UNA COMIDA FAMILIAR ATÍPICA
Aún
recuerdo ese calor sevillano “infernal” que sin ser todavía verano nos dejaba
casi sin respiración. Mi familia y yo paseábamos cerca de la Giralda de Sevilla
a orillas del río Guadalquivir esperando con gran ilusión encontrarnos, como
todos los años por esas fechas, con África, la prima de mi padre y como no con
sus hijos, nuestros adorables y divertidos “primos sevillanos”. Se hicieron esperar, pero tan ansiada espera
merecía la pena. Besos, abrazos y la confirmación de tan esperado plan: “Tasca
Manolo” para comer los riquísimos y únicos flamenquines rellenos de salmorejo. Pero
este año iba a ser diferente a los demás y ya os aseguro que lo fue.
Tras
la euforia del reencuentro, mi tía África, como así la llamamos, nos anunció
que su hermana -obviamente también prima de mi padre- vendría junto con su marido e hija a comer con
nosotros. Mi padre con cara de asombro mostró gran alegría pues hacía más de
una década que no la veía. Mis hermanos y yo, intrigados, preguntamos
disimuladamente a mi madre quiénes venían a la comida, pero de forma inmediata
y fulminante nos respondió con una penetrante e inquisidora mirada que sin
pronunciar palabra entendimos que no era el mejor momento de preguntar.
Así
nos dispusimos camino a la Tasca, la intriga se fue disipando a medida que nos
íbamos acercando al restaurante y nuestro pensamiento sólo se iba centrando en la imagen del inmenso y colosal flamenquín.
La imagen del flamenquín desapareció de repente cuando al entrar vimos sentados
a la desconocida prima de mi padre, junto con su marido e hija. Vestidos como
si de una boda se tratara contrastaban con nuestros vaqueros y camisetas de
algodón. Justo en ese momento, empecé a darme cuenta de quién se trataba: debía
ser esa prima, Mavi, de la que alguna vez había escuchado hablar a mis padres
sobre su elevado nivel económico que tanto contrastaba con el de mi tía África.
Esa prima casada con un gran empresario que vivía en un palacete en el centro
del Barrio de Triana.
De
nuevo abrazos, besos y más besos. Todo apuntaba a una divertida y amena comida,
pero estaba equivocado. Las ganas de nuestros mayores por ponerse al día
después de tanto tiempo, hacían que las conversaciones se quedarán a medio
terminar, excepto aquella en la que el gran empresario se dispuso a contar con
gran pasión su trayectoria profesional en la empresa en la que llevaba
trabajando más de 8 años. En un principio, mi hermano y yo, no entendíamos nada
pues creímos que trabajaba en un estanco vendiendo sellos, pero pronto empezó a
hablar de inversión, tipos de interés, mercado, accionistas,… lo que distrajo
nuestra atención. Minutos después llegó
el camarero con el ansiado flamenquín por lo que toda la conversación de la
mesa giro entorno a lo riquísimo que estaba cada uno de los platos que de forma
intermitente iba trayendo el camarero.
De
pronto, apenas habíamos empezado con los postres y el café, sonó una llamada que
salía del bolsillo del pantalón del marido de la prima de mi padre. Un silencio
se hizo en la mesa y en casi todo el restaurante. De pronto, éste sacó un artilugio pequeño y rectangular y
empezó a hablar. ¡Se trataba de un móvil que, en aquella época, era privilegio
de unos cuantos! Del silencio a la expectación y de ésta al susurro y de ahí,
de nuevo al bullicio propio del restaurante, excepto nuestra mesa que
permanecía en silencio ante la cara blanca y pálida del empresario.
Una
llamada corta, pero suficiente para tener que abandonar de forma precipitada la
comida familiar. Una despedida seria y escueta y un “luego te llamaré” a su
mujer, precedieron a una huida rápida en su espectacular Jaguar que por arte de
magia estaba ya esperándole en la puerta.
Terminamos
los postres y el café y aunque la idea era ir a pasear todos juntos por la
preciosa Plaza de España, las dos primas de mi padre preocupadas por la
situación, decidieron no acompañarnos. Con destinos distintos, nos despedimos
hasta supuestamente vernos en verano en el apartamento de mis abuelos en Fuengirola.
Digo supuestamente pues el reencuentro fue más pronto de lo esperado.
Mis
padres sin ser conocedores del motivo de la llamada, pronto se percataron de lo
ocurrido. Sus sospechas se confirmarían tan sólo un par de horas más tarde cuando,
tras el paseo por la Plaza de España, al llegar a la habitación del hotel y poner las noticias, todas ellas hacían
referencia a la empresa del marido de la prima de mi padre: “FORUM FILATÉLICO
era intervenido por un agujero patrimonial de 3.500 millones de euros”.
No
habíamos terminado de ver las noticas, cuando mi tía África llamó a mi madre
para quedar en la recepción del hotel.
No
tardó ni quince minutos. Sólo mis padres bajaron a verla. La cara de mi madre
cuando volvió a la habitación reflejaba la gravedad de la situación.
¡Era
de prever! ¡Era cuestión de tiempo! Fueron las palabras de mi madre.
De
las noticias deduje que el trabajo del marido de la prima de mi padre
peligraba. Pero tras escuchar a mis padres, lo que menos preocupaba en esos
momentos a mi familia era su trabajo.
¿Cómo
hacía apenas unas cuantas horas, podía semejante empresario expresar tanta
satisfacción y orgullo por su empresa? Mis padres nos explicaron que miles de
personas, clientes de su empresa, estaban arruinadas. La empresa les prometió
rentabilidades muy altas de la revalorización de los sellos en los que decían que
invertían el dinero de sus clientes, sellos que en muchos casos ni existían.
Pero
no sólo había arruinado a miles de clientes, sino también asimismo y a su
propia familia. Se había convertido en
la víctima de su propia mentira.
Los
ahorros de toda una vida de su suegro desaparecieron en cuestión de segundos
así como sus planes de futuro como jubilado y, por contra, aparecieron todo
tipo de sentimientos derivados de la impotencia por la confianza depositada en
su yerno todos estos años.
Fueron
días, semanas, meses e incluso años muy duros. Después de lo ocurrido no
quedaba más que el consuelo de pensar que la salud es lo más importante.
Han
pasado más de 15 años. Aquella llamada de teléfono de la que fui testigo cambió
en cuestión de segundos la vida de la prima “rica” de mi padre. Tras varios
intentos por salvar su matrimonio, hoy está divorciada, vive con sus padres e
hija en un modesto piso de un modesto barrio de Sevilla. De su marido poco
sabemos. El tío de mi padre recuperó parte de sus ahorros. Y nosotros, desde
entonces en la Tasca Manolo disfrutamos de la compañía de la que ahora llamamos
tía Mavi y de nuestra nueva prima sevillana,
Lucía.
Javier Chacón 1º”B” bachillerato 2-10-2020
Y termino con uno de los
tantos refranes de mi abuelo Luis: “Nadie da duros por pesetas” o mejor dicho
“Nadie da euros por céntimos”.
Qué buen relato señor Chacón, me sirvió como inspiración de vida. El mejor de todos.
ResponderEliminarIncreíble es la palabra que lo define, que dotes literarias tiene este chico, sigue así.
ResponderEliminaramén
EliminarLa verdad que las figuras utilizadas son sinceramente exquisitas y dignas de admirar de un niño. Siga así que llegará muy lejos.
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