LA FÁBRICA
Aún quedaban 4 días de verano cuando recibí una llamada
telefónica que me ofrecía un puesto de trabajo en la fábrica del pueblo de al
lado, Omnikayon. A pesar de que ya no iba a poder ir a la escuela ni estar con
mis amigos, me alegré y fui a contárselo a mi madre. Aunque apenas tenía 13
años, me alegré porque en mi familia solo trabajaba mi padre y siendo 6
hermanos le costaba mucho mantenernos. Además, yo era el mayor y tenía que dar
ejemplo a mis hermanos pequeños, pese a que yo era bastante pequeño para
empezar a trabajar.
Esas 4 noches no pude dormir ya que mi cabeza no paraba de
darle vueltas a cómo iba a ser mi vida en los próximos meses, y a pesar de que
el pueblo se encontraba a apenas 5 kilómetros no podía volver a casa ni los
fines de semana, solo me dejaban en Navidad y en Semana Santa si iba bien la
producción. No obstante, estaba ansioso por empezar a trabajar. Tras una larga
espera, por fin llegó el día. No eran ni las 6:00 de la mañana cuando miré por
la ventana y ví a un autobús parado en frente de la puerta de mi casa y
curiosamente llevaba el logo de la compañía en la que iba a empezar a trabajar
hoy, tardé unos segundos en espabilarme y darme cuenta de que ese autobús
estaba esperándome a mí, así que rápidamente cogí mi maleta, me dirigí a la
nevera, y pillé todo lo que pude ya que no sabía si allí la comida iba a estar
buena. Acto seguido, fui al cuarto de mis padres para despedirme de ellos y
tras dos minutos finalmente me subí al autobús.
Yo no lo sabía, pero en ese momento me estaba dirigiendo al
pueblo con la temperatura más baja del mundo. ¿Cómo era posible que en mi
pueblo hicieran menos 10º grados y en Omnikayon hicieran menos 50? Bueno, la
respuesta era sencilla, este pueblo se encontraba en un valle donde el frío se
quedaba acumulado por culpa de los glaciares, y además había fuertes rachas de
viento, por no mencionar que no había ni un solo día en todo el año que no
nevase. Tras un corto viaje llegué a la fábrica, era un impresionante edificio
de unos 300 metros de largo, a la derecha había 4 grandes posadas donde dormían
los empleados y a la izquierda un enorme comedor. En ese lugar hacía un frío
increíble, por tanto, nada más llegar me fui corriendo a deshacer mi maleta a
la habitación que se me había asignado, gracias a Dios que había calefacción en
ese lugar.
Cuando acabé de deshacer mi maleta me eché una siesta ya que
esa noche había dormido poco, y tras dos horas durmiendo me despertaron unos
pasos, abrí los ojos y vi a mi compañero de habitación. Se llamaba Blas y tenía
diez años más que yo, sin embargo, no tardamos en hacernos amigos. Hoy era
domingo, por tanto, no teníamos que trabajar, era nuestro día de descanso. Así
que Blas me estuvo contando un montón de historias divertidas sobre su infancia
y sus peleas, ya que hace 3 años había sido boxeador profesional, pero por una
lesión grave lo tuvo que dejar y dedicarse al mundo de la producción.
Al día siguiente, a las 7:00 de la mañana sonó una alarma
muy fuerte en las 4 posadas que nos despertó a todos. Blas me contó que
teníamos hasta las 7:30 para ducharnos, vestirnos desayunar y colocarnos en
nuestros puestos para empezar a trabajar. Como de costumbre ya que yo era un
poco despistado se me había olvidado preguntar qué producto se fabricaba en la
fábrica, así que le pregunté a mi amigo, y me dijo que era una empresa de
zapatos. Yo no me sorprendí mucho ya que imaginaba que se iba a tratar de algo
textil. A los pocos minutos de colocarnos en nuestros puestos se me acercó un
hombre mayor qué debía de ser el jefe del módulo y me indicó cuál iba a ser mi
labor en la fábrica.
Mi trabajo consistía en empaquetar todos los zapatos según
sus tamaños, colores y diseños en diferentes cajas y a continuación transportar
esas cajas a unos camiones que se encontraban a unos 50 metros de allí. ¿No
parecía muy difícil no?
Así pasaron 2 semanas hasta que una mañana sonó la alarma de
incendios y tuvimos que salir de la fábrica, pero en ese momento yo había ido
al almacén a ayudar a Blas y cuando intentamos salir las puertas se habían
quedado cerradas y bloqueadas como medida de seguridad. Pero para nuestra mala
fortuna las puertas del almacén estaban hechas como las rejas de las cárceles,
por tanto, el fuego podía entrar en la sala en la que estábamos. En ese momento
yo estaba bastante alterado preguntándole a Blas qué íbamos a hacer, pero él
estaba concentrado buscando una solución para salir de ahí.
Yo sabía que era un hombre listo, y eso juntado con los años que llevaba trabajando en esta fábrica de experiencia, nos acabaría sacando de allí. A continuación, procedió a coger todos los cordones que había los zapatos que transportábamos, eran 30 en total, con ellos hizo una cuerda de unos 4 metros de largo y la ató a una rejilla que había en el techo. Después de eso, me dijo que me subiera de pie a sus hombros y que escalara por la cuerda para desatornillar la rejilla. Y eso hice, logré desencajarla, pero el problema es que por ese túnel solo podía entrar yo. En ese momento me puse muy triste porque sabía que no podía abandonar a Blas, pero el sin perder la compostura me indicó el camino que debía seguir hasta llegar a la chimenea y salir al tejado. Tras haber salido, bajé por una escalera que me facilitaron al verme allí arriba, y nada más bajar avise a los bomberos que ya habían llegado allí de que mi amigo estaba atrapado en el almacén de la fábrica. Estos hombres se pusieron sus trajes anti fuego y lograron rescatarle sano y salvo.
Ya han pasado dos años desde que ingresé a la fábrica y hubo
el incendio, y estoy bastante feliz en este lugar. Además, con el cambio de
dueño nos dejan ir a visitar a nuestras familias todos los fines de semana y el
jefe me ha dicho que por mi gran trabajo pronto me ascenderán a jefe de
operaciones. Yo creo que por hoy ya he escrito suficiente en mi diario, mañana
habrá más.
Pablo Nebot.
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