Relato del día a día.
Yo, con casi 17 años,
siento que merezco libertad para tomar mis decisiones, actuar según mi
criterio, y ordenar mi vida para ser tan feliz como yo quiero ser.
Mis padres, creo yo,
entienden la necesaria libertad que reclamo, pero se han empeñado en
practicarla como “libertad vigilada”. Eso a veces, no es libertad, creo yo. Pero
si me opongo entramos en caminos peligrosos, que no traen sino recortes y malos
rollos.
Sí, empezamos con lo de
que “la libertad de uno acaba donde empieza la del otro”. Lo entiendo a medias.
También, que “la libertad es responsabilidad”, y empezamos con la
responsabilidad…. que me pesa como a un preso la condena.
Es cierto que cada vez
soy responsable de más cosas en mi casa, en el colegio, y también conmigo
mismo. Cada día tomo más decisiones lejos de mi casa, del colegio y, de verdad,
que no es tan fácil ser mayor. Por suerte, o no, noto que mis padres se fían de
mí. Confían en mí, y esto, a veces, hace las cosas más difíciles.
Mi relato quiere contar
mi día a día, de un día cualquiera. Está lleno de retos, de buenos momentos y
de pesadillas.
La primera pesadilla es
levantarse, bien de noche, y prepararse para el cole. No llegar tarde, ir bien
desayunado, no olvidarme deporte, piscina, libros y deberes. Ser mayor mola,
pero ¡antes me lo preparaba todo mi madre!
Al colegio suelo ir en
coche con mi madre o mi padre. Es un buen ratito para empezar el día, poco a
poco, con música, hablando de nuestras cosas, compartir la suerte que podemos
tener en este día, nuevo para todos.
Después de las clases,
vuelo a casa en metro. Aquí noto que ya soy mayor, y mejor no andar con
tonterías que me las tengo que arreglar yo solo. El trayecto a veces lo hago
con amigos, otras veces yo solo. Tengo que hacer un trasbordo en Plaza
Castilla. Ver, observar y pensar. La de tipos de gentes y circunstancias que
parece que estamos viviendo en el mismo mundo. Uf, mido más de 1,80 cm, y me siento tan pequeño. Colores, canciones,
olores, gente mucha gente. Y al final, quedamos casi los mismos y nos
reconocemos sin conocernos.
En el colegio me he
concentrado a tope, me he reído mucho, he salido del patio, y me he sentido
otra vez mayor de verdad. La calle Padre Damián, que yo llegué a pensar si
sería un padre agustino del colegio,
vivo y dando clases pero con calle a su nombre por su buen hacer, es siempre
más interesante que el patio, lleno de niños jugando y dando patadas a balones.
No hace tanto tiempo
que yo deseaba el balón más que cualquier otra cosa en el cole. Y ahora, a
cuestas con la libertad actual, prefiero andar a mi aire por la calle, como si
no tuviera más obligación que andar por ahí.
Dejando a un lado, las
asignaturas y materias del colegio porque sino este relato sería propio de los mismísimos
exámenes de evaluación, tengo que reconocer que el cole tiene sus cosas buenas,
los amigos, los buenos ratos, las excursiones, algunos momentos con los profesores y la sensación de
sentirte miembro de un equipo, con el que merece la pena pelear y ganar.
No quiero pasar por
alto las pesadillas y latosas obligaciones diarias a que nos somete el colegio.
Pero en eso también siento libertad, responsabilidad y pereza, no nos
engañemos. ¡Donde esté una buena partida a los videojuegos!
Cuando me pongo a
escribir sobre lo que transcurre en mi día a día, me pongo a pensar en todo y
acabo valorando esa “libertad vigilada”.
Cuanto más escribo y
reflexiono me doy cuenta que en mi día a día, he notado tener más libertad. No
lo veo todo más fácil, ni tan siquiera mejor, pero no volvería a tener menos de
16 años. Al contrario, estoy deseando cumplir los 17 y luego 18, y tener cada
día más cuota de “libertad” y menos de “vigilada”.
Miguel Artuñedo
Caballud1Bachillerato A Octubre 2019
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