Elena Guevara (no mires atrás)

 



NO MIRES ATRÁS

Un día como cualquier otro te levantas, con esa ignorancia y despreocupación propia de un niño. Pero con un pequeño matiz, estás en parte emocionado. Vas a ir a la playa con tus tíos y primos durante unos cuantos días. Te van a consentir y eso te gusta. Tristemente no vas a recibir mucha atención por su parte, pero eso no te importa. Estás feliz de estar en la playa, aunque sientas soledad en ocasiones. Mientras tanto, en Madrid, una persona muy importante para ti se encuentra en un limbo entre la vida y la muerte. Y tú ajeno a toda información sobre su estado. Te lo pasas bien de vacaciones, coges un buen moreno, tus tíos te dan caprichos, te atiborras a comida y más. Todo a tu alrededor parece ir sobre ruedas y no sientes inquietud alguna. Pasan los días y anhelas la vuelta a tu ciudad natal. No es que la eches mucho de menos, pues en verdad lo que realmente quieres es reunirte con tus padres y darles un enorme abrazo. Siempre has sentido un gran apego hacia tu madre. Acostumbráis a hacerlo todo juntos, te lleva de compras, te otorga el cariño que te mereces e infinidad de cosas más. Por otro lado, tu padre y tú no estáis muy unidos, pues él prefiere centrarse en su trabajo para tratar de evadirse del estrés ocasionado por cosas varias. Tu madre también carga con una gran cruz, tu hermana no os está poniendo las cosas nada fáciles. Si a esto le sumas que tu madre está en paro y que todo depende del sueldo que gane tu padre, se respira un ambiente de tensión y preocupación en casa.

 

Vuelves a Madrid con unas ganas inmensas de reencontrarte sobre todo con tu madre, la cual crees con certeza está vivita y coleando. Que superó con creces la operación a la que fue sometida. Una operación nada menos que complicada. Pero claro, tú esto no lo sabías. Tu ingenua mente te hace creer que, si todos dicen que no hay de qué preocuparse, pues no hay de qué preocuparse. Te crees absolutamente todo lo que te cuentan. “En cuestión de unos días veo a mamá de nuevo, qué ganas”, pensabas todo inocente. Y ese deseo persevera hasta el momento en el que descubres que nada es lo que parece. Durante el tiempo que estuviste en la playa pasaron muchas cosas que tu familia ha preferido ocultarte. Al fin y al cabo sólo eres un niño y se cree indebido hacerte saber una mala noticia. Ni tu propio padre es capaz de contarte con exactitud lo sucedido el día de la operación, pero lo hará con el paso del tiempo. Únicamente sabes que ha habido alguna que otra complicación, nada más. Te dices a ti mismo, “pues nada, toca esperar unos días más para ver a mamá, ten paciencia”. La convivencia con tu padre resulta ser costosa. Claro está, si de un momento a otro tienes que pasar a hacerlo todo con tu padre las cosas cambian drásticamente.

 

Lo que pensabas que sería una semana sin ver a tu madre termina siendo aproximadamente un mes. Lo que tu madre pensaba que sería una operación de la cabeza acaba desembocando en un largo coma y tremendas secuelas que durarán para siempre.

 

Llega ese ansiado día en el que ves a tu madre. Vas con las expectativas demasiado altas y la realidad te aplasta como si fueras arrollado por un tren. Te cuesta horrores asimilar las condiciones en las que se encuentra tu querida madre, a quien desgraciadamente no volverás a ver como ella era antes de todo lo ocurrido. Tu madre ha cambiado muchísimo físicamente como consecuencia del contratiempo. “Con lo guapa que era” no puedes evitar decir a tus adentros. Analizas profundamente todo lo que ves a tu alrededor en esa habitación de hospital. Te preguntas qué es ese tubo que tiene en la garganta. Por qué no habla y casi no se mueve. Parece ausente, en estado inerte. Nada parecido a la idea que te habías hecho previamente de su estado. Te cuesta soportar un gigantesco nudo en la garganta y luchas por no soltar una lágrima delante de tu madre. La gente dice que eres muy fuerte, pero en ese momento dudas de ello. Quieres salir de allí a toda costa, no aguantas más. Estuviste con ella unos diez minutos que a ti se te hicieron infinitamente largos. Nada más salir lloras desconsoladamente. No entiendes por qué tu madre tiene que sufrir tal tragedia. “¿Qué ha hecho ella para merecer esto?” y egoístamente te cuestionas “¿qué he hecho yo para merecer esto?

 

Traéis de vuelta tu padre y tú la maleta con las cosas que tu madre llevaba para el día de la operación. Más adelante, utilizarías esa maleta para ir a algún sitio de vacaciones. Entonces, lleno de curiosidad te decides a abrir todos los compartimentos de ésta para ver si había algo dentro. Encuentras un colgante que nunca la habías visto puesto, uno de estos que se pueden abrir y, al hacerlo, ves que aparece una foto tuya y una de tu hermana de pequeños. También palpas algo que se asemeja a una carta, y, en efecto, lo es. Instantáneamente deduces el contenido de la carta y decides esconderla.

 

El proceso de recuperación de tu madre va a ser muy largo, y por consecuente, también va a ser largo el tiempo que tendrás que pasar con tu padre, así que no te queda otra que intentar hacer buenas migas con él de una vez por todas.

 

Encuentras tu refugio en la música que escuchas y en muchas cosas más que disfrutas haciendo. Tienes casi tantas aficiones como canciones en tu Spotify, y eso es decir mucho. A pesar de todo el sufrimiento y dolor que llevas a tus espaldas, no pierdes la sonrisa. Después de todo lo acontecido crees a ciencia cierta que eres feliz y te convences a ti mismo de que no hay ningún problema en tu vida porque así es cómo lo has estado haciendo desde siempre. Pero con el paso del tiempo caes en la cuenta de que no todo es color de rosa. Tienes algo dentro que nunca has sido capaz de plasmar al exterior. Empiezas a comprender la necesidad de preocuparse por uno mismo en vez de hacerlo constantemente por los demás.

 

Unos años más tarde, os mudáis de casa y llega ese indeseado momento de tener que guardarlo todo en cajas. Piensas: “ojalá chasquear los dedos y encontrarme de pronto en la casa nueva, sin la necesidad de mover un dedo”. Pero, por otra parte, te entusiasma toparte con cosas que creías perdidas o las cuales te traen recuerdos. Husmeando en la habitación que ahora sólo ocupaba tu padre encuentras el escondrijo donde guardaste aquella carta de la que antes hablaba. Vas a sacarla de allí y… ¡sorpresa! Ni rastro de la carta. Ya estaba todo guardado en cajas y listo para ser transportado. Y tú preocupado por el paradero de esa carta, la cual das por perdida. “¿Qué mensaje querría darnos mamá?” te preguntas una y otra vez. Tu madre no volverá a pensar como una persona normal, la cabeza no le funciona correctamente. Y por este motivo querías al menos cerciorarte de que quedaba un ápice de esencia de tu madre en esa carta que leerías cuando llegara su momento.

 

He escrito esta historia con la principal intención de aleccionaros sobre la importancia de hablar con uno mismo, de reconocer nuestros sentimientos, porque, al fin y al cabo, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Asimismo, con esta historia trato de ejemplificar el hecho de que no todas las familias son perfectas. De vez en cuando suceden desgracias y no podemos evitarlo. Lo que sí que podemos evitar es que, aquellas personas que están pasando por un mal trecho, vean sus problemas en aumento si no se les trata con la educación, respeto y cariño que uno necesita para ser feliz. No nos cuesta nada ser buenos con la gente que nos rodea. También os pido por favor que tratéis con el mayor respeto y amor posible a vuestros padres. Disfrutad de su presencia y cariño, que nunca se sabe cuándo va a llegar a su fin. Ellos os han entregado la vida y de algún modo hay que agradecérselo cada día. Porque realmente la vida es un regalo, aunque muchos digan lo contrario. Si algo hemos de aprender de los retos que nos ponga la vida es que de todo se sale. No nos podemos quedar estancados en la miseria. La vida sigue y, por muy difícil que sea en ocasiones mantener la cabeza en alto, hemos de intentarlo con todas nuestras fuerzas. Y lo más importante, NUNCA miréis atrás. De nada sirve obstinarse por errores del pasado que no podremos solucionar a no ser que cambiemos el presente.

 

Elena Guevara Domínguez, 1º de bachillerato B, a 2 de noviembre de 2020.

 


Comentarios