Alejandra Toledano (Tiempo)


 

TIEMPO

 

Tienes que ser fuerte, saber seguir adelante. En caso de ser mujer, debes medir mínimo metro sesenta y cinco, pero no más de uno ochenta. Con curvas, pero sin pasarse o serás considerada gorda. Sonríe, aunque no estés contenta. Siendo hombre tienes que ser alto y corpulento, pero no demasiado o dejarás de ser considerado atractivo. Sacar buenas notas, pero sin ser un sabelotodo. Estar siempre alegre, nadie quiere estar con alguien que no  para de llorar.

 

Siguiendo este patrón, el que la sociedad marca y define como perfección social, conseguirás una vida perfecta, ¿verdad? Pues no. Esto te acaba llevando a un lugar frío y sombrío, sin ninguna luz. Los sentimientos acaban reprimidos, como si de un tarro cerrado con fuerza se tratara. Tienes miedo al fracaso, a decepcionar a los demás. Que no acabes logrando todo lo que esperan de ti. Estar desaprovechando tu vida. Algunos dicen que el miedo a defraudar a los demás te impulsa a alcanzar tus metas. En algunos casos, tienen razón. Me convertí en una estudiante modelo, intenté ser lo más amable que pude, incluso con aquellos que me lo habían hecho pasar peor. Intenté cumplir los requisitos que los demás tenían para mi, pero nunca era suficiente. Su bienestar estaba por encima del mío. Mi estabilidad emocional llegó a depender de la suya. Les puse por encima de mí, y aún así no era suficiente. Nunca lo era.

 

Nadie te pregunta cómo estás si tienes una sonrisa en la cara. Pero tampoco nadie quiere pasarse el día escuchando los sollozos repetitivos de una persona, por muy amigo tuyo que sea. Ahora, ya se que es políticamente incorrecto decir todo esto, pero mentiríais si dijéseis que nunca os ha pasado. Estar mal a nivel anímico no está bien aceptado socialmente. No le gustas a nadie cuando estás depresivo y esa es la verdad. La gente con este tipo de problemas es clasificada en la categoría de negatividad y toxicidad. Desde luego que a todos nos encanta decir que si alguien está mal, o necesitan hablar, pueden acudir a nosotros. Pero, ¿qué pasa cuándo de verdad acuden? Te dicen que exageras, o que te lo inventas. Que  las cosas no son como tú dices. Por supuesto, a ninguna persona le gusta pensar que pueden ser los culpables, o al menos parcialmente culpables de que otra persona esté sufriendo por sus acciones.

 

Necesitas “tiempo”. Tiempo. ¿Tiempo para qué? ¿Qué diferencia va a haber si dejas el problema de lado, esperando a que pase ese “tiempo” del que todo el mundo habla? Esperar a que algo pase no es fácil.

 

Presión y pinchazos en el pecho, como si tuvieras a alguien encima que te impide respirar. La bola en la garganta, que te impide hablar y pedir ayuda. El pánico, al no saber qué hacer. Te quedas inmóvil, mirando a tu alrededor, que parece una película ralentizada, buscando con desesperación un punto fijo al que aferrarse para poder retomar el control de la situación. Acabar en un sueño del cual no recuerdas haber caído, y solo sentir el dolor físico una vez reincorporado a la realidad. Volver a casa y  sentarte en la ducha, ya que  es el único sitio en el que nadie te oye, y poder derrumbarte finalmente.

 

Pequeñas cosas, como sentir dolor en el estómago si piensas que vas  a llegar un minuto tarde, sentirse mal al decirle que no a alguien porque puede  pensarse que eres mala persona, estar preparado en caso de que ocurra la situación a b o c, tener amigos pero no ser capaz de  contárselo, morderse las uñas hasta hacerse una  herida, la cual duele menos que el dolor que sientes internamente, cosa que aunque parezca contradictoria puede llegar a ser aliviante… Todas estas pequeñas cosas, que si se juntan se hacen una bola cada vez más y  más grande.

 

Saber que estás mal y no poder pedir ayuda, es desde luego el peor de los sentimientos. La falta de confianza por experiencias pasadas que siguen afectando al presente que llevará al futuro. Hablas sin que te escuchen, aunque si que te oigan. Llegar a hacerte preguntas que jamás te imaginarías que acabarás haciéndote. ¿Importo de verdad? ¿Por qué mi voz  no está siendo escuchada, si yo siento que estoy gritando? ¿Qué es lo que hice mal? ¿En qué me equivoqué? ¿Y si no estuviese?

 

La culpabilidad se manifiesta en el cuerpo con un constante recordatorio de tus acciones pasadas, de cómo las presentes afectan a las futuras. Un círculo vicioso que no acaba cuando estás solo con tus pensamientos. Una vez me dijeron que sentirse  culpable no te hace responsable. Pero, ¿por qué me siento de esta manera? ¿A quién puedo realmente acudir?

 

El consejo de todo el mundo es que te rodees de aquellos que te  hacen sentir bien, pero muchos no entienden que no puedes sentirte bien con los demás si no lo estás contigo mismo primero. Llega un punto en el que la soledad, aquella que en un primer instante resultaba aterradora y que causó muchas noches de insomnio, se convierte en algo apetecible.

 

Ese es el momento en el que me di cuenta  de que algo tenía que cambiar. Quería volver a ser esa persona que se levantaba con energía por las mañanas, deseando ver a sus amigos, no el yo de ahora que se pasa las noches en vela estudiando todos los posibles acontecimientos que pueden pasar al día siguiente y preguntándose si esos a los que tu consideras tus amigos, te consideran a ti también realmente como su amigo. Quería volver a ser esa persona que tenía ganas de que llegase el fin de semana para descansar, no el yo de ahora que teme sentirse cada vez más solo y apartado. El yo de antes que le hacían feliz pequeños detalles como ver a un  niño comprar chucherías, en vez del yo de ahora que se pregunta cuántas calorías hay en esas chuches y cuántas comidas tendría que saltarme para poder permitirme tal capricho.

 

Yo no quiero estar así siempre, quiero cambiar, que las cosas cambien. Me fui, y no he vuelto del todo. Tengo miedo, miedo a la vida, a mi vida. Una parte de mi, que me gustaría decir que es pequeña pero en realidad es creciente, está cansada de sentirse así. Dar  un paso para delante y dos para atrás. Mentiría si dijese que nunca he pensado en rendirme, pero aquí estoy y eso es lo que cuenta.

 

Pero, ¿ahora qué? ¿Cuál es el siguiente paso? Ojalá hubiese algo que te quitase todo este dolor cómo por arte de magia, pero eso sería demasiado fácil, y la vida nunca lo es. De haberlo, dudo mucho que fuese universal, pues cada uno sufre a su manera. Habiendo dicho todo esto, no quiero decir que no tenga solución, porque siempre la hay. Lo difícil es encontrar la que te funcione a ti.

 

 Ahora toca emplear ese tiempo del que  tanto hablamos para volver a reconectar. Pero esta vez de verdad, sin esconderme tras una máscara fingiendo  que lo tengo todo bajo control. Poder al fin sincerarme con mi misma y con mis seres  queridos. Volver a poder disfrutar de todo lo que entonces me  hacía feliz.

Alejandra Toledano Rodiño

1ºA Bachillerato

26/04/2021


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