MI
DURA REALIDAD
Soy Lucía, tengo 25 años
y he salido hace poco de la universidad.
El 20 de abril del 2020,
recibí una llamada de auxilio; pidiéndome ayuda y me dijeron que necesitaban mi
incorporación inmediata pero que no me darían un sueldo alto.
Yo en ese momento no
estaba trabajando así que, aunque no me diesen mucho a cambio, no me lo pensé
dos veces y decidí iniciarme como profesional. Llegué el 22 de abril a mi nuevo
y primer trabajo, el cual llevaba esperando desde hacía mucho tiempo.
Allí todo se respiraba
distinto a la realidad, mis nuevos compañeros parecían muy cansados; agotados.
Nadie tenía ganas de hablar, había mucho estrés, mucha tensión y tristeza.
Me asignaron mi primera misión,
Paula, 39 años.
No hablaba conmigo porque
no podía, tampoco me veía, pero sé que me sentía, ella sabía que estaba con
ella al igual que lo estaba con más gente en situaciones similares a la suya.
Yo la hablaba todos los
días, la contaba cosas sobre mí y la transmitía mucho ánimo, la cuidaba y
luchaba por y con ella.
Un día, abrió los ojos y
conocí su preciosa mirada, azul y penetrante. Por fin me puso cara, pero seguía
sin poder hablar ni moverse, estaba muy mal.
Paula llegó aquí hace dos
meses y yo con ella llevo ya tres semanas.
Cuando llegó, tenía en el
cuerpo ese terrible bicho del que no se para de hablar, se había instalado en
su sistema respiratorio y cada vez crecía más. Todo fue culpa de una noche de
fiesta con sus amigos, en la que uno de ellos cobijaba a este monstruo y el
cuál fue saltando de un amigo a otro hasta dar con Paula, la asmática del
grupo; mi amiga.
Me entraron escalofríos
al pensar que estaba en mis manos intentar hacer que Paula saliese de aquí.
En ese momento, entendía
y estaba pasando por esa tristeza y pesadumbre que mis compañeros llevaban
viviendo ya cierto tiempo. Mi jefe me dijo que tenía que doblar turno, y así lo
hice con tal de intentar conservar vivas aquellas misiones que se me habían
encomendado. Al final de la semana, llegaba muy cansada, tengo en la cara
marcas fijas de las tres mascarillas que me pongo y la piel del cuerpo la tengo
seca por los equipos de protección. Cuando estoy trabajando, me falta el aire,
tengo sueño y ganas de descansar, pero mis ganas de salvar vencen.
Llegó un día crítico en el
que el corazón de Paula, como desde hacía unos días atrás, se encontraba débil
y no tenía fuerzas para continuar luchando. Se la practicó su respectiva reanimación,
pero, estando yo con otra persona; escuché la frase más dolorosa y a la vez más
común en esos momentos: “la hemos perdido”.
No podía creer que
hubiera llegado ese momento. Mi primer reto, mi amiga Paula, me había dejado.
Esa noticia me impactó
tanto que dejó en mí una marca de supervivencia y fortaleza que no había visto
nunca antes.
Hoy, 2 de febrero de
2021, aquí sigo; intentando ayudar a mis nuevos amigos, intentado no caerme del
agotamiento y, sobre todo, luchando por aquellos que merecen seguir viviendo.
Sandra Membiela,
5/02/2021. 2ªEv. 4ºESO, E.
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