Miguel Artuñedo (Libertad vigilada)


LIBERTAD VIGILADA

Relato del día a día.

Yo, con casi 17 años, siento que merezco libertad para tomar mis decisiones, actuar según mi criterio, y ordenar mi vida para ser tan feliz como yo quiero ser.

Mis padres, creo yo, entienden la necesaria libertad que reclamo, pero se han empeñado en practicarla como “libertad vigilada”. Eso a veces, no es libertad, creo yo. Pero si me opongo entramos en caminos peligrosos, que no traen sino recortes y malos rollos.

Sí, empezamos con lo de que “la libertad de uno acaba donde empieza la del otro”. Lo entiendo a medias. También, que “la libertad es responsabilidad”, y empezamos con la responsabilidad…. que me pesa como a un preso la condena.

Es cierto que cada vez soy responsable de más cosas en mi casa, en el colegio, y también conmigo mismo. Cada día tomo más decisiones lejos de mi casa, del colegio y, de verdad, que no es tan fácil ser mayor. Por suerte, o no, noto que mis padres se fían de mí. Confían en mí, y esto, a veces, hace las cosas más difíciles.

Mi relato quiere contar mi día a día, de un día cualquiera. Está lleno de retos, de buenos momentos y de pesadillas.

La primera pesadilla es levantarse, bien de noche, y prepararse para el cole. No llegar tarde, ir bien desayunado, no olvidarme deporte, piscina, libros y deberes. Ser mayor mola, pero ¡antes me lo preparaba todo mi madre!

Al colegio suelo ir en coche con mi madre o mi padre. Es un buen ratito para empezar el día, poco a poco, con música, hablando de nuestras cosas, compartir la suerte que podemos tener en este día, nuevo para todos.

Después de las clases, vuelo a casa en metro. Aquí noto que ya soy mayor, y mejor no andar con tonterías que me las tengo que arreglar yo solo. El trayecto a veces lo hago con amigos, otras veces yo solo. Tengo que hacer un trasbordo en Plaza Castilla. Ver, observar y pensar. La de tipos de gentes y circunstancias que parece que estamos viviendo en el mismo mundo. Uf, mido más de 1,80 cm,  y me siento tan pequeño. Colores, canciones, olores, gente mucha gente. Y al final, quedamos casi los mismos y nos reconocemos sin conocernos.

En el colegio me he concentrado a tope, me he reído mucho, he salido del patio, y me he sentido otra vez mayor de verdad. La calle Padre Damián, que yo llegué a pensar si sería un padre  agustino del colegio, vivo y dando clases pero con calle a su nombre por su buen hacer, es siempre más interesante que el patio, lleno de niños jugando y dando patadas a balones.

No hace tanto tiempo que yo deseaba el balón más que cualquier otra cosa en el cole. Y ahora, a cuestas con la libertad actual, prefiero andar a mi aire por la calle, como si no tuviera más obligación que andar por ahí. 
Dejando a un lado, las asignaturas y materias del colegio porque sino este relato sería propio de los mismísimos exámenes de evaluación, tengo que reconocer que el cole tiene sus cosas buenas, los amigos, los buenos ratos, las excursiones, algunos  momentos con los profesores y la sensación de sentirte miembro de un equipo, con el que merece la pena pelear y ganar.

No quiero pasar por alto las pesadillas y latosas obligaciones diarias a que nos somete el colegio. Pero en eso también siento libertad, responsabilidad y pereza, no nos engañemos. ¡Donde esté una buena partida a los videojuegos!

Cuando me pongo a escribir sobre lo que transcurre en mi día a día, me pongo a pensar en todo y acabo valorando esa “libertad vigilada”.

Cuanto más escribo y reflexiono me doy cuenta que en mi día a día, he notado tener más libertad. No lo veo todo más fácil, ni tan siquiera mejor, pero no volvería a tener menos de 16 años. Al contrario, estoy deseando cumplir los 17 y luego 18, y tener cada día más cuota de “libertad” y menos de “vigilada”.

Miguel Artuñedo Caballud1Bachillerato A Octubre 2019

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