Pablo Nebot (La fábrica)


 

LA FÁBRICA

Aún quedaban 4 días de verano cuando recibí una llamada telefónica que me ofrecía un puesto de trabajo en la fábrica del pueblo de al lado, Omnikayon. A pesar de que ya no iba a poder ir a la escuela ni estar con mis amigos, me alegré y fui a contárselo a mi madre. Aunque apenas tenía 13 años, me alegré porque en mi familia solo trabajaba mi padre y siendo 6 hermanos le costaba mucho mantenernos. Además, yo era el mayor y tenía que dar ejemplo a mis hermanos pequeños, pese a que yo era bastante pequeño para empezar a trabajar.

 

Esas 4 noches no pude dormir ya que mi cabeza no paraba de darle vueltas a cómo iba a ser mi vida en los próximos meses, y a pesar de que el pueblo se encontraba a apenas 5 kilómetros no podía volver a casa ni los fines de semana, solo me dejaban en Navidad y en Semana Santa si iba bien la producción. No obstante, estaba ansioso por empezar a trabajar. Tras una larga espera, por fin llegó el día. No eran ni las 6:00 de la mañana cuando miré por la ventana y ví a un autobús parado en frente de la puerta de mi casa y curiosamente llevaba el logo de la compañía en la que iba a empezar a trabajar hoy, tardé unos segundos en espabilarme y darme cuenta de que ese autobús estaba esperándome a mí, así que rápidamente cogí mi maleta, me dirigí a la nevera, y pillé todo lo que pude ya que no sabía si allí la comida iba a estar buena. Acto seguido, fui al cuarto de mis padres para despedirme de ellos y tras dos minutos finalmente me subí al autobús.

 

Yo no lo sabía, pero en ese momento me estaba dirigiendo al pueblo con la temperatura más baja del mundo. ¿Cómo era posible que en mi pueblo hicieran menos 10º grados y en Omnikayon hicieran menos 50? Bueno, la respuesta era sencilla, este pueblo se encontraba en un valle donde el frío se quedaba acumulado por culpa de los glaciares, y además había fuertes rachas de viento, por no mencionar que no había ni un solo día en todo el año que no nevase. Tras un corto viaje llegué a la fábrica, era un impresionante edificio de unos 300 metros de largo, a la derecha había 4 grandes posadas donde dormían los empleados y a la izquierda un enorme comedor. En ese lugar hacía un frío increíble, por tanto, nada más llegar me fui corriendo a deshacer mi maleta a la habitación que se me había asignado, gracias a Dios que había calefacción en ese lugar.

 

Cuando acabé de deshacer mi maleta me eché una siesta ya que esa noche había dormido poco, y tras dos horas durmiendo me despertaron unos pasos, abrí los ojos y vi a mi compañero de habitación. Se llamaba Blas y tenía diez años más que yo, sin embargo, no tardamos en hacernos amigos. Hoy era domingo, por tanto, no teníamos que trabajar, era nuestro día de descanso. Así que Blas me estuvo contando un montón de historias divertidas sobre su infancia y sus peleas, ya que hace 3 años había sido boxeador profesional, pero por una lesión grave lo tuvo que dejar y dedicarse al mundo de la producción.

 

Al día siguiente, a las 7:00 de la mañana sonó una alarma muy fuerte en las 4 posadas que nos despertó a todos. Blas me contó que teníamos hasta las 7:30 para ducharnos, vestirnos desayunar y colocarnos en nuestros puestos para empezar a trabajar. Como de costumbre ya que yo era un poco despistado se me había olvidado preguntar qué producto se fabricaba en la fábrica, así que le pregunté a mi amigo, y me dijo que era una empresa de zapatos. Yo no me sorprendí mucho ya que imaginaba que se iba a tratar de algo textil. A los pocos minutos de colocarnos en nuestros puestos se me acercó un hombre mayor qué debía de ser el jefe del módulo y me indicó cuál iba a ser mi labor en la fábrica.

 

Mi trabajo consistía en empaquetar todos los zapatos según sus tamaños, colores y diseños en diferentes cajas y a continuación transportar esas cajas a unos camiones que se encontraban a unos 50 metros de allí. ¿No parecía muy difícil no?

 

Así pasaron 2 semanas hasta que una mañana sonó la alarma de incendios y tuvimos que salir de la fábrica, pero en ese momento yo había ido al almacén a ayudar a Blas y cuando intentamos salir las puertas se habían quedado cerradas y bloqueadas como medida de seguridad. Pero para nuestra mala fortuna las puertas del almacén estaban hechas como las rejas de las cárceles, por tanto, el fuego podía entrar en la sala en la que estábamos. En ese momento yo estaba bastante alterado preguntándole a Blas qué íbamos a hacer, pero él estaba concentrado buscando una solución para salir de ahí.

 

Yo sabía que era un hombre listo, y eso juntado con los años que llevaba trabajando en esta fábrica de experiencia, nos acabaría sacando de allí. A continuación, procedió a coger todos los cordones que había los zapatos que transportábamos, eran 30 en total, con ellos hizo una cuerda de unos 4 metros de largo y la ató a una rejilla que había en el techo. Después de eso, me dijo que me subiera de pie a sus hombros y que escalara por la cuerda para desatornillar la rejilla. Y eso hice, logré desencajarla, pero el problema es que por ese túnel solo podía entrar yo. En ese momento me puse muy triste porque sabía que no podía abandonar a Blas, pero el sin perder la compostura me indicó el camino que debía seguir hasta llegar a la chimenea y salir al tejado. Tras haber salido, bajé por una escalera que me facilitaron al verme allí arriba, y nada más bajar avise a los bomberos que ya habían llegado allí de que mi amigo estaba atrapado en el almacén de la fábrica. Estos hombres se pusieron sus trajes anti fuego y lograron rescatarle sano y salvo.

 

Ya han pasado dos años desde que ingresé a la fábrica y hubo el incendio, y estoy bastante feliz en este lugar. Además, con el cambio de dueño nos dejan ir a visitar a nuestras familias todos los fines de semana y el jefe me ha dicho que por mi gran trabajo pronto me ascenderán a jefe de operaciones. Yo creo que por hoy ya he escrito suficiente en mi diario, mañana habrá más.

 

Pablo Nebot.


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