Juan Fernández de Travanco (Día de mudanza)


 

DÍA DE MUDANZA

6:15 de la mañana, todavía no ha amanecido pero ya estoy despierto. Mis 74 años pesan mucho más de lo que recordaba.

 

Esta noche apenas he podido dormir, mi peor pesadilla se ha cumplido; y eso que Halloween fue hace ya una semana. Twitter me amenaza con bloquear mi cuenta y los comunistas de los demócratas han ganado las elecciones.

 

Me aseo y me visto con ropa de deporte; nunca un chándal, como haría el rojo de Barack; pues en cambio, yo soy un hombre con clase.

 

Saludo a Keith y ambos nos dirigimos hacia la puerta; hace mucho frío y está oscuro; pero los doctores dicen que estoy muy gordo y que me vendría bien andar.

 

No suelo hacer caso a los médicos, ya que siempre me intentan engañar. Por ejemplo, hace un par de semanas me dijeron que estaba contagiado del virus chino y que debía quedarme en casa, pero yo sé que lo que en realidad querían era boicotearme.

 

Ya llevamos andando 15 minutos y creo que me voy a desmayar; me siento en el césped y empiezo a pensar: pienso sobre estos 4 años en los que he hecho lo que he querido, pienso en el futuro que me espera, pienso en mi familia pero sobre todo pienso en Joe -¿Por qué habrán votado a un hombre tan viejo y tonto?- En el debate electoral quedó claro que yo era mucho mejor que él, y aun así él ha ganado.

 

De repente noto una voz que me llama. Es Keith, que dice que va a empezar a llover y que deberíamos ponernos a cubierto.

 

Entramos de nuevo a casa y allí me encuentro a mi nieta favorita, Arabella; esperándome. La doy un abrazo y la pregunto por el colegio; ella me responde que todo va bien; eso yo ya lo sabía, pues la inteligencia es cosa de nuestra familia.

 

Aunque tengo tiempo, no desayuno; no suelo hacerlo y hoy no será la excepción. Me marcho al salón y abro Twitter. Miro un par de memes y por un momento olvido que es un día triste y que hoy se cierra la etapa más importante de mi vida.

 

Abro los ojos, me he vuelto a quedar dormido. Ya es la 1, hora de comer. Me siento en la mesa del comedor, poco después aparece el chef con la comida: un gran filete, ¡mi comida favorita! Dejo el plato limpio en segundos, y tras tomar el postre, vuelvo al despacho oval, sabiendo que esta será la última vez que me siente en esa gran silla.

 

La melancolía me invade, me acuerdo de la primera vez que me senté allí, por 2016; los cientos de tratados que habré firmado, el día en el que Colin Kaepernick me desafió…

 

Todas estas sensaciones me hacen recapacitar, entristezco y me pongo a llorar como un bebé, un bebé muy grande y muy naranja.

 

Se hace tarde, y debo abandonar el que ha sido mi trono estos 4 últimos años. Me tomo un par de minutos, pero al final me levanto y salgo de la sala.

 

Un gran Cadillac negro me espera, subo al coche y el chófer arranca; nos lleva al aeropuerto, donde se halla el Air Force One, este será mi último viaje en aquel grandioso aparato. El avión despega y ya no hay vuelta atrás.

 

Mi chófer personal nos recoge en el JFK; y nos lleva a la torre que lleva mi nombre en la quinta avenida.

 

¡Hogar, dulce hogar!, vuelvo a casa mucho antes de lo que yo hubiera deseado, pero aquí estoy, y sigo siendo la misma persona que siempre he sido; al fin y al cabo, siempre seré el presidente.

 

 

 

  


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