Juan Fernández de Travanco (Cuestión de Segundos)

 

CUESTIÓN DE SEGUNDOS

Miércoles, 6 de enero de 2020; faltan tan solo 14 días para que Joseph Robinette Biden Jr sea investido como el 46º presidente de los Estados unidos, el país que me vio nacer y por cuya seguridad trabajo cada día.

 

Hoy me he despertado pronto, como de costumbre. Ha sido la misma pesadilla de siempre. Este mes se cumplen 12 años desde que mi escuadrón abandonase Iraq, pero en todo este tiempo no ha habido día en el que no haya recordado por lo que pasamos en la guerra, los que volvimos, y los que nunca lo hicieron.

 

He desayunado y he cogido el coche, tras conducir durante tres cuartos de hora, he conseguido recorrer las 8 millas que separan mi casa del trabajo. El tráfico de esta ciudad sigue siendo la misma mierda de siempre.

 

Aquí estoy, en el puesto de control del senado, en el ala norte del capitolio. Desde que la pandemia estalló en nuestro país, pocos son los visitantes que se aventuran a venir por aquí.

 

Hoy, sin embargo; las calles están abarrotadas, el espíritu navideño inunda la capital, multitud de personas se apresuran a comprar en los grandes almacenes, que ofrecen las mejores rebajas.

 

Al otro lado de la ciudad, a tan solo unas manzanas de aquí, un gran grupo de personas se manifiestan en contra del gobierno electo en las elecciones del noviembre pasado.

 

El presidente ha salido a recibirles, ha estado conversando con ellos y les ha mostrado su apoyo a través de su web social favorita: Twitter.

 

Ha llegado la hora de comer, así que abandono el puesto, del cual no me he despegado en las últimas 6 horas. Las rodillas me están matando, un veterano de guerra, una persona que ha dado su vida por su país, el país más avanzado del mundo, sin la posibilidad de dejar atrás los fantasmas del pasado. ¿Cómo es eso posible?

 

Solo me he alejado de mi puesto por 30 minutos, pero el trabajo de hoy acaba de cambiar radicalmente. La turba ha decidido que manifestarse no era suficiente, y ahora marcha hacia el capitolio.

 

El pequeño grupo que esta mañana hablaba con el presidente parece haberse multiplicado, ahora puedo contar por lo menos 800 personas, y no parece que vengan a dialogar.

 

Me apresuro a volver a mi puesto y, tras recuperar el aliento, llamo por el walkie-talkie a los compañeros que protegen la fachada principal del edificio, ni siquiera ellos saben que sucede.

 

Ya es tarde, en apenas unos minutos los asaltantes han conseguido burlar las defensas del capitolio y avanzan hacia el senado, donde cientos de políticos aguardan; entre ellos se halla Mike Pence, vicepresidente durante el mandato de Trump, que tras negarse a boicotear al nuevo gobierno es otro enemigo más a los ojos de los intrusos.

 

Estos han logrado abrirse paso y ahora se encuentran a escasos metros de mí. Puedo oír sus pisadas cada vez más cerca, escucho sus voces más y más fuerte, vienen hacia aquí; y lo único que se interpone entre ellos y los senadores soy yo, nadie más que yo.

 

El primero de los asaltantes asoma la cabeza, y tras él; decenas de sus socios. Creo que me han visto. Es cuestión de segundos que vengan a por mí.

 

Debo tomar una decisión, y tengo poco tiempo para hacerlo; comienzo a correr hacia la planta de arriba, me persiguen. Lo que ellos desconocen es que a cada paso que dan su objetivo se aleja. No paro de correr hasta un par de cientos de metros más allá, cuando quedo acorralado. He ganado el tiempo suficiente para que los senadores hayan sido evacuados y mis compañeros acudiesen en mi ayuda.

 

Si hubiera dudado durante un segundo más, o me hubiese decantado por asegurar mi puesto, los asaltantes habrían irrumpido en la sala del Senado, y quién sabe que hubiera podido pasar…

 

Cientos de personas regresarán hoy a sus hogares gracias a gente como yo, que diariamente arriesgan sus vidas por preservar lo correcto. Por todos y cada uno de ellos.

 

 

 

 

 

 

 


Comentarios

  1. No concuerdo con los ideales de Biden, pero espectacular relato y gran uso de la gramática.

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