LAS SONRISAS
MÁS SINCERAS
Mi hermana, Cassandra, acababa de graduarse en el colegio
pero no quiso acudir a la universidad, ya que decía que con su herencia tendría
de sobra para vivir ella y tres generaciones después de ella. Cassandra y yo
decidimos abrir una boutique cerca de Rodeo Drive, con el objetivo de que
nuestros clientes tuvieran un poderío económico elevado, ya que nuestra ropa
era bastante cara.
Dos años más tarde, nuestra boutique iba muy bien. Habíamos
aumentado el tamaño del local y los beneficios no hacían más que crecer. Poco a
poco íbamos ganando fama en el mundo de la moda, y en las redes sociales
también. En Instagram contábamos con 124.000 seguidores, los cuales no hacían
más que subir. Hasta que un día empezamos a notar que nuestra clientela
comenzaba a bajar.
Nuestra boutique estaba subiendo una pequeña cuesta, tenía
una entrada privada en la cual había un gran cartel con el nombre de nuestra
tienda para indicar a los clientes que nuestra tienda estaba ahí.
Un día después de haber cerrado la tienda, Cassandra y yo nos disponíamos a salir cuando vimos que
nuestro letrero estaba tapado con ropa. Bueno, más bien harapos, a aquello no
se le podía llamar ropa. Aparcamos justo enfrente del cartel y cuando nos
dispusimos a quitar lo que estaba tapando nuestro letrero un hombre con una
frondosa barba y una mirada un tanto frenética nos dio un susto de muerte. Cassandra salió corriendo a llamar a la
policía pero yo me quedé paralizada.
El hombre me explicó que estaba viviendo en los cubos de
basura de la parte trasera de la tienda,
y que a veces se colaba en nuestra tienda para lavar su ropa, pero me juró que nunca nos había robado
nada. Empezó a quitar la ropa del letrero de la tienda, y me di cuenta de que
estaba limpia. Debió notar que arqueé la ceja porque me dijo que ayer había
utilizado la lavadora de la tienda para lavar lo que creo que eran unos pantalones.
Poco después volvió Cassandra, acompañada de policías, los
cuales hablaron con el mendigo y le explicaron que era propiedad privada y que
no podía dormir ahí. El hombre asintió y se puso a recoger sus pocas
pertenencias, metiéndolas en una bolsa de basura. Los policías se marcharon en
cuanto el mendigo terminó de recoger sus cosas.
Entonces fue cuando
el mendigo me dio las gracias por no haberle contado a la policía que se había
estado colando en la tienda, ya que
podrían haberlo arrestado. Antes de que pudiese decir nada, intentó sonreír
pero una mueca de dolor le interrumpió. Me di cuenta de que tenía solo unos
diez dientes, con grandes heridas en la boca, pero su expresión era bien
intencionada, sincera. Sin pensarlo dos veces le ofrecí una ducha en el baño de
la tienda, la cual aceptó.
No tuve ni que guiarle, ya me imagino que no sería la
primera vez que había utilizado nuestro baño. Mientras se duchaba, hablé
con Cassandra y decidimos ayudarle. Le
vestimos con ropa de la boutique y le llevamos a una peluquería de Rodeo Drive
para que le arreglaran la barba y le cortasen el pelo. Al entrar en la
peluquería, todos se dieron la vuelta. Aunque llevase puesta la ropa de nuestra boutique, seguía
teniendo un aspecto bastante descuidado. Al principio no querían atenderle, ya
que los clientes que ya se encontraban dentro del local lo estaban mirando con
desprecio, pero los peluqueros finalmente aceptaron cortar y arreglar la barba
y el pelo. Una vez terminaron, estaba irreconocible. Seguía teniendo unas
grandes bolsas debajo de los ojos, y arrugas en
la frente, pero parecía un hombre completamente distinto.
Cuando vio su reflejo en
el espejo, se le pusieron los ojos como platos. Como el resto de
nosotros, no podía creer lo que estaba viendo. Su expresión de sorpresa pronto
se convirtió en una sonrisa, dejando al descubierto la poca higiene dental de su boca. Cassandra
y yo nos ofrecimos a llevarle a nuestro dentista para ver si podíamos encontrar
una solución, pero él no quiso. Dijo que su sonrisa era parte de su historia,
ya que era una sonrisa sincera pero a la vez contaba una historia.
Cassandra y yo no lo entendimos, pero asentimos de todas
formas. Nos ofrecimos a llevarle al albergue más cercano, y este nos dijo que
llevaba tiempo buscando uno pero que no le aceptaron en ninguno. Puede que
fuese por su antiguo look, pero con este era imposible que le rechazasen.
Cassandra y yo le acompañamos hasta dentro, y le ayudamos a rellenar los
formularios. Le dimos nuestros números de teléfono a los responsables del
albergue, ya que nuestro nuevo amigo no tenía móvil, por si necesitaba
cualquier cosa. Antes de marcharnos, nos dio un fuerte abrazo y nos dio las
gracias demasiadas veces. Durante el trayecto de vuelta a casa, ni Cassandra ni
yo dijimos nada, pero las dos estábamos sonriendo. Poco después decidimos
destinar un porcentaje de las ganancias de la boutique a una ONG que ayudaba a
las personas sin hogar.
Pasados unos meses, decidimos pasarnos por el albergue donde
habíamos dejado a aquel señor que nos había hecho abrir los ojos y ver que en el mundo hay mucha gente que vive en
condiciones ínfimas y que hay muchas maneras en las que se les puede ayudar.
Queríamos ir a darle las gracias por habernos hecho mejorar como personas y
para ver que tal le estaba yendo, pero cuando llegamos al albergue, el dueño
nos dijo que se había marchado el mes
pasado ya que había conseguido un trabajo en un restaurante y que se había
marchado a un pequeño piso compartido con un par de compañeros de trabajo.
No volvimos a ver a
aquel hombre, pero gracias a él Cassandra y yo empezamos a ser mucho más
agradecidas por lo que teníamos y nuestro objetivo dejó de ser el ganar
muchísimo dinero, ahora era el ayudar a los demás ya que nunca fuimos tan
felices como el día en el que se miró al espejo sonriendo, contagiando esa
sonrisa a todas las personas del local, sonrisas sinceras.
Alejandra
Toledano, Enero 2021, 2ª Evaluación
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