Íñigo González Rodríguez (Un futuro no tan lejano)




UN FUTURO NO TAN LEJANO


5 de la mañana, me desperté entre terribles punzadas en el estómago y fuertes dolores de cabeza intenté volverme a dormir, pero el dolor era inaguantable. Decidí salir a la calle para despejarme un poco, una vez que empecé a caminar por las oscuras calles carentes de iluminación, me vinieron recuerdos de una época cercana, pero a la vez tan lejana, de mi anterior vida y de la ciudad por la que estaba paseando y que había perdido el nombre. De repente un sonido extraño proveniente de una antigua librería me devolvió a la realidad. En ese momento dudé sobre si entrar o no entrar pues me había vuelto muy desconfiado al ver cómo la humanidad se iba degradando hasta convertirse en un miembro más de los animales. Los humanos perdimos esa parte racional y pasamos a ser meros animales sobreviviendo en un hábitat hostil. Al final después de todo había algo que los humanos no habían perdido, la curiosidad así que por curiosidad o por desapego a mi triste vida, más bien por las dos cosas me decidí a averiguar la procedencia de ese extraño sonido.


Nada más entrar en la oscura y vieja librería unos murciélagos salieron de su lóbrego escondite asustándome de tal manera que caí violentamente en el suelo y perdí la consciencia. Al despertar noté cómo mi pierna sangraba y de que ya no me encontraba en la vieja librería sino en un pequeño pasadizo que debía estar bajo tierra. Al estar oscuro el pasadizo me dispuse a palpar las paredes en busca de algún tipo de salida que me llevara al exterior. Muy a mi pesar no la encontré y tuve que andar a ciegas por el pasadizo para encontrar algún tipo de túnel que conectase con el exterior. A duras penas con mi pierna sangrando recorrí unos cientos de metros cuando escuché un ruido lejano a mis espaldas, no le di importancia y seguí caminando por unos minutos, pero al cabo de ese tiempo lo volví a escuchar, aunque mucho más fuerte que la última vez. Esta vez sí lo reconocí. Era el extraño sonido que había escuchado antes de entrar en la librería, aunque esta vez no tenía ganas de satisfacer mi curiosidad por lo que seguí andando. En lo que me pareció media hora escuché el sonido a escasos 30 metros de mí. Intenté correr, pero fue demasiado tarde.


Algo me golpeó fuertemente en la cabeza mientras hacía ese sonido tan extraño, yo confundido y de una manera desesperada cogí un cristal roto y se lo clavé en alguna extremidad. El ser aulló de dolor y momentáneamente se cayó al suelo y yo aproveché esa oportunidad para escaparme. No me duró mucho la huida pues el ser se recuperó rápidamente y me mordió salvajemente en mi pierna sangrante, empecé a perder el conocimiento y con las últimas fuerzas que me quedaron le clavé mi trozo de cristal en el pecho. Desperté con la pierna hecha trizas y con el ser muerto junto a mí. Me fijé en que había entrado por una pequeña rendija que no había visto un también pequeño halo de luz y con esa escasa iluminación pude darme cuenta del horrible acto que había cometido, era un ser humano desfigurado y reducido a sus instintos más elementales pero humano. Lo peor de todo es que no sabía si este estaba infectado y si me había contagiado. Aunque en el fondo desease esto último para alcanzar la siempre atenta muerte.

Aun así, a pesar de no tener fuerzas ni siquiera para vivir, decidí seguir andando para encontrar una salida pues ya sabía el lugar donde me encontraba, el antiguo alcantarillado, el cual fue creado para solventar las necesidades de una población que ya no existía. Continué andando durante horas, días la verdad es que nunca lo sabré pues acabo de llegar a una zona que está derrumbada. Estoy notando como poco a poco mi vida se me escapa y cómo la enfermedad va avanzando por todo mi cuerpo hasta llegar a mi cerebro. Para reconfortarme escribo esta carta con la esperanza de que alguien me recuerde. Y mi cerebro para prepararme para el frío abrazo de la muerte recuerda historias de tiempos pasados.


Recuerdo episodios de mi antigua vida antes de la epidemia, como el recuerdo de jugar con mi hermano pequeño al fútbol ante las atentas y dulces miradas de nuestros padres, recuerdo a mis dos mejores amigos Juan y Joaquín, recuerdo a mí siempre afectuosa novia, pero también recuerdo el día que toda mi vida y la de la mayor parte de la población del mundo cambió.


Ese día surgió un brote de un virus llamado coronavirus en una desconocida ciudad china de la que ahora mismo no me acuerdo de su nombre. Bueno da igual, el caso es que al principio la mayoría de españoles sentíamos esa enfermedad como algo lejano y de otro continente. Pero un fatídico día un marroquí infectado cruzó la valla de Ceuta, rápidamente el virus se extendió por toda España llegando incluso a mi pequeña ciudad, Valladolid.


Al principio el gobierno pudo aislar a los infectados, pero eso desgraciadamente no fue suficiente y el virus pudo mutar facilitando así el contagio. Además de facilitar el contagio, los síntomas se agravaron hasta tal punto de que del dolor era irresistible, deshumanizando a la persona y reduciéndola como ya he dicho antes a un mero animal. El Gobierno se tuvo que enfrentar a una masiva revuelta ciudadana que protestaba por la progresiva conversión de los infectados en seres sin conciencia y sin humanidad. El Gobierno rápidamente cayó ante los infectados y desde entonces en España y en el mundo entero reina la más absurda anarquía.


Siento un dolor muy profundo en mi cabeza que me impide pensar con claridad, creo que la enfermedad ya ha penetrado en mi cerebro y poco a poco se va diluyendo mi personalidad y me van entrando unas ganas increíbles de matar a alguien para poder comer.

Ya no aguanto más el dolor, ya no sé qué hacer. Yo mismo estoy perdiendo la batalla contra el virus por control de mi cerebro y aunque sé que la perderé todavía me queda lucidez suficiente para saber que si no me suicido seré un peligro para todas aquellas personas que aún no están infectadas. No debí haber entrado en esa librería……


La carta de Julián Romero fue encontrada junto a su cuerpo inerte con un cristal roto clavado en el pecho unos meses después por Pablo Martínez nuestro actual presidente de España que logró controlar a los infectados y reconstruir España.


Íñigo González Rodríguez
1º Bachillerato A
Febrero 2020
2ª Evaluación





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