Laura Ulloa (El valor para vivir)

 

EL VALOR PARA VIVIR

Herman tenía todo planeado. En pocas horas se marcharía y dejaría atrás todo lo que había conocido hasta ese momento, porque volver a empezar era lo que más le motivaba, una nueva experiencia, una nueva vida. Lo había pensado durante mucho tiempo y le había dado muchas vueltas. Desde que había recibido la carta de admisión apenas había dormido, estaba nervioso, tenía que tomar una decisión, quizás la más importante de su vida. Sin embargo, haber reflexionado tanto le daba la seguridad suficiente de que su decisión era la correcta y por eso, estaba decidido a luchar por ella. Quería esa nueva vida, pero ¿tendría suficiente valor?

 

Herman sabía que la vida del ser humano se desarrolla por etapas. Era consciente que cada etapa de su vida había tenido una duración, más o menos larga y que, sin darse cuenta, una se había fundido con otra, marcando una evolución y un desarrollo personal. No podía decir que todo lo vivido había sido fácil, pero había conseguido llegar hasta aquí superándolas todas, aunque algunas de ellas no habían estado exentas de obstáculos y lucha constante.

 

La cabeza de Herman se trasladó rápidamente a momentos que casi había olvidado o que recordaba por fotos o historias que le habían contado. Sin darse cuenta recordó la primera batalla a la que se tuvo que enfrentar. Herman asomaba la cabeza a un mundo diferente que estaba esperándole, totalmente desconocido hasta ese momento, pero lleno de retos y aprendizaje constante. En ese nuevo mundo había que aprender a hacer muchas cosas si quería sobrevivir. Tenía que aprender a comer, a hablar, a gatear o a andar. Aunque ya los veía lejanos, inconscientemente Herman sonreía para sí recordando esos momentos, no sólo porque fue capaz de superarlos con éxito sino porque sabía que nunca lo hubiera conseguido sin ayuda porque en ese momento de su vida hubiera sido imposible conseguir algo por sí mismo.

 

Por eso, Herman no se había encontrado solo en ningún momento. Desde el primer día en este nuevo mundo, se había sentido acompañado de personas que le abrazaban, le daban besos, le mimaban y estaban pendientes de él cada minuto del día. Esos primeros momentos de su vida fueron determinantes y sin saberlo aún, iban a condicionarle y a marcarle de ahí en adelante.

 

Si a Herman le había costado tomar una decisión era porque su marcha suponía alejarse de las dos personas a las que les debía todo lo que había llegado a ser, sus padres. El amor incondicional de sus padres era lo que, en sus primeros años, le había dado fuerzas. Del mismo modo, él también sentía un amor inmenso por ellos y aunque, en aquellos momentos, no entendía por qué, sabía que ese sentimiento y ese vínculo no podría romperse jamás.

 

También recordó cómo, de repente, un día Herman salió de su casa de la mano de su madre para ir a un edificio enorme en el que había un montón de niños como él. Herman se preguntaba qué hacía allí y por qué había salido de casa. Un montón de dudas le asaltaron, no entendía nada hasta que se dio cuenta que esa excursión no era de un día, sino que se repetía muchos días y durante mucho tiempo. Herman entendió que, si iba a pasar tanto tiempo en ese edificio, su madre le contó que era un colegio, tendría que conocer a todos esos niños. En seguida se dio cuenta que con algunos se sentía mejor, que se divertía mucho y se lo pasaba muy bien. Formaban un grupo inquebrantable, iban juntos a todos sitios y se unían ante la adversidad. Como siempre que tenía una duda acudía su madre y ella le explicó que a esos niños se les llama amigos. Sin embargo, había un niño que a Herman le hacía sentirse mal incluso le llegó a insultar en alguna ocasión. Herman empezó a no querer ir al colegio para no verle, pero también entendió que no podría estar siempre metido en casa y, entonces, libró una nueva batalla, luchó contra sus sentimientos y sus miedos y eligió echarle ganas y valor porque sabía, que las personas importantes de su vida, sus amigos, su familia y sus padres le apoyarían y le darían fuerzas para seguir adelante.

 

Un día, viendo la televisión, a Herman le costó entender algunas de las noticias que contaban. Veía imágenes de niños que no tenían comida en sus platos y le preguntó a su madre por qué había gente que no tenía comida para comer. Una vez más, su madre le explicó lo afortunado que tenía que sentirse por haber nacido en un país desarrollado en los que el abastecimiento de comida y agua estaba garantizado. Le explicó que en otros lugares había niños que tenían que recorrer grandes distancias para encontrar agua o alimentos y en algunos casos, ni siquiera podían obtenerlos. Hasta ese momento, Herman no había pensado que un gesto tan sencillo como abrir la nevera de su casa y coger lo que le apeteciera, era algo impensable en algunos lugares del planeta en los que sobrevivir se convertía en una lucha constante. También vio en la televisión como algunos niños llegaban en unas barcas. Herman le preguntó a su madre por qué esos niños eran noticia y por qué viajaban en esas barcas parecidas a las que habían visto en la playa cuando habían ido a pasar unas vacaciones. Su madre le contó que son personas que se ven obligadas a huir de sus países por guerras o por hambre y tienen que dejar a sus familias y abandonar sus casas, y partir sin un destino fijo, pero pensando que llegarán a un país en el que les permitan vivir dignamente. Herman se dio cuenta que esas personas arriesgan sus vidas recorriendo a pie miles de kilómetros o cruzan océanos sin saber nadar en esas barcas. Herman se quedó impactado por las imágenes que estaba viendo sin entender del todo por qué había esas enormes diferencias, parecía que mostraban imágenes de un mundo diferente al suyo y, sin embargo, era el mismo. Herman pensó que, sin haberlo elegido, como le había dicho su madre, él tenía la gran suerte de estar en la parte del mundo que no sufría esos problemas.

 

Sin darse cuenta, Herman seguía pasando etapas, seguía aprendiendo, seguía esforzándose, seguía disfrutando de todas las cosas buenas que le rodeaban, pero también sabía que una etapa más de su vida estaba llegando al final. Ahora que ya había pasado, se daba cuenta que todo no había sido tan sencillo como parecía al principio, pero a pesar de todo, seguir viviendo la vida le merecía la pena.

 

Herman pensaba en la suerte que había tenido con sus amigos y su familia, pero la vida también le había enseñado su cara más amarga cuando le comunicaron que su abuela había muerto. Su abuela llevaba enferma un tiempo y desgraciadamente no había podido superar la enfermedad. La muerte es una etapa más de la vida y como tal hay que asumirla, aunque nos cause mucho dolor. El fallecimiento de su abuela le generó mucha tristeza y mucha impotencia. Herman se sintió vacío al principio, pero sabía que ella seguiría viva en él gracias a sus recuerdos y a su corazón.

 

Herman oyó golpes en la puerta, era su madre que le decía que tenían que marcharse. Miró el reloj y se dio cuenta que sus propios recuerdos le habían entretenido, cerró su maleta y miró cada rincón de su habitación. Herman había decidido estudiar en una universidad en el extranjero, lejos de todo lo que había conocido hasta entonces y lejos de las personas que hasta ese momento lo habían sido todo para él.

 

La vida es un reto personal constante que exige valor y coraje para afrontar algunas situaciones y ser feliz y Herman pensó que, si había sido capaz de llegar hasta ese momento, de superar cualquier contratiempo, no habría nada que le impidiera seguir. Sabía que tendría que enfrentarse a nuevos retos y a nuevas situaciones, pero llevaba toda su vida preparándose. Su vida había estado llena de amor, pero tenía la certeza de que seguiría estando, por eso sabía que tendría valor y coraje para continuar su camino a pesar de las vicisitudes, dudas o tristezas, pero también disfrutando de todo lo bueno que iba a venir con alegría. Herman cerró los ojos y respiró profundamente, y pensó que sin duda tendría el valor suficiente para vivir esa nueva vida.

 

 

Laura Ulloa Merlo

1º Bachillerato A

2 de noviembre de 2020

 


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