Ethel de Oteyza (Batalla a contrareloj)


 

BATALLA CONTRARELOJ

 

Todo empezó un 24 de diciembre de 2007 en casa de mi abuela paterna en Arturo Soria, Madrid. Estaba toda la familia reunida, como todas las nochebuenas, cenando, riendo y nosotros, los niños, jugando. Para mis padres era una nochebuena diferente porque iba a ser la última con solo dos niñas, ya que mi hermana pequeña Celia estaba por llegar y estaban muy ansiosos de conocerla. La noche iba muy bien, ya habíamos terminado de cenar. La mesa estaba recogida y llena de dulces navideños. Mis padres, mis tíos y mi abuela charlaban y jugaban a cosas de mayores en el salón, mientras que mis primos, mi hermana y yo jugábamos a cosas de niños en el cuarto. De repente, empecé a notar un dolor muy intenso en la pierna derecha, por lo que fui a quejarme a mi padre para que me calmara el dolor y pudiese seguir jugando, ya que me lo estaba pasando muy bien con mis primos. Mi padre, al quitarme los leotardos que llevaba puestos, se encontró con lo que iba a ser su infierno durante un mes.

 

 

Mi pierna estaba morada, hinchada y muy caliente, cosa que a nadie le gustó un pelo. Mis padres dejaron a mi hermana Laura con mi abuela y me llevaron corriendo al hospital. Llegamos a urgencias del Hospital San Rafael y tras la primera valoración del médico de guardia que estaba atendiendo esa noche, me ingresaron y comencé un tratamiento con antibióticos para parar la infección que tenía. Tras un día de tratamiento, la noche del 25 al 26 de diciembre el médico de guardia, diferente al que llevaba mi caso, decidió quitarme el tratamiento y me puso solo analgésicos toda la noche. A la mañana siguiente, amanecí mucho peor que el día anterior, con la vena Ilíaca, vena de retorno de la sangre al corazón, de la pierna izquierda totalmente colapsada por un coágulo que no dejaba pasar la sangre.

 

 

Mi médico me volvió a poner el tratamiento con antibióticos y les explicó a mis padres que lo que yo tenía era una infección derivada de la varicela. La había pasado hacía poco y, al parecer, se me había complicado por una enfermedad congénita llamada Factor V Leyden que provoca que mi sangre coagule más rápido de lo normal. Esta enfermedad habitualmente no da problemas, pero tuve la mala suerte de toparme con una de las pocas cosas que sí podía ser letal debido a ella: una infección. A partir de ese momento, lo único que les quedaba a los médicos era conseguir frenar la infección y evitar que mi pierna u otras extremidades necrosaran completamente, con el miedo de que esta se extendiera por todo mi cuerpo. Pero había un pequeño problema, tenían el tiempo en su contra.

 

 

Los días pasaban y hubo un punto en el que empezaron a ser todos iguales. Me despertaba sin poder mover la pierna ya que no recibía suficiente sangre. Por esto, la piel de la zona se empezó a morir y la parte trasera de mi muslo se quedó en carne viva. Después de desayunar me llevaban a la sala del infierno, como la llamaba yo. Allí me cambiaban la vía todos los días ya que tenía tan solo 3 añitos y mis venas eran demasiado chiquititas para soportar tantos antibióticos. He dicho infierno porque verdaderamente lo recuerdo como tal. Me hacían mucho daño y yo solo podía llorar y patalear hasta que terminaban. Desgraciadamente también era horrible para mis padres y sobre todo para mi madre que siempre que le tocaba a ella entrar conmigo, lloraba a la vez que me consolaba.

 

 

Durante la primera semana no podían ni ducharme, me lavaban con toallas mojadas encima de la cama y me pasaba el día en la cama tumbada. Yo solo comía, dormía y jugaba con mis padres para matar el tiempo y distraerme del dolor. Por la noche se turnaban para estar uno en el hospital conmigo y que el otro descansase en casa y cuidase de Laura.

Un noche significativa para mí fue una de las primeras en las que yo ya estaba desesperada del dolor de pierna que tenía y mi madre se tumbó conmigo en la cama. Ella embarazada de casi 8 meses y acurrucadas las dos en mi cama del hospital consiguió distraerme del dolor y dormirme junto a ella y a mi hermanita que crecía dentro de ella.

 

 

Todo esto me sucedió en navidad y a pesar de todo lo malo que estaba pasando, hubo cosas muy bonitas que recuerdo con mucho cariño. Casi todos los días recibía la visita de alguien. Algunas veces era alguien que no conocía así que los mayores se ponían a hablar de cosas de las que no me enteraba y yo me aburría, pero otras veces era gente a la que quiero mucho, como mi familia, mis amigos, tíos postizos y a veces mi hermana. Esta última visita era la más especial porque  podía jugar con ella, disfrazarnos y cuando ya podía moverme de la cama , aunque tenía que ir con el gotero a todos lados, nos dábamos paseos por los pasillos del hospital bailando y cantando.

 

 

Aparte de estas visitas, también tuve alguna visita sorpresa de gente que no conocía. Me visitó un grupo de bomberos que se quedaron un rato hablando conmigo, me dejaron su casco y nos hicimos fotos. La semana de reyes vinieron los reyes magos a traerme un regalo en persona y a jugar conmigo un rato. Y por último, vinieron Iker Casillas, el portero del Real Madrid en ese momento, Fabio Cannavaro, también jugador de futbol del Real Madrid y Louis Bullock, jugador de baloncesto del Real Madrid,  y además de estar un rato hablando conmigo y con mis padres, me regalaron una cuna portátil y un Nenuco que hoy en día guardo con mucho cariño en mi estantería.

 

 

Después de un mes ingresada, encontraron un antibiótico que consiguió frenar la infección y cuando los médicos estuvieron seguros de que no había ni rastro de la infección, me mandaron para casa. Tras un mes en mis casa volviendo a retomar la vida de antes, tuve que pasar por quirófano para limpiar todos los tejidos muertos y retirar la gran costra que se me había quedado. Esto me dejó la única marca que tengo de todo aquello, una gran cicatriz por detrás en mi pierna izquierda. Meses después de todo esto, el médico les contó a mis padres que ellos lo habían pasado fatal porque, semanas antes de yo entrar en el hospital, a una niña poco mayor que yo la tuvieron que ir amputando las extremidades hasta que se le paró el corazón debido a que no le pudieron parar la necrosis a tiempo. Esto me chocó mucho al principio y me hizo entender realmente la gravedad de mi infección y lo mal que lo pasó mi familia pero también me ayudo a encontrar a Dios en esa marca que había llevado siempre. Yo como creyente creo firmemente que fue Dios quien me salvó de aquello y gracias a eso hoy por hoy puedo decir que Dios estuvo, esta y estará siempre conmigo.

 

 

 

Ethel de Oteyza, 1ºA,  27/4/2021


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