Candela Banderas (En blanco)




ESTE ES MI SUEÑO

Cada vez me duelen más las piernas, los brazos, la cabeza y sobre todo el corazón. Sigo sin entender como niños como tú y como yo pueden tener en esos diminutos ojos llenos de alegría y hermosura una vida tan dura, perdida y sin color.


Cada mañana abro los ojos, la ventana y respiro. Con mi mirada puedo ver que mi tierra está teñida de rojo y hay mucho humo, los pocos edificios que quedan en pié lucen con un color negro dado por el humo que se respira en las calles, las llanuras que podía alcanzar a ver ya no eran iguales; antes se veían enormes olivos que transmitían un tono diferente haciendo contraste con el marrón de la arena y el azul del mar Mediterráneo. Si esfuerzo la vista un poco más puedo llegar a ver un gran muro, lleno de pintadas que expresan libertad, un derecho que ya no existe entre estas paredes.


Decido bajar a desayunar, mi madre Waffa y mi hermano Musa están escuchando la radio. De repente una lágrima rueda por el rostro de mi mamá. En ese momento no sé ni yo lo que pasa pero la pena y el dolor que siento al ver que mi familia está sufriendo hace que acompañe entre llanto y llanto a mi pilar en la vida. Esa noche el ejército contrario destruyó nuestra mezquita, bombardeó lo que para nosotros son los pulmones, la sangre, el corazón y hasta última vena de nuestro cuerpo. En ese mismo momento comenzaría mi propia lucha, el momento en el que una niña demostraría al mundo que la libertad del pueblo Palestino es posible y gritaría desde la ruina más alta que la sangre de los niños de Gaza es la sangre de los niños del mundo.


Al día siguiente desperté con una fatiga en el pecho, tenía un hormigueo muy raro que me recorría todas las extremidades, me costaba respirar pero eso yo sabía que era un síntoma de que estaba nerviosa. Tomé el camino de siempre para ir a la escuela. Por suerte estaba cerca de mi casa y mi padre Omar nos podía acompañar. Cuando entré por la puerta de mi clase vi que cada vez había menos gente, los asientos estaban vacíos, algunas de mis amigas decidieron ayudar a sus familias trabajando en el campo para poder comprar medicinas para los familiares enfermos y por eso dejaron el colegio. Mi profesora de historia, la señorita Aaminah nos enseño una imagen que me conmovió y una gran energía me poseyó. No se de que época sería, pero era una mujer muy bella, con una mirada de guerrera que portaba una bandera muy grande, creo que era la bandera de Francia, y tras ella había un pueblo quemado y destruido. Le pregunté a mi profe, me dijo que ese hermoso cuadro se llamaba La Libertad Guiando al Pueblo y representaba la liberación del pueblo francés.


Regresando a mi casa de la escuela tomé el mismo camino, iba pensando en ese cuadro. Me imaginé que a lo mejor en algún momento alguien podría hacer eso mismo. Al girar la calle encontré un cuerpo acostado sobre la tierra. No podía reconocer quién era, estaba envuelto entre mantas. No sabía si acercarme, di un par de pasos lentos, tomé aire y de pronto un grito me paralizó. ¡Nur!, gritó mi madre y corriendo hacia mí llena de sangre me apartó del cadáver. Yo opuse resistencia, sabía que era un ser al que yo amaba y todavía no había visto quién era. Aparté un par de trapos de encima de su cuerpo, descubrí su rostro y me di cuenta de que aquella persona que yacía muerta y ensangrentada era la persona más importante de mi vida, que gracias a él no estaría hoy aquí y no sería quien soy. Toda mi familia estaba al rededor, no podían creer que mi padre hubiese perdido la vida por un disparo en el corazón a manos de un enemigo del pueblo. Llegué a mi casa, no tenía ni fuerzas para caminar pero ya se hacía de noche y por seguridad teníamos que estar protegidos. Seguía con los dedos llenos de sangre seca así que me lavé las manos, me miré en el espejo y con todo el dolor de mi corazón no pude resistir los llantos y gritos de rabia y dolor que sentía al haber perdido a mi padre debido a las injusticias y a las perversidades que se comenten hoy día en este mundo.


Fueron pasando los días, cada vez más complicados, cada noche el ejército capturaba y disparaba a familias enteras, el cielo eran resplandores naranjas que se mezclaban con los diamantes del fondo azul oscuro. Ya no podíamos ir a clase, habían destruido los colegios y los hospitales. Cuando salía a la calle veía sangre, cuerpos amontonados en furgones como si fuesen trapos, escuchaba gritos, disparos y bombas. Ya no podíamos más, la vida era un sufrimiento, yo pensaba y daba vueltas en mi cabeza al porque hemos tenido la desgracia de vivir aquí, en un país oprimido y bajo las órdenes de nuestros vecinos los cuales pasaron por las mismas atrocidades a mediados del siglo. No era justo, simplemente quería vivir sin miedo.


Durante este tiempo conocí a una chica de mi edad, tenia 15 años y todas las mañanas la veía junto a un tanque del ejército del Mossad. La vi discutir con un soldado, la muchacha tenía carácter, tenía mano dura. Aproveché a que se estaba alejando del hombre armado y me paré a hablar con ella. Cada palabra que largaba por su boca me dejaba anonadada, tenía las ideas muy claras, sabía que no era justo, no era humano, era un genocidio contra la humanidad el cual todo el mundo pasaba por alto. Seguí conversando con ella, me confesó que no era palestina, que ella nació en Tel Aviv pero su padre, el hombre con el que conversaba o mas bien discutía, era soldado israelí y que le trasladaron para ser uno de los altos cargos que controlase la frontera de Gaza. Me resultaba raro todo esto pero en realidad no todos los israelitas eran los que torturaban a mi pueblo, sino era el gobierno quien usaba al ejercito de títere.


Era 28 de noviembre, el sol caía, estaba a punto de desaparecer, había quedado con Ashna, después de tanto tiempo la quería como una hermana. Me dijo que quedásemos en una calle que daba directamente a la frontera con Israel. No sabía para que me convocaba allí, en verdad tenía miedo, no sabía que estaba pasando, para mi era muy peligroso como mujer y palestina. De pronto escuché pasos, parecía que era un gran grupo de gente. Yo no sabía que pensar, si creer que todo eso era una trampa para poder capturar a mi familia o era un registro nocturno del ejercito. Giré la vista lentamente pensando que podía llegar a pasar desapercibida. Miré al suelo y vi unos zapatitos rojos, parecían de una niña pequeña. Yo cada vez mas extrañada me levanté, miré hacia arriba y comencé a ver una calle plagada de niños y niñas. Llevaban antorchas, banderas flameantes sobre sus diminutas cabezas y de fondo tarareaban una melodía hermosa. Ashna me miró, asintió y dijo que ese era nuestro momento, el día en el que los niños árabes y judíos uniesen sus fuerzas y demostrasen al mundo que daba igual la edad, el pasado de cada uno, de donde vienes o a donde vas, lo importante era que todos estábamos en este mundo compartiendo cada gota de aire.
Me conmovió ver a tantas personas de nuestra edad juntas por una misma causa. En ese momento cada lagrima era felicidad, alegría, orgullo, sentimientos que nunca con mi edad había encontrado. Estaba orgullosa de ser quien era, de ser la persona luchadora en la que me había convertido, a mi lado tenía cientos de personas que me apoyaban y que reunidos aquella noche entre bombas y disparos organizaron el mayor resplandor de luz jamás visto por los humanos. Se vería desde el cielo, desde el espacio, desde cada planeta satélite o estrella que forma este universo. Lo verían los televisores de todo el mundo: Argentina, Estados Unidos, España, Etiopía y Japón, ese día sería recordado por todas las almas conjuntas de esta galaxia; y no, no me refiero a un enorme incendio.


Amaneció, ese día, 29 de noviembre. El sol brillaba más que nunca. Abrí los ojos y la ventana, respiré y en vez de ver todo sin color, pude diferenciar perfectamente cada mosaico que formaban los edificios en la frontera, los árboles estaban recobrando sus colores, podíamos ver cada color de nuestras tierras. Escuchamos al panadero ofreciendo pan a nuestras abuelas, al camión del trigo que pasaba todas las mañanas y el llamado a la oración.
Yo respiré, tomé el aire profundo, cogí fuerzas y junto a Ashna subimos la ladera que hacía de frontera con nuestros países. Tomamos en nuestras manos las banderas, nos seguían todos los niños y niñas, nos acompañaban madres y abuelas, mujeres de soldados que luchaban en la guerra, dimos todos un grito al cielo azul y clavamos con todas nuestras fuerzas las banderas de paz de nuestros pueblos. En ese momento en lo más alto de la montaña brillaba el sol, bailamos, cantamos, nos reímos y lloramos. Recordamos a todos los seres queridos que perdieron la vida, nos abrazamos y nos besamos. Podíamos decir que ese 29 de noviembre si hizo la paz entre Palestina e Israel.


Hoy no se que día será, ni quien estará leyendo esta historia, pero espero que la persona que este fijando cada imagen que he intentado plasmar en este relato pueda entender cual es la vida que viven miles de personas en el mundo. Tras tanto tiempo que he vivido luchando por los derechos humanos llegó el momento de mi despedida. No estoy ahí junto a ustedes porque partí haciendo lo que más quise. Demostrando al mundo que mas allá de sus fronteras hay vida y esa vida hay que respetarla. Tengan claro que este mundo funciona así. Llevamos cometiendo las mismas barbaries durante siglos y siglos y sí, el ser humano puede ser muy prodigioso y un ser con razón e intelecto, pero el mayor error que tenemos es que tropezamos con la misma piedra con la que nos caímos miles de veces.


Espero que esta historia llene de motivación a personas que llegan a este planeta con la intención de cambiarlo y dejar un legado que cambie el curso del mundo. Sean capaces de coger la mano de su mayor enemigo, de su vecino, de sus padres, hermanos y amigos, sean capaces de coger vuestra propia mano y hacer una cadena que cambie el mundo.


Candela Banderas Villafañe-Casal
1º bachillerato A
2 de febrero de 2020

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