MI RAYO DE SOL
Creo que, en el fondo, siempre lo
supe. Siempre supe que, de alguna forma, ese era mi destino. Desde el primer
momento en el que abrí los ojos tuve esa sensación y todo te lo debo a ti. Por
convertirme en quién debía ser y no en quien se esperaba que fuera. Y siempre
sentí que tú también lo sabías.
Aunque, sinceramente, se podría
decir que todo empezó hace varios años cuando me introdujiste en tu vida, ese gran
y maravilloso día, el día más feliz de mi pequeña, insignificante vida. En el que
me cogiste en tus enormes brazos y me abrazaste con tanta fuerza que pensé que se
me salía el corazón. Pero, no me importó, estaba contigo al fin. Me llevaste a
casa donde estaba “Sapito” lo único que me hacía dormir cuando no estabas.
Además, recuerdo ver tu nombre por todas las paredes “Amelia” y que me
hablabas, pero yo no te entendía. Aun así, tú eso ya lo sabías, no obstante,
tenías la sonrisa más grande que había visto. Y eso me hizo sonreír a mí. Así
comenzó nuestra pequeña aventura.
Mi parte favorita era ir al parque
porque me lanzabas aquella pelota azul. Todo el mundo nos miraba con aquella
sensación de pena que tú tanto odiabas. Pero nos daba igual. Éramos tú y yo
contra el mundo, mamá. En el parque todo el mundo nos quería tanto, pero te he
de confesar que nadie me tiraba palos como tú. Pero nada es permanente, eso lo
sabes tú mejor que nadie.
Los años pasaban, poco a poco podía
notar que respirar te molestaba cada vez más. A pesar de ello, fuimos a la cabaña
de la abuela todos los años. Como adoraba a la abuela... simplemente por el
hecho de sentarme me daba un hueso. Una vez me dio uno por dormirme. En esos
viajes me enseñabas un montón de trucos que ahora me sirven mucho. Como el
truco de frisbee, lo que nos pudo costar hasta que descubrí que no se comía.
Ahí, me enseñaste a aullar ¿te acuerdas? Mi inocencia te hacía reír. Aunque esa
inocencia llega un momento que es destrozada por la verdad. Además, tus
pulmones te estuviesen causando un gran dolor, no parecía tener mucho impacto
en nuestras vidas.
A las semanas llegó el peor momento
de mi vida a pesar de que no te lo creas. Te operaron de los pulmones. No me
dejaban entrar, pero yo sabía que tú me necesitabas. Los segundos eran años,
los minutos décadas... te podía ir al otro lado. La abuela vino a verte y
quería llevarme con ella. No la dejé, no dudé ni un momento que yo no me movía.
Al parecer los pulmones son bastante importantes para los humanos. Por eso,
decidí acampar al otro lado de la puerta hasta que abrieses tú esa puerta. La
abuela me trajo a “Sapito”
La puerta permaneció cerrada por lo
que al menos fueron dos meses. Los doctores ya me conocían y algunos se
quejaban de mi forma de comunicarme. Sin embargo, alguien tenía que decirles
que eras tú, mamá, la que estaba ahí dentro. No era un extraño. Eras tú y por
eso me preguntaba por qué no estaban todos los enfermeros ahí. Para ser
sincero, mis aullidos y gemidos eran lo único que se oía por la noche,
esperando a que dieses tú un aullido más alto como siempre hacías.
Hasta que el día que había gelatina
para cenar, me respondiste. Amelia, mi mamá, me respondiste. Así mi mayor
alegría abrió el pomo y me dejó pasar. Te veía débil, no obstante, yo ya estaba
ahí para morder a quien se acercara a tus pulmones. No sé si te acordarás, pero
cuando me viste, me dijiste: “Gracias por ser mi rayo de sol” Te había echado
de menos. Sí, seguías mal, sin embargo, estabas mal conmigo al lado.
Cuando saliste lo pasamos en grande.
Incluso me dejaste probar el Bacon... qué rico. Dábamos paseos, llegó navidad. Pusimos
el árbol. Era como debía ser. Hasta que fui yo el que no podía, en el fondo,
sabíamos que pasaría, mi corazón nunca fue mi mayor fuerte salvo para quererte.
Antes de cumplir mi destino, me preguntabas que por qué no comía y la razón era
porque tú tampoco lo hacías. O eso creía. Me llevabas al parque y me volvía esa
sensación de vulnerabilidad. Recuerdo que me apoyé en ti, la cabeza me pesaba,
tenías miedo. Te di un lengüetazo para animarte, pero el cansancio se apoderó
de mí. Así que decidiste llevarme a ver al doctor que no me caía muy bien.
De repente te vi llorar, gritando la
palabra “NO” constantemente. No podías respirar casi, el doctor la abrazaba
diciendo “es necesario, su corazón es débil”. Pero tú seguías llorando. Intenté
levantarme, no podía verte así mas la cabeza me pesaba demasiado. No sabía
porque llorabas tan dramáticamente, nuestras visitas al médico no eran así. Te
acercaste a mí y me vino ese olor a casa, a mamá. Me abrazabas con intensidad,
pero la pesadumbre seguía contigo. Yo te daba lengüetazos para animarte, pero
no obtenía ningún resultado. Me dijiste: “Mi rayo de sol, mi rayo de sol, te
quiero” Te oía repetirlo, hasta que noté un pinchazo donde solías hacerme
cosquillas. Y todo se volvió negro. Un negro abismal.
No oía tu voz, ni te veía, ni te
olía. Ladraba en tu busca, ¿Dónde estás, mamá? Hasta que te vi ahí abajo con
Sapito. Ahora me doy cuenta que hasta que te dé otro lengüetazo voy a tener que
esperar un poquito más. Te veo cubierta de culpabilidad. Quiero que sepas que
no te culpo, el cansancio estaba pudiendo conmigo. Ni los huesos de la abuela
me apetecían, mándale un beso de mi parte. Lo último que quería era verte sufrir.
Yo solo quiero verte feliz.
Yo fui una parte de tu vida, tú
fuiste toda la mía. Porque fue gracias a ti que por fin conocí mi propósito.
Éste era cuidarte, protegerte. Lo siento porque no pude continuar haciéndolo.
Pero, estos años contigo han sido mi destino.
Mamá me aseguraré que el sol brille
con más intensidad que nunca, mientras estés ahí abajo. Yo estaré allí donde
vayas. Ojalá poder decirte todo lo que quiero, explicarte que no debes estar
triste sino agradecida. Pero no puedo. La frustración me consume a veces. Aúllo
en tu busca. Entonces, me acuerdo de que la frustración es el asesino de la
esperanza. Tú eres mi esperanza, tú me has iluminado la vida. Por eso solo
quiero decirte que también tú fuiste, eres y serás mi rayo de sol, mamá.
CLARA SOLCHAGA 1A
26 de abril de 2021
Comentarios
Publicar un comentario