LA
GRAN NEVADA
Son las 11:30 de la
mañana del 6 de enero y me levanto rápidamente. Hoy es la festividad de los
Reyes Magos y estoy segura de que me han traído regalos. Sin perder tiempo, voy
a ver si el resto de la familia está levantada, porque mi madre no permite
abrir ni un solo regalo si no estamos todos juntos, y eso de ver los paquetes
sin poder abrirlos, no lo soporto.
Tengo que confesar que
las Navidades no son mi época del año favorita y este año, menos. Han sido unas
Navidades diferentes, pero, sin duda, han sido unas Navidades raras. Este virus,
que ha decidido convivir con nosotros todo el año pasado y hasta no se sabe
cuándo, no ha querido tomarse ni un respiro y, como mi abuelo es mayor, no
hemos querido arriesgarnos por lo que no nos hemos juntado en todos estos días.
Mi abuelo lo está pasando mal porque nos vemos muy poco, pero todos acordamos
que la mejor opción era quedarnos cada uno en nuestra casa.
Con el lío de los regalos
y colocarlo todo se me ha pasado el día rapidísimo y mientras cenamos, tenemos
las noticias puestas en la televisión, aunque no les estamos haciendo mucho
caso. Sin embargo, de repente, oímos que están diciendo en el espacio del
tiempo que se esperan nevadas en Madrid. Pienso que no será para tanto porque
tampoco recuerdo una gran nevada, salvo las nevadas que viví en Andorra cuando
iba a esquiar, por cierto, otra cosa que este virus no me va a dejar hacer este
año. La lista de cosas que no puedo hacer empieza a ser interminable. Estaba
pensando en esa lista de cosas, cuando mi madre empieza a contarme que sí que
he visto nevar en Madrid. Entonces, recuerdo que cuando era pequeña nevó y
salimos al parque que hay al lado de casa para que mi hermano y yo viésemos la
nieve y jugásemos con ella. Había nieve suficiente para jugar y nos los pasamos
muy bien haciendo guerra de bolas.
Me levanto el 7 de enero
y, de nieve, nada de nada. Me siento decepcionada porque, por un lado, quería
creer que los meteorólogos iban a acertar. Sin embargo, a media mañana empiezo
a ver los primeros copos, aunque a ese ritmo no creo que llegue a cubrir la
calle. Después de comer, mi madre me dice que tiene que salir a hacer unas
compras y decido acompañarla porque me apetece ver cómo está todo por ahí, por
si acaso por otros sitios ha nevado más. Mientras hacemos las compras ha dejado
de nevar y volvemos a casa. Estar por la calle no es muy agradable y además
hace frío. Las posibilidades de verlo todo nevado parece que se esfuman.
Es la hora de la cena y como
el día anterior, las noticias de la televisión insisten en que va a nevar, otra
vez. Y, además, resulta que han puesto nombre a la borrasca. Las agencias de meteorología
son las que ponen los nombres a las borrascas que consideran de alto impacto. A
esta borrasca la Agencia Estatal de Meteorología española le ha puesto Filomena.
Los nombres de las borrascas van en orden alfabético, de la A a la W y alternan
nombres de hombre y mujer para que no haya discriminación, y ahora tocaba la F.
Pienso en el nombre y a quién se le habrá ocurrido, porque si yo tuviera que
pensar un nombre femenino con F, Filomena no hubiera estado en mi lista.
Supongo que será porque la madre o la abuela del que puso el nombre se
llamarían así, porque lo que se dice nombre común, no es mucho. A mi hermano, que
nos está escuchando, le da igual el nombre, él está indignado porque le han
cancelado un examen por la nieve, después de llevar dos días estudiándolo. Al
final me acuesto con la duda de si será verdad que va a nevar y si realmente
será para tanto.
Viernes 8 de enero y la
nieve que había caído el día anterior se ha derretido por completo. Dentro de
dos días vuelvo al cole y me pongo a preparar el inicio del curso. Al igual que
el día anterior, a media mañana, empiezan a caer los primeros copos, pero veo
con asombro que no está parando de nevar, al revés, parece que los copos son más
grandes y caen más intensamente. Para mi sorpresa, las zonas que no se pisan
están empezando a verse blancas y mi esperanza de ver las calles con nieve va
en aumento. Y así voy pasando el día, en casa y mirando por la ventana de vez
en cuando porque en mi calle, la nieve está cuajando. En las noticias empiezan
a decir los problemas que está teniendo la gente para volver a casa, sale la
carretera de Burgos, que es la que yo utilizo para ir de Alcobendas a Madrid
todos los días, y no doy crédito. Los coches están parados en medio de la
carretera sin poder moverse, llevan horas atrapados y parece que es imposible
avanzar. Solo de pensar que no pueden salir de ahí, me dan escalofríos, pero en
ningún momento pienso que van a tener que rescatarlos y dejar los coches
tirados en medio de la carretera o que algunos de ellos, van a tener que pasar
la noche en el coche. Cuando me voy a la cama sigue nevando, no ha parado en
todo el día. Espero que mañana haya algo de nieve y pueda salir y disfrutar un
poco.
Sábado 9 de enero y tengo
que frotarme los ojos un par de veces porque me cuesta asimilar lo que estoy
viendo. Delante de mi veo un paisaje blanco en el que no distingo la carretera
de las aceras, ni la rotonda de enfrente, ni los bolardos que marcan los cruces
peatonales. Solo veo un inmenso manto blanco que lo cubre todo, los árboles
blancos como si de una estampa navideña se tratara y, además, sigue nevando.
Salgo emocionada de mi habitación y lo primero que pienso es en salir al parque
y disfrutar de la nieve. Mi madre me mira como si estuviera loca, pero me da
igual. Este es el momento que estaba esperando. Tengo una amiga que vive
enfrente y rápidamente hablamos para quedar. Busco la ropa de esquí y me visto.
Mi madre está entre alucinada y muerta de risa. ¿En qué momento te pones la
ropa de esquí en Madrid si no vas a la sierra a esquiar? Le enseño fotos que
mis amigas van colgando en las redes sociales, con esquís en la puerta del
colegio. ¡Qué fantasía! Cuando salgo a la calle ando con dificultad por dentro
de mi urbanización y por la calle, la nieve me llega casi a las rodillas. El
trayecto al parque se recorre en dos minutos, pero tardamos más de diez, los
coches están cubiertos de nieve y por supuesto, imposible moverlos o conducir.
Me tiro toda la mañana en el parque, hay un momento en el que ya no siento las
manos y hasta el móvil ha colapsado del frío, pero no me importa, porque me lo
estoy pasando genial. Estamos totalmente incomunicados en Alcobendas, todos los
planes del sábado cancelados y suspensión del inicio de clases previsto para el
lunes. Toca pasar el día en casa con la calefacción puesta.
Ya es domingo, voy a la
cocina y me encuentro a mi madre viendo la televisión. Madrid está totalmente
bloqueado por la nieve. Vemos imágenes impactantes en la tele y en las redes
sociales, realmente ha sido la gran nevada, pero veo a mi madre preocupada por
mi abuelo. Él vive en una casa con jardín y posiblemente esté totalmente
aislado, si le pasara algo, sería difícil acceder a su casa. Quiere ir a verle
para quitar algo de nieve y hacerle un pequeño camino por si tuviera una
urgencia. Rápidamente le digo que vamos las dos, no puedo dejar que mi madre
vaya sola, aunque hay que ir andando hasta allí, 4 kilómetros nada más y nada
menos. No sabemos cómo van a estar las calles ni lo que vamos a tardar, pero
hay que hacerlo. Le contamos a mi hermano los planes y nos dice que él también
nos ayuda, que le han cancelado todos los exámenes previstos para la semana
siguiente. Por un lado, me da pena, porque mi hermano no disfruta de las
vacaciones de Navidad por preparar todos los exámenes cuatrimestrales que son
justo a la vuelta y, de repente, por la nevada, parece que todo su esfuerzo no
ha servido. Segundo día en el que me vuelvo a poner la ropa de esquí, y
empezamos nuestra pequeña excursión. Para llegar a casa de mi abuelo tenemos
que atravesar el Soto de la Moraleja, es una zona residencial y arbolada.
Tenemos que ir andado por la carretera porque las aceras en esta zona son muy estrechas
y están llenas de ramas. Veo con desolación los destrozos de la nevada, algunos
coches tirados en medio de la carretera porque se han quedado bloqueados o con
algunos golpes que debieron darse si patinaron mientras nevaba, ramas de
árboles tronchadas, algunas han caído encima de los coches aparcados
causándoles daños en cristales y chapa. Vamos con cuidado de no resbalar porque
las calles están impracticables y por esta zona, ni ha pasado una máquina
quitanieves ni han echado sal.
Por fin llegamos a casa
de mi abuelo, mi hermano tiene que empujar con fuerza la puerta de entrada
porque hay tanta nieve que nos impide entrar. Con palas y recogedores empezamos
a hacer un camino de la puerta de la casa a la puerta de la calle. En algunas
zonas del jardín, donde se ha arremolinado la nieve puede haber más de 50
centímetros de altura. En su jardín también hay árboles tronchados que no han
aguantado el peso de la nieve y supongo que todas las flores que hay debajo
habrá que quitarlas y plantar nuevas, pero eso será cuando la capa de nieve
desaparezca. No obstante, tenemos que dar gracias porque no hay grandes
desperfectos y mi abuelo está bien. Después de un par de horas sin parar de
quitar nieve, nos tomamos un aperitivo al sol para coger fuerzas porque ahora,
tenemos que iniciar la marcha para volver a casa. A pesar de los kilómetros y
el esfuerzo me siento bien porque mi abuelo es una de las personas más
importantes de mi vida y siempre está dispuesto a ayudarme, lo menos que puedo
hacer es ayudarle a él cuando me necesita.
Parece que vamos a pasar
un tiempo en casa hasta que la nieve se derrita. Ahora ya no nieva, pero hace
muchísimo frío por lo que costará más tiempo. Las clases serán telemáticas y
mis exámenes se han aplazado para que sean presenciales. A mi hermano también
le han dado un nuevo calendario de exámenes presenciales porque quieren evitar
los exámenes “online” y las fotos que le llegan de las calles de la Universidad
Autónoma de Madrid se parecen más a las de una pista de esquí. No le queda otra
que seguir estudiando.
Por unos días, el virus
que lleva abriendo todos los telediarios desde hace casi un año, pasó a un
segundo plano. Las imágenes de Madrid nevado eran impresionantes, lástima que
hayan traído tantos inconvenientes y problemas a mucha gente. Madrid ha estado
bloqueado durante una semana, carreteras cortadas, vuelos cancelados y
servicios esenciales interrumpidos. Es verdad que no estamos acostumbrados, no
nevaba así desde hacía 70 años, y la ciudad no estaba preparada para esto. Espero,
por lo menos, que los dirigentes hayan aprendido la lección y si volviera a
suceder, haya más previsión. Sin embargo, quiero ser positiva y me quedo con la
experiencia de haber vivido algo único.
Laura
Ulloa Merlo
1º
Bachillerato A
25
de enero de 2021
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