Alejandra Toledano (Las sonrisas más sinceras)


 

LAS SONRISAS MÁS SINCERAS

 

Mi hermana, Cassandra, acababa de graduarse en el colegio pero no quiso acudir a la universidad, ya que decía que con su herencia tendría de sobra para vivir ella y tres generaciones después de ella. Cassandra y yo decidimos abrir una boutique cerca de Rodeo Drive, con el objetivo de que nuestros clientes tuvieran un poderío económico elevado, ya que nuestra ropa era bastante cara.

 

Dos años más tarde, nuestra boutique iba muy bien. Habíamos aumentado el tamaño del local y los beneficios no hacían más que crecer. Poco a poco íbamos ganando fama en el mundo de la moda, y en las redes sociales también. En Instagram contábamos con 124.000 seguidores, los cuales no hacían más que subir. Hasta que un día empezamos a notar que nuestra clientela comenzaba a bajar.

 

Nuestra boutique estaba subiendo una pequeña cuesta, tenía una entrada privada en la cual había un gran cartel con el nombre de nuestra tienda para indicar a los clientes que nuestra tienda estaba ahí.

 

Un día después de haber cerrado la tienda, Cassandra y  yo nos disponíamos a salir cuando vimos que nuestro letrero estaba tapado con ropa. Bueno, más bien harapos, a aquello no se le podía llamar ropa. Aparcamos justo enfrente del cartel y cuando nos dispusimos a quitar lo que estaba tapando nuestro letrero un hombre con una frondosa barba y una mirada un tanto frenética nos dio un susto de muerte.  Cassandra salió corriendo a llamar a la policía pero yo me quedé paralizada.

 

El hombre me explicó que estaba viviendo en los cubos de basura de la parte trasera  de la tienda, y que a veces se colaba en nuestra tienda para lavar su  ropa, pero me juró que nunca nos había robado nada. Empezó a quitar la ropa del letrero de la tienda, y me di cuenta de que estaba limpia. Debió notar que arqueé la ceja porque me dijo que ayer había utilizado la lavadora de la tienda para lavar lo que creo que  eran unos pantalones.

 

Poco después volvió Cassandra, acompañada de policías, los cuales hablaron con el mendigo y le explicaron que era propiedad privada y que no podía dormir ahí. El hombre asintió y se puso a recoger sus pocas pertenencias, metiéndolas en una bolsa de basura. Los policías se marcharon en cuanto el mendigo terminó de recoger sus cosas.

 

Entonces  fue cuando el mendigo me dio las gracias por no haberle contado a la policía que se había estado colando en la tienda,  ya que podrían haberlo arrestado. Antes de que pudiese decir nada, intentó sonreír pero una mueca de dolor le interrumpió. Me di cuenta de que tenía solo unos diez dientes, con grandes heridas en la boca, pero su expresión era bien intencionada, sincera. Sin pensarlo dos veces le ofrecí una ducha en el baño de la tienda, la cual aceptó.

 

No tuve ni que guiarle, ya me imagino que no sería la primera vez que había utilizado nuestro baño. Mientras se duchaba, hablé con  Cassandra y decidimos ayudarle. Le vestimos con ropa de la boutique y le llevamos a una peluquería de Rodeo Drive para que le arreglaran la barba y le cortasen el pelo. Al entrar en la peluquería, todos se dieron la vuelta. Aunque llevase  puesta la ropa de nuestra boutique, seguía teniendo un aspecto bastante descuidado. Al principio no querían atenderle, ya que los clientes que ya se encontraban dentro del local lo estaban mirando con desprecio, pero los peluqueros finalmente aceptaron cortar y arreglar la barba y el pelo. Una vez terminaron, estaba irreconocible. Seguía teniendo unas grandes bolsas debajo de los ojos, y arrugas en  la frente, pero parecía un hombre completamente distinto.

 

Cuando vio su reflejo en  el espejo, se le pusieron los ojos como platos. Como el resto de nosotros, no podía creer lo que estaba viendo. Su expresión de sorpresa pronto se convirtió en una sonrisa, dejando al descubierto  la poca higiene dental de su boca. Cassandra y yo nos ofrecimos a llevarle a nuestro dentista para ver si podíamos encontrar una solución, pero él no quiso. Dijo que su sonrisa era parte de su historia, ya que era una sonrisa sincera pero a la vez contaba una historia.

 

Cassandra y yo no lo entendimos, pero asentimos de todas formas. Nos ofrecimos a llevarle al albergue más cercano, y este nos dijo que llevaba tiempo buscando uno pero que no le aceptaron en ninguno. Puede que fuese por su antiguo look, pero con este era imposible que le rechazasen. Cassandra y yo le acompañamos hasta dentro, y le ayudamos a rellenar los formularios. Le dimos nuestros números de teléfono a los responsables del albergue, ya que nuestro nuevo amigo no tenía móvil, por si necesitaba cualquier cosa. Antes de marcharnos, nos dio un fuerte abrazo y nos dio las gracias demasiadas veces. Durante el trayecto de vuelta a casa, ni Cassandra ni yo dijimos nada, pero las dos estábamos sonriendo. Poco después decidimos destinar un porcentaje de las ganancias de la boutique a una ONG que ayudaba a las personas sin hogar.

 

Pasados unos meses, decidimos pasarnos por el albergue donde habíamos dejado  a aquel señor  que nos había hecho abrir los ojos y ver  que en el mundo hay mucha gente que vive en condiciones ínfimas y que hay muchas maneras en las que se les puede ayudar. Queríamos ir a darle las gracias por habernos hecho mejorar como personas y para ver que tal le estaba yendo, pero cuando llegamos al albergue, el dueño nos dijo que se  había marchado el mes pasado ya que había conseguido un trabajo en un restaurante y que se había marchado a un pequeño piso compartido con un par de compañeros de trabajo.

 

No volvimos a ver a  aquel hombre, pero gracias a él Cassandra y yo empezamos a ser mucho más agradecidas por lo que teníamos y nuestro objetivo dejó de ser el ganar muchísimo dinero, ahora era el ayudar a los demás ya que nunca fuimos tan felices como el día en el que se miró al espejo sonriendo, contagiando esa sonrisa a todas las personas del local, sonrisas sinceras.

 

Alejandra Toledano, Enero 2021, 2ª Evaluación


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