Guillermo Yenes (Mi ángel de la guarda)




MI ANGEL DE LA GUARDA:

Comienza mi día con un estruendo ensordecedor, que hace que mis ánimos decaigan. Una vez ha terminado, antes de hacer nada me detengo y pienso. ¿Por qué?, ¿para que todo esto?, en fin… Me levanto desganado de la cama y comienza mi día a día, la rutina, la nada…

Me visto a toda prisa porque, un día más voy a llegar tarde. Tampoco me cuesta mucho vestirme, únicamente tengo tres camisetas y dos pantalones en el armario, y tampoco es que me importe mucho el colegio, aunque intento llegar a la hora porque sé que a mis padres les cuesta mucho trabajo pagarme los estudios.

Por fin llego a clase tras una larga caminata de 40 minutos, siempre me detengo en el mismo cruce, ese lugar odiado por toda nuestra familia, donde tuvo el accidente mi hermano, donde me lo arrebataron.

Llamo a la puerta y entro, camino esos cuatro metros eternos que se me hacen kilómetros, mientras la mirada de todos mis compañeros hace que me arda el cuerpo.

Me siento en ese sitio odiado por todos, en ese foco de atención de todos los profesores, en primera fila.

Las horas pasan y se me hacen días, las asignaturas cada vez son más pesadas a la par que más difíciles, y la situación me sobrepasa.

En el recreo no tengo a nadie con quien ir, únicamente con Lucas mi único amigo desde la infancia, pero el resto de sus amigos no me caen bien así que me quedo sentado solo en las escaleras, mientras miro el reloj esperando que pase el tiempo.

Por fin ha acabado el horario lectivo, estoy destrozado, solo tengo ganas de llegar a casa para comer alguna sobra que haya en la nevera, pero una voz desde la otra acera me llama insistentemente. Yo la ignoro y sigo mi camino, pero cada vez suena más y más fuerte, no grita mi nombre, solo me dice “¡acércate!”.

Al final mi cerebro cede, se da media vuelta, cruza la calle y se adentra, en lo que yo llamaba la boca del lobo.

Salto, el metal esta frio, húmedo casi me resbalo, aun así, sigo caminando, siento que nada me puede parar, el suelo empieza a moverse y voy mucho más rápido, es una sensación de libertad y empiezo a correr. En esta carrera se me pasan miles de pensamientos a la cabeza, la muerte de mi hermano, las dificultades de mis padres en el trabajo, mi ropa o los estudios y esto genera que se resbale una lagrima por la mejilla y caiga al suelo.

Llego al final del pasillo y comienza a escucharse a mi derecha un sonido chirriante que cada vez se hace más fuerte. Veo una luz cegadora y lo tomo como el pistoletazo de salida de una carrera. Tomo carrerilla, salto al vacío, solo con la idea de callar mis pensamientos. En ese mismo momento, en el que solo la goma de la zapatilla me separa de una muerte más que segura, me agarra del brazo y me empuja hacia atrás, era él, Lucas, no sabía cómo ni porqué, pero estaba allí, mi ángel de la guarda.

Le miré a los ojos sorprendido y rompí a llorar, me abrazo y después de hablar largo y tendido subimos las escaleras mecánicas, pasamos el torno, salimos del metro y nos fuimos a casa.

Aunque las cosas vayan mal no se puede tirar la toalla, todos tenemos problemas, mayores o menores, pero hay que afrontarlos pase lo que pase, huir de ellos no hace que desaparezcan, y aunque parezca que estamos solos, siempre tendremos a nuestro ángel de la guarda.

Guillermo Yenes Herranz 32 1ºA
27 de diciembre 2019
2ª evaluación

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