Laura Ulloa (Querida Inés)


 

QUERIDA INÉS

 

 

Soy Lucía, tengo 17 años y tengo cáncer, nací con un tumor raro en la cabeza así que llevo en tratamiento desde que me acuerdo. No os sintáis mal ni nada, ahora estoy mucho mejor, de pequeña si fue muy duro ya que el tratamiento cuesta una pasta y mis padres tuvieron que pedir créditos al principio para poder pagarlo, pero ahora ya está todo mucho mejor. Yo ya había asumido que iba a estar toda la vida en el hospital, pero hoy por fin voy a poder irme a casa, bueno mi casa siempre ha sido el hospital y la verdad que lo voy a echar de menos.

 

Hasta ahora tenía un profesor que venía todos los días a darme clase, bueno, menos los días de quimio que estaba muy débil. Siempre me mandaba deberes, pero nunca los hacía, me quedaba con el móvil, así que al pobre señor no le quedó más remedio que asumir la realidad, no iba a hacer los deberes. Mis padres venían todos los días a verme después del trabajo para ver que tal iba, a veces eran demasiado pesados y exagerados, pero sé que solo se estaban preocupando, me ponía en su lugar y pensaba en lo difícil que tenía que ser tener un hijo en esta situación.

 

Tampoco os penséis que estaba sola todo el día ahí en el hospital, tenía a mi mejor amigo en la habitación de al lado. Tiene mí misma edad y siempre hablamos de deporte, nos lo pasamos genial y hacemos retos con la comida del hospital, el que perdía se tenía que comer la gelatina asquerosa del otro y no os penséis que yo era la que siempre perdía. Los viernes por la tarde todos veíamos una película, cada día elegía uno. Cuando un día un pequeñajo quería ver alguna en específico y nos tocaba a nosotros elegir, le cedíamos el turno y lo que más vida me daba era ver esa sonrisa de oreja a oreja. Aunque si os digo la verdad, me sabía el diálogo de Toy Story como si lo hubiese escrito yo.

 

En el hospital era feliz, las enfermeras se convirtieron en mis amigas, les contaba de todo, sobre todo a Inés, era bastante joven la verdad, tendría unos veinticinco, tampoco le llegué a preguntar nunca por su edad por si la incomodaba. Un día me contó que de pequeña quiso ser astronauta, pero que a su madre le diagnosticaron cáncer y cuando iba al hospital a verla, vio lo bien que trataban a su madre y la sonrisa que le sacaban. En ese momento decidió que quería dedicarse a eso, a que cuando entrases por la puerta de una habitación la persona que dormía ahí te diese la bienvenida con una calurosa sonrisa. De pequeña no entendía muy bien por qué era tan especial sacarle una sonrisa a alguien, pero a medida que he ido creciendo lo he ido entendiendo. Esa sensación que te entra por el cuerpo y notas hormiguitas cuando oyes la carcajada de un niño cuando le haces cosquillas, esa que te entra cuando intercambias tu galleta por esa gelatina asquerosa con un niño y le ves la cara de felicidad, en ese momento te ve como un héroe.

 

En este sitio he pasado los peores, pero también los mejores momentos de mi vida. Me acuerdo cuando se me cayó el primer diente y al día siguiente el ratoncito Pérez me dejó un globo, estaba hecho con un guante, seguro que el pobre siendo tan chiquitito, se tiró horas y horas soplando para poder inflarlo. Lo llamé Moquitos porque Pablo, mi mejor amigo, le pintó mocos con un bolígrafo. Cuando cumplí once, mis padres vinieron con una tarta enorme blanca, a mi padre casi ni se le veía la cara, le tenía que ir guiando mi madre porque con lo torpe que es él…, seguro que se chocaba y se caía toda la tarta. Era de limón, mi favorita, y sin dudarlo la fui repartiendo por el hospital para que todos tuviésemos un pedazo de la mejor tarta del mundo. Pusieron en la puerta de mi habitación unas flores de papel, las típicas del chino, y las pintamos entre todos de colores y, para qué os voy a mentir, fue uno de los mejores cumpleaños que he tenido, os podrá parecer raro, pero no es más rico quién más tiene sino el que menos necesita.

 

Todavía recuerdo cuando le dieron el alta a la pequeña Ana, tenía apenas seis añitos y ya había experimentado cosas que muchos ni se podrían llegar a imaginar. Cuando llegó el momento de la despedida, salimos todos de nuestras habitaciones y nos dimos un abrazo grupal. Se me caían las lágrimas solo de pensar que no volvería a verla, sé que siempre cuando te despides de alguien te suelen decir la típica frase de que no es un adiós que es un hasta luego, pero en el fondo, la mayoría sabemos que eso no es siempre así.

 

Esto me acaba de recordar a, ¿qué va a ser ahora de mí? Voy a echar mucho de menos a Pablo. El simple hecho de pensar que no le voy a ver todos los días, ni voy a jugar con el mientras vemos coches pasar por la ventana de la habitación como si fuésemos perros o dejar de oírle quejarse cada vez que le tocaba comerse la gelatina asquerosa, me desmotiva. Pero tengo que pensar en mí misma y en lo que me espera ahí fuera.

 

A partir de ahora mi vida cambia por completo, toma un rumbo totalmente distinto al que hasta hace nada pensaba que iba a ser el definitivo. Empiezo una vida nueva, iré a la universidad, conoceré a amigos que posiblemente pasen el resto de sus días conmigo, apoyándome y formando parte de mi familia. Recorreré mundo e iré a las ciudades más bonitas. Y por supuesto, visitaré a todas esas personas que han hechos que mis días en el hospital sean menos miserables.

 

Ahora lo veo, ahora lo siento. Querida Inés cuánta razón tenías, las sonrisas verdaderas que te dedica la gente son las que te hacen sentirte feliz. Me he dado cuenta de que para ser feliz solo tengo que hacer a otros felices. Así que Inés, si en algún momento lees esta carta, quiero que sepas que gracias a ti estudiaré medicina, porque, aunque sé que también se tienen días malos, estas sonrisas lo compensan.

 

Laura Ulloa Merlo

1º Bachillerato A

Abril de 2021

 

 


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