LA
CARTA
19:28 marca el reloj y
suena el ring ring del teléfono, nadie contesta cuando lo descuelgo. Intuyo que
se habrán equivocado vaya. Hoy debería haber hecho la declaración de la renta
pero se me ha vuelto a olvidar ya la haré mañana, que es muy tarde. Descanso
mis ojos con la cabeza apoyada en el costado del sillón mientras escucho el
sonido de la lluvia chocar con la ventana. Nuevamente suena el teléfono. Ag
¿quién querrá algo ahora por dios? Descuelgo el teléfono y otra vez ese
silencio al otro lado de la línea. Pregunto dos veces- ¿Hola? ¿hay alguien
ahí…? - Sin respuesta. Desenchufo el fijo para que esa noche no vuelvan a
molestar, total, a quien le interesa la vida de un anciano solitario.
3:16 am. Suena un golpe
que no sé exactamente qué es. Me levanto de la cama con esa sensación de sudor
frío y noto como el ritmo de mi pulso acelera, como el silencio que reina en mi
casa se rompe con el segundo golpe que escucho. Parece que alguien llama a la
puerta. Me acerco a la mirilla y mi rostro se vuelve blanco cuando me doy
cuenta de que no hay nadie al otro lado. Abro. Cierro. Abro. Cierro. Nada, ¿Me
estaré volviendo loco? Abro una última vez aquella puerta mugrienta y me quedo
embobado mirando a la nada cuando de repente una brisa fría azota mi melena y
siento como si alguien me arrojase sus brazos sobre mi cuello. Durante unos
cortos segundos siento un calor y un aroma agradable pero enseguida desaparece.
Estoy tan asustado que cierro la puerta de un golpe y caigo de culo al suelo.
No sé porqué pero estoy llorando, si por el susto o por el golpe, no sé.
Me dirijo al baño para
lavarme la cara y asimilar lo que me acaba de ocurrir. Procedo a ir a la cocina
para beber algo y después me vuelvo a la cama. Recostado enciendo la lámpara de
la mesilla y me quedo mirando la poca y sobria decoración de mi cuarto. A la
derecha de mi cama una foto de mi madre, a la izquierda, de mi hermana. Qué en
paz descansen.
Suena el despertador
junto a mi oído y me levanto con legañas en los ojos. Me preparo el café y
salgo con tanta prisa que olvido la cartera dentro. Entró de nuevo y busco la
cartera. ¿Dónde la habré dejado? Ah sí, en el cajón de mi mesa. La cojo y
cuando la levanto se cae al suelo una hoja con algo escrito por detrás. “Hacer
la declaración de la renta” ¿Pero qué…?
No recuerdo haber escrito esto pero si recuerdo esta sensación que
siento ahora, como una angustia. Sin más, no le doy importancia, de hecho me ha
venido de perlas porque no me acordaba.
Este paseo me viene estupendo
para despejarme de todo. Al mirar el
cielo azul con las grandes nubes siento una paz interior y una tranquilidad que
no sentía desde hace tiempo. Mientras las observo me como una palmera de
chocolate en un banco cerca del parque donde jugaba con mi hermana cuando
éramos pequeños. Ese sabor tan dulce me lleva al pasado y me permite recordar
esos días de plena felicidad bajo los rayos del sol y con mi sombrerito de
pirata.
Antes de entrar en casa,
miro en el buzón a ver si hay correo. Dentro encuentro una carta con la
dirección de mi antigua casa. No me atrevo a abrirla así que la dejo en la
mesita de la entrada. Sigo haciendo cosas el resto del día. Hoy ha llegado el
día de hacer la declaración de la renta. Cojo mi ordenador y me pongo manos a
la obra. Mientras la hago. Paro un momento ya que el silencio que escucho en mi
casa me recuerda a lo de anoche, me entra un escalofrío y decido poner un poco
de música para relajarme. Cuando estoy a punto de poner la lista de Elvis un
ruido que proviene de mi habitación me interrumpe. Otra vez esa sensación de la
presencia de una amenaza, abro la puerta de mi cuarto y allí en medio está mi
sombrero negro. La sensación de peligro desaparece y mi ansiedad se calma. Me
parece demasiado raro que haya aparecido el sombrero ahí y no entiendo esta
calma que se apodera de mí, no siento miedo ni esa angustia que me acelera el
corazón. Solamente paz.
Por la noche, antes de
acostarme vuelvo a observar el panorama y recuerdo el sombrero, automáticamente
dirijo mi mirada hacia la izquierda y me quedo observando la foto de mi
hermana. La doy un beso y cierro los ojos para tratar de dormir pero resulta
inútil, no paro de dar vueltas en la cama, y cuando por fin encuentro la
postura perfecta en la que estoy en mi mejor momento de relajación, me entran
ganas de ir al baño. Tras haber vaciado la vejiga voy a la cocina para tomarme
una pastilla para conciliar el sueño más rápido. Dejo el vaso sobre la mesa y
me giro para buscar las pastillas en los armarios. Cuando voy a coger el vaso
de agua veo la carta sobre el vaso y mi piel se eriza de una manera que puedo
sentir como todos y cada uno de mis pelos se ponen firmes.
No me lo pienso dos
veces, rompo la carta en dos y la tiro a la basura. Me está dando un mal rollo
que no veas, mejor me ahorro el problema de leerla y lo que me esta pasando
estos días con suerte lo olvido en unas semanas. Vuelvo a mi habitación cierro
la puerta y noto esa horrible sensación de estar observado como si alguien me
estuviese clavando su mirada en mi nuca.
Apago la luz y cierro los
ojos. No estoy enloqueciendo. No estoy enloqueciendo. Me lo repito una y otra y
otra vez en mi cabeza hasta que tomo la iniciativa de levantarme y recoger la
carta de la basura, la pego con un trozo de celo y comienzo a leer. Empiezo
despacio sin entender quien es el emisor, me habla de como siente, de como la
tristeza esta consumiendo su cuerpo, de como carga con la pena de no poder
haberse despedido de un ser querido, de como lentamente la pompa fúnebre se la
lleva sin compasión al olvido.
Sin darme cuenta estoy
llorando de nuevo, no sé por qué, ni siquiera se quien es quien me habla, quien
es quien me escribe, quien es quien me observa. Hasta que levanto la mirada y
sus cabellos rubios iluminan mi cocina, su sonrisa me provoca lágrimas al verla
de nuevo, ante mis ojos. Al ver su gabardina de color amarillo manchada de
barro, el miedo y la ansiedad me dan un descanso al cual me conduce ella de la
mano.
Ainhoa Soto García 1º
Bachillerato A 2/05/21
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