Javier RodrÍguez (El Miedo por la Libertad)



EL MIEDO POR LA LIBERTAD


Allí estaba yo escapando del peligro que invadía mi ser: mis piernas frágiles eran incapaces de moverse, estaban atrapadas bajo un ser tan abstracto como el cerebro. Mi cara pálida ante el miedo al que me estaba enfrentando. Las gotas frías recorrían mi cara, mis pies se entumecían debajo de la sábana, percibía cómo el miedo se estaba apoderando de mí, mi alma había perdido el combate. Sólo ante el gran gigante que siempre está ahí y nos vence día tras día.

Yo, Alfred Rudiger, ingeniero industrial de treinta y cinco años, fundador de la empresa “FOR EVER RUSIA”, estoy siendo sometido a un régimen en el cual cada día me enfrento a infravalorar mi esfuerzo. La muerte de mi hija ha hecho que se desvanezca mi alma, pero de verdad pienso si son más importantes los principios o el amor. Muchas personas trabajadoras están siendo sometidas al régimen estatal, oprimidos por las estructuras de siempre, quien tiene empresas y cobra mucho dinero tiene que pagar una gran parte de su dinero al Estado para que luego éste lo reparta entre las personas que no trabajan y no se han esforzado en nada en la vida para que se puedan alimentar. Por ello he creado un comité llamado: “LO JUSTO”, en el cual estamos organizando una rebelión pacífica. Mi conciencia le da vueltas a esta cuestión todos los días, pero sigo creyendo que para ser una figura importante en la sociedad y aparecer en la historia de la humanidad eran más importantes los principios que la vida, mi hija era lo mejor que me había pasado en la vida pero este retraso empresarial y decadencia económica había que solucionarlo de una vez por todas.

El Estado estaba siendo gobernado por Vladímir Lenin y sus consejeros que, gracias a veces también con la gran aportación de nuestro dinero, celebran fiestas y se compran grandes palacios a lo largo de todo el globo. Esta ausencia tan grave de los derechos fundamentales de los empresarios no puede seguir creciendo. Ferrano Varmolenko segundo cabecilla del comité se va a infiltrar en el palacio residencial del líder ruso Lenin y va intentar poner una bomba dentro del palacio que ponga fin al régimen comunista y que deje que Rusia crezca económicamente y que sea relevante en los mercados internacionales. Ya  hemos tenido bastante. El día de la infiltración será el martes 8 de octubre de 1924, y he decidido acompañar a mi amigo Ferrano. Hemos preparado un plan inteligente, pues las demás personas del comité que han estado apoyándonos durante mucho tiempo, estarán en la retaguardia y nos esperaran en unas motocicletas donde, si la vida y los principios van conjuntamente de la mano, podremos escapar.

Las horas previas al asalto fueron las más intensas de toda mi vida: mi cerebro estaba bloqueado, no podía dejar de pensar en el porqué de lo que íbamos a hacer. Sin embargo,  mi alma no dejaba de pensar en mi hija y de lo que le habían hecho esos canallas. En ese conflicto interior me dispuse a prepararme con los atuendos más apropiados para el acto: un esmoquin con unos zapatos de la única empresa artesana que había sobrevivido a la terrible gestión del régimen, pues teníamos que ir vestidos de la forma más elegante posible ya que el gobierno aun siendo comunista y revolucionario, nunca impidió que los lujos siempre se encontraran presentes en su forma de vida. Ya estaba preparado para hacer lo que hace mucho tiempo era posible, pero ahora era imposible, ya que el miedo surge cuando lo afrontas no cuando estas lejos de afrontarlo.

Cuando llegué, mi amigo ya me estaba esperando en los jardines del inmenso palacio que se nos imponía en frente: estábamos listos para lo que se nos venía encima. En las puertas del palacio nos esperaban dos hombres de seguridad que, a primera vista, parecían personas con bastante fuerza, pero en cuanto entablamos una conversación con ellos su inteligencia y sentido común dejaban mucho que desear, quién podría ser más astuto que un empresario. Finalmente, les pudimos convencer diciéndoles que éramos unos camareros extras para cubrir el banquete de esa noche, lo malo fue infiltrar el maletín que era el arma clave para lo que iba a acontecer esa noche. Al final, pudimos infiltrarlo ya que les dijimos a los dos hombres que era el ingrediente clave para la cena de esa noche y que desvelarlo sería fastidiar la sorpresa a los invitados. Ya estábamos dentro, ya sólo había que colocar la bomba en el mejor sitio posible para que no pudiera ser vista por los invitados y los miembros de seguridad de Lenin. Mi gloria estaba cerca, pero mi muerte también, mi corazón latía con tanta fuerza que en cualquier instante podría salir de mi cuerpo. Mi hija estaba por momentos cerca de darme la mano otra vez pero resistía por ella y por toda la humanidad, cada paso era un instante menos en tu vida. Mi amigo y yo habíamos encontrado el lugar perfecto detrás de un cuadro de la bandera de la URSS para que, si llegaba a ocurrir nuestro golpe, éste fuera entendido por el pueblo ruso y, por ello,  en ese lugar colocamos finalmente el explosivo, pero al darnos la vuelta sentimos cómo dos balas de un arma blanca nos atravesaban las entrañas de nuestro corazón.

Nuestro golpe,  a ese que habíamos dedicado gran parte de nuestra vida se desvanecía, como nuestro esfuerzo se transformaba en dolor y nuestra vida en melancolía. Al menos mi hija me estaba esperando al fondo del camino.

                                                           Madrid, 31 de octubre de 2019
                                                           Javier Rodriguez Sanz, 4º ESO “E”

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