EL ENEMIGO INVISIBLE
Querido
diario,
No
sé qué ha pasado, todo ha ido tan rápido... Recuerdo que mis padres cada vez se
veían más preocupados, hasta que un día me recogieron del colegio para no
volver allí en una eternidad.
Solo
me explicaron que había venido un enemigo que no nos podía encontrar porque era
peligroso; por eso debíamos quedarnos en casa. Y, aunque no pude celebrar mi séptimo
cumpleaños con mis amigos, todo al principio me pareció súper-divertido, como cuando
jugábamos al escondite, como si todo esto formara parte de una película de esas
tan entretenidas que veía con mamá en el cine.
Pero,
al cabo de las semanas, todo se volvió más aburrido. Se apoderó de mí un sentimiento
extraño como una gran preocupación por mis padres. Cada vez les oía discutir
más y más sobre dinero y mencionaban mucho algo así como “no llegar a fin de
mes”.
Yo
no me encontraba bien, no entendía cómo no estaban más felices. Ahora pasábamos
más tiempo reunidos y, como papá ya no tenía que ir a trabajar al restaurante,
jugaría mucho más conmigo. Pero no me gustaba verlos discutir. Prefería seguir
como antes, todos más tranquilos: mamá y yo jugando juntos por las tardes, papá
trabajando aunque no le viese hasta por la noche. Asique decidí reunir mis
ahorros para ayudar con eso del “fin de mes”. Mis padres, sonriendo falsamente,
me abrazaron. A mamá se le escapó una lágrima, echaba de menos verlos felices.
Cada
día salían más noticias en el canal ese tan aburrido que ponen en la tele; ahí empecé
a entender quién era nuestro enemigo aunque me costaba creer que fuera
invisible, muy peligroso y se colara dentro de ti. Nunca llegué a saber cómo
los villanos de mis series favoritas tenían las mismas características que algún
malvado en la realidad. ¡A lo mejor iba a salir en una de esas pelis tan
chulas!
Pero
me equivocaba, encima todo empeoró. Por ejemplo, cada vez el bocadillo de mi
merienda llevaba menos contenido: un día, mamá dejó de poner queso, otro día
cambió el jamón serrano por el chocolate y, después, solo pan y aceite y así, hasta
que ya no tuve más bocatas.
Un
día, mamá me llevó de excursión a un sitio nuevo donde repartían comida, ¡y gratis!
Allí íbamos cada vez más veces hasta que empezamos a ir todos los días para desayunar,
comer y cenar. Mamá decía que era un restaurante especial, y aunque era incómoda
la máscara que teníamos que llevar, me gustaba porque parecía un ninja escondiéndome
del monstruo invisible.
A
papá le contrataron para trabajar sirviendo comida en otro restaurante aunque también
era uno especial como a los que íbamos; le veíamos mucho menos porque su nuevo trabajo
estaba lejos. Un día como cualquier otro, en el restaurante especial, me hice
amigo de Matías, un niño de mi edad que, más o menos, pasaba por lo mismo que yo. Yo me lo pasaba bien con mi
amigo. Sin embargo, sentía que mamá y papá no veían tan divertido ir a esos
restaurantes.
Hasta
que un día, papá enfermó gravemente, no dejaba de toser. Mamá llamó al
hospital. Todo pasó muy rápido: unos hombres disfrazados de astronautas
vinieron y se llevaron a papá. Él, como si ya supiera lo que le iba a pasar, me
dijo: “Hijo mío, te prometo que seguiré luchando contra El Invisible para
protegeros a ti y a mamá, te quiero.” Fue lo último que me dijo.
No
sabía que iba a ser la última vez que vería a papá; me hubiera despedido de él
con un abrazo de esos que tanto nos gustaban.
Ahora
sé que él nos cuida y nos protege desde arriba del malvado, llamado Coronavirus,
el que le arrebató la vida. Confío en él. Me lo prometió.
Sara García García 4ºE, 31 de enero de 2021 2ª
Evaluación.
Tremendo el relato🤩
ResponderEliminarMucho texto
ResponderEliminarTriste
ResponderEliminar