LA SALIDA
Es un sábado por la mañana de Febrero en Madrid, son las
once y algo de la mañana y hace un día soleado sin una sola nube en el cielo;
me encuentro en un polideportivo bastante grande, delante de una pista roja muy
larga, que está dividida por unas líneas blancas en siete calles.
Miro a mi alrededor y veo mucha gente sentada en unas
gradas, hay mucho ruido. Echo la vista a un lado y veo a mi entrenador Álvaro,
me está intentando decir algo, pero hay tanto ruido de fondo que no consigo
oírle.
Llevo muchas semanas entrenando para esto y sé que hoy es el
día, aunque estoy bastante nervioso. Mis padres están sentados en la grada
junto con el resto del público, pero están muy lejos y no me llega la vista
como para verlos.
De repente oigo una voz que dice “A sus puestos”, respiro
hondo doy un paso al frente y me coloco en los tacos de salida.
Los segundos parecen horas, me apoyo sobre el índice y el
pulgar de las dos manos y las sitúo lo más pegadas posible a la línea de
salida, pero sin tocarla, vuelvo a respirar. Noto todo el cuerpo en tensión,
pero no es tensión mala, es una tensión que me dice que estoy preparado para la
carrera.
El juez dice “Listos” y
alza la pistola en el aire.
De repente el tiempo se detiene, ya no estoy nervioso, ahora
estoy totalmente concentrado. Me da la sensación de que estoy debajo del agua
porque ya no oigo el ruido de la gente, en realidad no oigo nada excepto mi
respiración. Solamente estamos mis pensamientos y yo en esa pista.
Cojo aire otra vez, cierro los ojos completamente y noto
como me late el corazón dentro del pecho, aprieto aún más mis pies contra los
tacos y me preparo para salir. Suelto todo el aire de golpe y me digo a mí
mismo “Vamos Alex, sabes cómo va esto”. Aunque el tiempo discurre tan lento, sé
que ya no queda nada para el pistoletazo de salida, cojo aire una última vez,
dejo la mente en blanco y aprieto la mandíbula.
Entonces el juez da la salida.
Siento que el tiempo vuelve a correr otra vez normal; salgo
de los tacos de salida lo más rápido que puedo y alargo la zancada todo lo que
mi cuerpo me permite.
Noto que cada vez voy más rápido, noto que no me cuesta nada
acelerar, parece que voy sin tocar apenas el suelo y, en ese mismo instante, en
mitad de la carrera, me sonrío a mi mismo; porque esto es lo que me llena, esta
es mi motivación.
Ya estoy llegando al final de la larga pista roja, siento
que mis clavos me impulsan cada zancada que doy, impidiendo que retroceda un
solo milímetro cada vez que toco el suelo.
En ese momento, cuando quedan escasos diez metros, sólo ves
en línea recta, sólo ves la meta, te queman las piernas pero aceleras aún más.
Finalmente cruzas la línea de meta.
Alejandro Millán López- 4ºB Nº16 2ª Evaluación 04/02/2021
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