TIEMPO
Tienes que ser fuerte, saber seguir
adelante. En caso de ser mujer, debes medir mínimo metro sesenta y cinco, pero
no más de uno ochenta. Con curvas, pero sin pasarse o serás considerada gorda.
Sonríe, aunque no estés contenta. Siendo hombre tienes que ser alto y
corpulento, pero no demasiado o dejarás de ser considerado atractivo. Sacar
buenas notas, pero sin ser un sabelotodo. Estar siempre alegre, nadie quiere
estar con alguien que no para de llorar.
Siguiendo este patrón, el que la
sociedad marca y define como perfección social, conseguirás una vida perfecta,
¿verdad? Pues no. Esto te acaba llevando a un lugar frío y sombrío, sin ninguna
luz. Los sentimientos acaban reprimidos, como si de un tarro cerrado con fuerza
se tratara. Tienes miedo al fracaso, a decepcionar a los demás. Que no acabes
logrando todo lo que esperan de ti. Estar desaprovechando tu vida. Algunos
dicen que el miedo a defraudar a los demás te impulsa a alcanzar tus metas. En
algunos casos, tienen razón. Me convertí en una estudiante modelo, intenté ser
lo más amable que pude, incluso con aquellos que me lo habían hecho pasar peor.
Intenté cumplir los requisitos que los demás tenían para mi, pero nunca era
suficiente. Su bienestar estaba por encima del mío. Mi estabilidad emocional
llegó a depender de la suya. Les puse por encima de mí, y aún así no era
suficiente. Nunca lo era.
Nadie te pregunta cómo estás si
tienes una sonrisa en la cara. Pero tampoco nadie quiere pasarse el día
escuchando los sollozos repetitivos de una persona, por muy amigo tuyo que sea.
Ahora, ya se que es políticamente incorrecto decir todo esto, pero mentiríais
si dijéseis que nunca os ha pasado. Estar mal a nivel anímico no está bien
aceptado socialmente. No le gustas a nadie cuando estás depresivo y esa es la
verdad. La gente con este tipo de problemas es clasificada en la categoría de
negatividad y toxicidad. Desde luego que a todos nos encanta decir que si
alguien está mal, o necesitan hablar, pueden acudir a nosotros. Pero, ¿qué pasa
cuándo de verdad acuden? Te dicen que exageras, o que te lo inventas. Que las cosas no son como tú dices. Por supuesto,
a ninguna persona le gusta pensar que pueden ser los culpables, o al menos parcialmente
culpables de que otra persona esté sufriendo por sus acciones.
Necesitas “tiempo”. Tiempo. ¿Tiempo
para qué? ¿Qué diferencia va a haber si dejas el problema de lado, esperando a
que pase ese “tiempo” del que todo el mundo habla? Esperar a que algo pase no
es fácil.
Presión y pinchazos en el pecho,
como si tuvieras a alguien encima que te impide respirar. La bola en la
garganta, que te impide hablar y pedir ayuda. El pánico, al no saber qué hacer.
Te quedas inmóvil, mirando a tu alrededor, que parece una película ralentizada,
buscando con desesperación un punto fijo al que aferrarse para poder retomar el
control de la situación. Acabar en un sueño del cual no recuerdas haber caído,
y solo sentir el dolor físico una vez reincorporado a la realidad. Volver a
casa y sentarte en la ducha, ya que es el único sitio en el que nadie te oye, y
poder derrumbarte finalmente.
Pequeñas cosas, como sentir dolor en
el estómago si piensas que vas a llegar
un minuto tarde, sentirse mal al decirle que no a alguien porque puede pensarse que eres mala persona, estar
preparado en caso de que ocurra la situación a b o c, tener amigos pero no ser
capaz de contárselo, morderse las uñas hasta
hacerse una herida, la cual duele menos
que el dolor que sientes internamente, cosa que aunque parezca contradictoria
puede llegar a ser aliviante… Todas estas pequeñas cosas, que si se juntan se
hacen una bola cada vez más y más
grande.
Saber que estás mal y no poder pedir
ayuda, es desde luego el peor de los sentimientos. La falta de confianza por
experiencias pasadas que siguen afectando al presente que llevará al futuro.
Hablas sin que te escuchen, aunque si que te oigan. Llegar a hacerte preguntas
que jamás te imaginarías que acabarás haciéndote. ¿Importo de verdad? ¿Por qué
mi voz no está siendo escuchada, si yo
siento que estoy gritando? ¿Qué es lo que hice mal? ¿En qué me equivoqué? ¿Y si
no estuviese?
La culpabilidad se manifiesta en el
cuerpo con un constante recordatorio de tus acciones pasadas, de cómo las presentes
afectan a las futuras. Un círculo vicioso que no acaba cuando estás solo con
tus pensamientos. Una vez me dijeron que sentirse culpable no te hace responsable. Pero, ¿por
qué me siento de esta manera? ¿A quién puedo realmente acudir?
El consejo de todo el mundo es que
te rodees de aquellos que te hacen
sentir bien, pero muchos no entienden que no puedes sentirte bien con los demás
si no lo estás contigo mismo primero. Llega un punto en el que la soledad, aquella
que en un primer instante resultaba aterradora y que causó muchas noches de
insomnio, se convierte en algo apetecible.
Ese es el momento en el que me di
cuenta de que algo tenía que cambiar.
Quería volver a ser esa persona que se levantaba con energía por las mañanas,
deseando ver a sus amigos, no el yo de ahora que se pasa las noches en vela
estudiando todos los posibles acontecimientos que pueden pasar al día siguiente
y preguntándose si esos a los que tu consideras tus amigos, te consideran a ti
también realmente como su amigo. Quería volver a ser esa persona que tenía
ganas de que llegase el fin de semana para descansar, no el yo de ahora que
teme sentirse cada vez más solo y apartado. El yo de antes que le hacían feliz
pequeños detalles como ver a un niño
comprar chucherías, en vez del yo de ahora que se pregunta cuántas calorías hay
en esas chuches y cuántas comidas tendría que saltarme para poder permitirme
tal capricho.
Yo no quiero estar así siempre,
quiero cambiar, que las cosas cambien. Me fui, y no he vuelto del todo. Tengo
miedo, miedo a la vida, a mi vida. Una parte de mi, que me gustaría decir que
es pequeña pero en realidad es creciente, está cansada de sentirse así.
Dar un paso para delante y dos para
atrás. Mentiría si dijese que nunca he pensado en rendirme, pero aquí estoy y
eso es lo que cuenta.
Pero, ¿ahora qué? ¿Cuál es el
siguiente paso? Ojalá hubiese algo que te quitase todo este dolor cómo por arte
de magia, pero eso sería demasiado fácil, y la vida nunca lo es. De haberlo,
dudo mucho que fuese universal, pues cada uno sufre a su manera. Habiendo dicho
todo esto, no quiero decir que no tenga solución, porque siempre la hay. Lo
difícil es encontrar la que te funcione a ti.
Ahora toca emplear ese tiempo del que tanto hablamos para volver a reconectar. Pero esta vez de verdad, sin esconderme tras una máscara fingiendo que lo tengo todo bajo control. Poder al fin sincerarme con mi misma y con mis seres queridos. Volver a poder disfrutar de todo lo que entonces me hacía feliz.
Alejandra Toledano Rodiño
1ºA
Bachillerato
26/04/2021
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