Sofía Iglesias (Qué difícil es que todo salga bien)

 

QUÉ DIFÍCIL ES QUE TODO SALGA BIEN

 

Eran las ocho menos veinte de la mañana. Desde hacía unos minutos un sonido muy molesto no paraba de retumbar en mi oído. La noche anterior no había dormido bien y ahora mismo, abrir los ojos se me hacía imposible. Tras varios esfuerzos, por fin me despierto y soy capaz de apagar la alarma. Al darme cuenta de que solo me quedan veinte minutos para llegar al colegio, me dirijo a la ducha con rapidez y no tardo en vestirme y bajar a desayunar. Aun así, estaba segura de que iba a llegar tarde, siempre lo hacía, ¡qué desastre!

 

Cuando ya voy en el coche con mi madre de camino al colegio me doy cuenta de que se me ha olvidado el trabajo de inglés encima de la mesa de mi habitación. Estas cosas solían pasarme, pero esta vez no podía permitírmelo. Si no entregaba el trabajo acabaría suspendiendo la evaluación y mi madre no me dejaría ir a París. Desde hace unos meses, mis amigas y yo habíamos estado preparando un viaje a París que haríamos al acabar el curso. En realidad, había sido yo la que lo había propuesto. Desde que era pequeña había querido ir, pero aún no lo había conseguido. Así que, este viaje me pareció la oportunidad perfecta para poder por fin visitar aquella ciudad. A mi madre le encantó la idea, pero me había puesto una condición: aprobar todas. Si suspendía inglés por culpa del trabajo le daría la razón perfecta para no dejarme ir. Me fijo en el reloj del coche que marca las ocho, a lo mejor nos da tiempo a volver a casa y coger el trabajo.

-          Mamá, ¿podemos volver a casa?, es que me he dejado el trabajo de inglés y necesito entregarlo esta tarde.

 

Antes de terminar la frase, ya me arrepiento de pedírselo. Me mira enfadada y acabamos discutiendo como siempre. La verdad es que no había empezado bien el día. Casi no había dormido, me había dejado el trabajo y estaba tan enfadada con mi madre que me había bajado del coche sin decirle adiós. Tendría que ir a casa en la hora de la comida a coger el trabajo antes de la clase de inglés. Esa era la única solución. No me hacía falta comer si con ello salvaba el viaje a París.

 

Cuando llego a clase todo el mundo está sentado. Son ya las ocho y diez según el reloj de la pared de la clase, pero aún no había llegado el profesor. Parece que al final no he llegado tan tarde. Me siento donde siempre y les cuento a mis amigas todo lo que me había pasado aquella mañana. Desde luego el 20 de enero de 2021 no era mi día de suerte. Las clases transcurren lentamente, más de lo normal, y cada vez estoy más impaciente por volver a mi casa y recuperar el trabajo.

 

Las dos. Por fin suena la campana y no pierdo tiempo en salir de clase y coger el autobús. No hay mucha distancia del colegio a mi casa pero el autobús estaba tardando un siglo. Demasiadas paradas, demasiada gente y poco tiempo. Me estaba empezando a agobiar, ya no estaba segura de si volvería a clase a tiempo. Si mi madre me hubiera hecho caso esta mañana y hubiéramos vuelto a coger el trabajo, ahora estaría comiendo con mis amigas y París estaría asegurado. Sí, definitivamente era su culpa. Cuando veo que nos acercamos a la calle Toledo, pulso el botón de parada. Mi casa era exactamente el número 98, y aunque aún estaba un poco lejos no podía aguantar más la lentitud del conductor. Decido bajarme unas cuantas paradas antes y empiezo a correr calle abajo hasta llegar a mi portal.

 

¡No!, ¡no puede ser!, pensando en una solución y en salvar el viaje había olvidado algo fundamental para que el plan funcionara: las llaves. ¿Cómo pensaba entrar en mi casa sin llaves? Pensé en miles de posibilidades absurdas, como entrar por la ventana a pesar de que vivíamos en un cuarto piso, antes de dar con la solución más fácil: Ana, la vecina. ¡Claro, eso es!, llamaría a Ana para que me abriese la puerta. Hace un tiempo, mi madre le había dado una copia de nuestras llaves por si alguna vez teníamos una emergencia o nos pasaba algo parecido a la situación en la que ahora me encontraba. Sí, hoy estaba enfadada con mi madre pero reconozco que darle una copia a Ana había sido una buena idea.

 

Mientras llamo al timbre me fijo en la hora reflejada en la pantalla de mi móvil, las tres menos veinte. Iba un poco justa, pero tenía que confiar en que me iba a dar tiempo. Ana no contestaba, así que llamé un par de veces más hasta que por fin me abrió la puerta del el portal. Tuve que esperar otra eternidad mientras buscaba la copia de las llaves por su casa. A las tres menos diez ya estaba dentro. Fui directa a mi escritorio, segura de que mi trabajo estaría allí, pero para mi sorpresa no lo estaba. Nerviosa empecé a buscar por toda la habitación, desordenando todo a medida que registraba mis cajones. Incluso miré debajo de la cama, pero el trabajo no estaba, ¿y si al final sí lo había cogido? ¿Y si había hecho todo esto para nada y el trabajo estaba en mi mochila? Antes de poder pararme a pensar mi móvil empieza a sonar. Es mi madre. Lo que faltaba.

-          ¡Paula que haces en casa! Ana me acaba de decir que ha tenido que abrirte la puerta. ¡Qué haces que no estás en el colegio!

 

Me tengo que separar el móvil de la oreja, está gritando demasiado. Le digo que he venido a por el trabajo y le cuelgo antes de que pueda seguir gritándome. Parece que es lo único que sabe hacer. Miro la pantalla del móvil, son casi las tres. Me quedan quince minutos para coger el autobús y volver el colegio. Me siento en la cama abatida. Tantos esfuerzos para nada. Iba a volver sin el trabajo y con hambre. No podría irme de viaje en verano y todo por culpa del inglés. Bueno, en realidad por culpa de mi madre, que no me dejaría ir si lo suspendía.

Nerviosa y sin saber qué hacer miro de nuevo el móvil. Quedan segundos para las tres. Era hora de volver al colegio y pedirle al profesor que me dejara entregarlo al día siguiente, aunque era probable que no me dejara hacerlo. Pues nada, no hay viaje.

 

Me quedo mirando los números de la hora hasta que cambian a las tres. Me levanto de la cama decidida a volver a clase, pero algo me lo impide. Dejo de oír. Dejo de ver. Dejo de sentir y respirar, y no me puedo mover. Un aire gris y pesado llena mis pulmones. Lo último que recuerdo es ver el trabajo de inglés caer sobre una acera en llamas y lo último que pienso es en lo poco que me habría costado decirle adiós a mi madre al bajarme del coche. Quizá ella visitaría París por mí.

 

Sofía Iglesias, 1º Bachillerato B, enero 2021

 


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