Marta Torres-Dulce (Esperanza)


 

ESPERANZA

 

Ella era una niña normal y corriente, era muy pequeña, apenas tenía 4 años. Por lo que se levantaba todos los días con una sonrisa, con ganas de aprender cosas nuevas respecto al día anterior y con ganas de comerse el mundo. Ella era una niña risueña, era alegría, ella se llamaba Esperanza.

 

Esperanza tenía una rutina como cualquier niño pequeño, se levantaba después de sus tantas horas de sueño. Iba corriendo a darles un beso de buenos días a sus padres y a sus hermanas, luego iba a desayunar el rico desayuno que anteriormente la habían preparado, terminaba, iba a su cuarto y la vestía su padre. Después se lavaba los dientes y se montaba en el coche con su pequeña mochila en la cual lo único que llevaba era su merienda de media mañana. Terminaba el colegio y la venían a recoger. Merendaba, jugaba un rato, se duchaba, cenaba y se metía en la cama. Siempre llamaba a su madre para que rezasen juntas y le diese un beso de buenas noches, Esperanza valoraba mucho los pequeños gestos. Y así sucesivamente.

 

Pasaban los años, ella seguía igual de feliz.

 

Hasta que en el verano en el que ella tenía 8 años empezó a notar a su padre preocupado, a su madre muy triste, y ni Esperanza ni sus hermanas sabían que ocurría. Estaban en su casa localizada en el norte, situada en Gijón, a pie de playa, veraneando, se pasaban todos los veranos ahí, desde junio hasta septiembre.

 

Sus padres decidieron contar que pasaba, era julio de 1936 y les acababan de decir que su país estaba en guerra, la denominada guerra civil. Ellas no entendían mucho, por lo que no paraban de preguntar: “mamá, papá, que está pasando”, la respuesta de sus padres fue: “hay un lucha en nuestro país”. Claro qué ninguna entendía nada, excepto la mayor. Su padre estaba cada vez más triste, conciliaba pocas horas de sueño, estaba mucho tiempo fuera de casa.

 

Esperanza le suplicaba que fuesen juntos a la playa, pero él no quería, algo muy raro en él ya que lo que más le gustaba hacer en verano era ir con su familia a jugar con las olas y con la arena.

 

Pasaron los meses y su padre seguía con ese comportamiento tan extraño, las cuatro hijas y la madre comían y cenaban siempre solas, sin su padre, le echaban mucho de menos. Cada vez le veían menos, Esperanza le decía a su madre: “oye mamá, íbamos a estar aquí hasta septiembre y ya estamos a diciembre, podemos volver a nuestra casa, pero sobre todo a ver a papá todo el día”.

 

Ese día su padre no había aparecido en ningún momento por casa. El resto de la familia quería pensar en positivo y en que no le había pasado nada malo. Cada día que pasaba le echaban más de menos, en ese momento más que nunca.

 

La familia lloraba desconsoladamente. Él no se había pasado por casa desde hacía ya tres días.

 

Recibieron una noticia, era su padre, su padre había fallecido en la guerra. Para Esperanza y toda la familia era un pilar fundamental. Ella con tan solo ocho años había perdido a su padre, ¿quién la iba  contar chistes?,  ¿quién la iba a llevar al colegio? ¿Quién iba a estar con su madre en todo momento cuidando de sus cuatro hijas?, y sobre todo ¿quién iba a transmitir esa felicidad que solo él sabía transmitir?, pero ahora,  solo les quedaba mirar arriba y cuidar de él como pudiesen.

 

Marta Torres-Dulce, febrero 2021, 4F, 2º evaluación.

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