MIENTRAS
DORMÍAS
“¿Qué coño es eso que
suena?”, me pregunto al escuchar unos estrepitosos pitidos que no parecen
detenerse. Uf, menudo sonido tan molesto. Esta no es la mejor manera de
despertarse uno.
Cuando, desubicado, logro
entreabrir los ojos, percibo borrosamente el escenario que me rodea. Lo primero
que veo es a un hombre con la mirada clavada en mí. No me resulta familiar.
Supongo que es por el hecho de verle sólo la franja de los ojos, cubiertos por
unas gafas transparentes. Viste un buzo de cuerpo entero y una mascarilla le
cubre el resto de la cara. Al cabo de unos instantes hace su aparición una
persona más, con la misma vestimenta, y muestra una preocupación inmensa por mi
estado. Uno por aquí que no para de tocarme y hablarme, otro por allá
poniéndome una máscara de oxígeno…No cabe duda, estoy en una habitación de
hospital. Ahora la cuestión es: ¿Qué narices hago aquí? Y, aún más importante,
¿Qué hacen los enfermeros con unos trajes tan raros? Que yo sepa, solamente he
visto trajes así en la tele, con esto del ébola hace unos años. Vale, la cosa
pinta mal. Estoy en el hospital por x razón y todo apunta a que hay una
enfermedad vírica detrás de todo esto.
Necesito explicaciones.
Todo mi interior lo constituye ahora un mar de dudas. Pero al mismo tiempo me
siento agotado, tanto física como psíquicamente. ¿Será este el mejor momento
para activar todos mis sentidos y tratar de dar con una respuesta a todas mis
preguntas? En ese momento decidí que lo mejor era relajarme y aguardar hasta
que los enfermeros encontraran el momento oportuno para aclarar mi laguna
mental.
No fue mucho el tiempo
que tuve que esperar, por suerte. Una enfermera de dulce voz y ojos azul
cristalino se dedica a preguntarme dócilmente cómo me encuentro y yo trato de
contestarle con la mayor lucidez que puedo. Pero las primeras palabras que
salen de mi boca son: “No sabes las ganas que tengo de viajar, ver a mis
colegas y familia, ir a fiestas…” pero me detengo cuando escucho una risa salir
de debajo de la mascarilla de la enfermera. Yo, todo extrañado la pregunto:
“¿De qué se ríe usted?”, y esta es la respuesta que obtengo de su parte:
“Verás, ahora tú también te vas a reír… Pues bien, Joseph, resulta que acabas
de salir de un coma de nada más y nada menos que once meses, y, durante este
tiempo, las cosas han cambiado mucho. Para empezar, el accidente que sufriste
fue un atropello, pero lo importante ahora es que eres un chico joven y te recuperarás
pronto. Ahora agárrate que viene el plato fuerte. Solo tres semanas después de
tu accidente, todo Gran Bretaña, junto a otros muchos países, entraron en
estado de confinamiento. ¿Por qué? Nada, una simple pandemia global por un
virus al que llamamos coloquialmente “coronavirus”.
Pude advertir el tono
irónico en sus palabras, que a diferencia de lo que ella decía, no me hacían
ninguna gracia. Prosiguió diciendo: “Para ponerte en situación, debes saber que
es un virus altamente contagioso, que se transmite sobre todo a través de las
vías respiratorias. ¡Hasta tú lo cogiste! Pero no te preocupes porque lo
superaste, y ahora tienes anticuerpos en la sangre, y esto disminuye el riesgo
de que vuelvas a coger el virus en otra ocasión.”
Me costaba prestar atención
plena a sus palabras porque estaba todavía un poco sedado, y, al mismo tiempo,
desconcertado. Toda la información que me hacía llegar era demasiada, y, a su
vez, demasiado difícil de asimilar. Así que yo, tontamente, con una mueca de
confusión, la respondo: “¿Qué?”
Esto provoca en ella otra
risa. “Pobre chico, menudo nubarrón le espera”, piensa la enfermera para sus
adentros. “Tranquilo Joseph, llevará su tiempo, pero te acabarás acostumbrando
a la “nueva normalidad”.
¿Qué está diciendo esta
chica de “nueva normalidad”? Yo, sinceramente, no veo nada de normal en estos
momentos. Un nuevo nombre para esa expresión brota de mi cabeza: “nueva
subnormalidad”, me digo. Estallo en una carcajada, pero al darme cuenta de que
la enfermera me miraba raro, decidí ponerme serio.
Entonces la digo: “¿A qué
se refiere con eso de “nueva normalidad”?”. Kathy, la enfermera, cuyo nombre
acababa de ver en un parche que llevaba en el traje, me contesta: “Ay qué
tonta, no te he explicado sobre las medidas de seguridad para evitar contraer
el virus.” Acto seguido pone la tele y enciende el canal de noticias BBC, que,
como de costumbre, dejaría caer algunas de esas medidas acompañadas de imágenes.
Kathy me explica por qué
la gente lleva mascarilla, por qué se ha dado un segundo confinamiento en
Inglaterra y todo lo demás, que, a diferencia de mi caso, ya deberíais conocer
todos vosotros.
En fin, todo esto es una
mierda. No hay más palabras para describir la situación. Estoy tumbado en una
cama de hospital, casi inmóvil, y lucho por combatir mis ganas de llorar. Pues
sí chicos, aunque parezca que me he tomado la noticia un poco a guasa, empiezo
a reparar en lo fuerte que es todo esto. La enfermera me ha hecho saber que no
voy a poder ver a mis seres queridos hasta dentro de un tiempo, cuando se
normalice un poco el asunto. Que lo más que puedo hacer es conectarme con ellos
por videollamada. Pero todos sabemos que no es lo mismo que tenerles presentes
contigo. Ver sus caras frenéticas de alegría al yo haber despertado del coma.
Recibir un cálido abrazo de su parte, un beso, una caricia. Y ahora lo único
que puedo sentir acariciar mi rostro son las lágrimas que corren
simultáneamente por mis mejillas.
Pasadas unas horas en las
cuales he tratado de esquivar todo pensamiento negativo que abordara a mi
cabeza, oigo unos pasos aproximarse hacia mí. Deduzco que es un enfermero,
claro está, nadie más podía venir a verme. Le reconozco, es uno de los enfermeros
que me asistía al despertar del coma. Un chico joven, cuya mirada me recuerda
un montón a la de mi hermano Jack. Quizá por los efectos de estar sedado,
suelto un: ¡Jack qué alegría verte! Este me contesta: “¡Jo qué buen
recibimiento es este! Yo también me alegro de verte Joseph.” Me quedé perplejo.
Ese no era mi hermano Jack. Él trabaja de camarero en el pub “The Royal”.
Bueno, pensé, hay mucha gente con ese nombre.
Se le veía majo al chico
y entablamos una agradable conversación. Resulta que estudió en el mismo insti
al que yo fui, y pasamos un buen rato hablando del tema. Pasado un rato, a modo
de pitorreo le dije: Jack, ¿no podríais volverme a dormir? Total, para las
noticias que he recibido al despertar…
Se partió de risa, ya que
habíamos estado de coña un buen rato y sabía que no iba en serio. Aun así, me
dijo: “Joseph, amigo, si has sobrevivido a un terrible atropello, puedes con
esto y mucho más. Hazme caso, sé que ahora piensas que nada puede ir a peor,
pero una actitud positiva te hará ver las cosas de otro modo. Pronto te
recuperarás y tendrás más ganas de vivir la vida que nunca. Piensa en toda la
gente maravillosa a la que conocerás, todos los lugares que visitarás cuando
acabe todo esto…Así que escúchame, si estás vivo es por algo.”
Joder, menuda labia tiene
el chaval. Sin habérselo pedido me suelta un discurso filosófico, pero oye, era
lo que necesitaba oír. De hecho, recibiría ese tipo de estímulos positivos cada
día, cuando Jack se pasaba a conversar conmigo y a darme ánimos. Ojalá más
gente como él.
Después de un largo día
de mi nueva vida, concilié el sueño, y, por primera vez en once meses, soñé.
Soñé con una vida pasada. Devolví a mi memoria todos aquellos recuerdos previos
a mi atropello. Al despertar, pensé que me encontraba en mi acogedora
habitación, llena de posters de jugadores de hockey, mi pasión. Pero no era
así. Estaba en esa diminuta habitación de hospital, teniendo que enfrentarme un
día más a la cruda realidad.
Elena Guevara Domínguez,
1ºB, a febrero de 2021.
Comentarios
Publicar un comentario