres que
era el ingrediente clave para la cena de esa noche y que desvelarlo sería
fastidiar la sorpresa a los invitados. Ya estábamos dentro, ya sólo había que
colocar la bomba en el mejor sitio posible para que no pudiera ser vista por los
invitados y los miembros de seguridad de Lenin. Mi gloria estaba cerca, pero mi
muerte también, mi corazón latía con tanta fuerza que en cualquier instante podría
salir de mi cuerpo. Mi hija estaba por momentos cerca de darme la mano otra vez
pero resistía por ella y por toda la humanidad, cada paso era un instante menos
en tu vida. Mi amigo y yo habíamos encontrado el lugar perfecto detrás de un
cuadro de la bandera de la URSS para que, si llegaba a ocurrir nuestro golpe,
éste fuera entendido por el pueblo ruso y, por ello, en ese lugar colocamos finalmente el
explosivo, pero al darnos la vuelta sentimos cómo dos balas de un arma blanca
nos atravesaban las entrañas de nuestro corazón.
Nuestro golpe, a ese que habíamos dedicado gran parte de
nuestra vida se desvanecía, como nuestro esfuerzo se transformaba en dolor y
nuestra vida en melancolía. Al menos mi hija me estaba esperando al fondo del
camino.
Madrid,
31 de octubre de 2019
Javier
Rodriguez Sanz, 4º ESO “E”
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