UNA CARTA
OLVIDADA
Abril,
1937
Elisabeth
estaba junto a la ventana, como de costumbre por la mañana, frente a su máquina
de escribir. Era un día soleado y junto al jardín podía verse a los niños
corriendo y jugando. En esos momentos Elisabeth era más consciente que nunca de
que todo había terminado.
Se
levantó de la silla y observó a su alrededor. Había diferentes cajas, todas
cerradas ya y la casa estaba un poco desordenada pero, aunque fuera a dejarla, para
Elisabeth siempre sería su hogar. Se dirigió hacia ellas y continuó metiendo papeles
y sobres, cuando de repente, un pequeño paquete de papel se cayó al suelo
llamando su atención.
Lo
cogió, lo observó cuidadosamente y lo abrió. Dentro se hallaba una foto en
blanco y negro de un grupo de soldados; en la parte de atrás podía leerse: “1916. Te quiere, James”. El corazón de
Elisabeth dio un vuelco, pero siguió buscando a ver que más encontraba dentro
de aquel sobre de amarillento y desgatado papel.
Junto
a la foto se hallaba una hoja descuidadamente doblada y un poco arrugada: una
carta.
Elisabeth
la abrió cuidadosamente, como si se fuera a romper, y comenzó a leer.
Diciembre,
1916
“Querida Elisabeth,
Te hecho de menos, no puedes imaginarte
cuanto. Esta semana nos trasladaremos al campamento militar de Whitby, ya que
el nuestro fue arrasado hace unos días y no podemos continuar aquí. Te escribo
desde el furgón de combate. Mañana por la noche llegaremos al nuevo campamento.
Aquí hace mucho frío y las horas cada vez transcurren más despacio.
Va a ser una guerra larga y dura, de eso
estoy seguro, y no veo el momento de su fin para poder regresar.
Aún recuerdo el primer día que te vi. Era una
tarde de viernes de 1911, yo estaba en la oficina de periódico de mi padre
ayudándolo con unos artículos para ese domingo, cuando pasaste por delante. Eras
la joven más hermosa que había visto en toda mi vida.
Te seguí y pronto congeniamos. A partir de
ese día, no tuve ojos para otra mujer que no fueras tú. A tu lado, cada día
transcurría más deprisa y de pronto habían pasado tres años, los mejores que
jamás pudiera imaginar.
Pero fue entonces cuando todo lo que habíamos
construido pareció derrumbarse en unas pocas semanas. La guerra había comenzado
a finales de ese mismo año. El gobierno inglés necesitaba soldados así que
debía alistarme e ir a luchar al frente de nuestro país al mes siguiente, en agosto.
Por eso decidimos casarnos antes de mi partida.
El día que nos separamos lo recuerdo como uno
de los más tristes y, aunque prometí volver, aun no he podido cumplir mi
promesa. Anhelo volver a casa y espero que ese día llegue pronto.
Con todo mi amor, James”
Elisabeth
releyó de nuevo la carta como si se fuera a desvanecer entre sus manos. Todos
los recuerdos olvidados, escondidos y enterrados, resurgieron de golpe, como un
tornado que arrasa con todo lo que se encuentra.
En
ese instante y sin desearlo, le vino a la mente el día en que todo pareció desmoronarse
para ella.
Noviembre,
1918 (flashback)
«Estaba impaciente por verle. Desde que se
fue me había sentido vacía al no poder encontrar compañía y afecto en nadie
más. Habían pasado cuatro años desde la última vez que lo vi y estaba feliz del
fin de la guerra y de la vuelta de James a casa.
El día en que todo terminó pensé en él con
más fuerza que nunca, a la espera de noticias informando de su regreso. Aunque
habían pasado varios meses desde su última carta, no quise darle mucha
importancia
consciente de la intensidad de esos últimos
meses de guerra y del último esfuerzo entre combate y combate.
Fue en el periódico de sus padres donde leí
que a las dos semanas de finalizar “La Gran Guerra” regresarían los soldados
que habían partido cuatro años atrás para combatir al frente de su país.
La mañana del 26 de noviembre fui al
encuentro de mi marido, como miles de personas al encuentro de sus seres
queridos.
Al llegar a la estación de tren no cabía en mí
de alegría pues estaba segura de que bajaría del tren en cuanto llegase, para
abrazarme y mirarme con sus ojos marrones que tanto añoraba.
Al poco de llegar a la estación, el tren
efectuó su entrada en ella. Los soldados comenzaron a bajar para reunirse lo
antes posibles con sus familiares, impacientes en la estación.
Con tanta gente me resultaba muy difícil ver
a James, así que decidí quedarme donde estaba y esperar a que apareciera.
Pasados varios minutos, aún sin verlo, pensé que estaría bajando todavía del
vagón. Al cabo de media hora la estación se iba vaciando cada vez más, pero
James seguía sin aparecer. Aunque yo, emocionada, seguía con el corazón en vil.
Pasada una hora, una gran certeza cayó sobre
mí como una losa y supe que James nunca aparecería, ni me abrazaría, ni me volvería
a mirar con esos ojos marrones que tanto añoraba».
Abril,
1937 (presente)
Al
terminar de recordar lo sucedido aquel fatídico día, Elisabeth se dejó caer al
suelo.
Hacía
ya 19 años desde aquel día en la estación; unos meses más tarde, recibió una
carta en la que se daba a James por muerto en combate.
Elisabeth
recordó de nuevo cada momento vivido a su lado, cada risa, cada palabra, cada
te quiero. Entonces, una lágrima resbaló de sus ojos y cayó sobre la carta. Porque
en ese instante, y solo en ese, se permitió ser débil de nuevo y recordar.
Recordar todo, con una carta olvidada.
Carmen Monteiro, 4ºESO C, 01 / 2021
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