OTRO
DÍA IGUAL
Eran
las ocho de la mañana y oigo a mi marido gritar por el pasillo. Parece que está
teniendo un día duro de trabajo ya a estas horas. Me incorporo de la cama y me
levanto para ir a desayunar, pero algo me lo impide, no puedo mover las
piernas. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no me puedo levantar? - me pregunto. Es
como si me hubiesen anestesiado de cintura para abajo, me estoy agobiando. ¡Jorge!
¡Ven aquí! Pero no me oye, sigue hablando con alguien del trabajo. Cuando por
fin parece que ha acabado de hablar, le llamo otra vez y viene, le explico lo
que me pasa y se empieza a reír. ¿Qué tiene esto de gracioso? - le pregunto. Se
sigue riendo e inmediatamente se pone a llorar, ¿Qué acaba de pasar? Me estás
volviendo loco - me dice, ¿Es que no te acuerdas? Yo no tengo ni idea de que me
está hablando, solo sé que ayer andaba perfectamente y ahora no puedo
levantarme.
Me
trae un zumo de naranja a la cama con un café y unas pastitas. Gracias - le
digo, por fin algo de comer. Se va del cuarto y le oigo hablar solo por toda la
casa, está enfadado. Imagino que será por la anterior llamada, pero ya no sé qué
pensar. Me pongo a leer el periódico del día y a la media hora llaman al
timbre. ¿Quién será? La verdad es que nunca recibimos visitas y, de repente,
dos niños pequeños entran en mi habitación corriendo y gritando: ¡Abuela!
¡Abuela! Pero creo que se han confundido de casa, yo no he visto a estos niños
en mi vida. De pronto entra una mujer rubia y muy alta con un hombre grande y
elegante. ¿Qué tal estás Emily? - dice el hombre. Eso, ¿Qué tal estás, mamá? Yo
estoy flipando ahora mismo, creo que han venido a tomarme el pelo o a robarme,
no lo sé. Yo nunca he tenido hijos y menos nietos. Les digo que se vayan, pero
no me hacen caso, y se ponen a hablar con Jorge. No sé de qué hablan, pero
parece algo serio, lo puedo notar por las expresiones de sus caras.
Los
niños de antes vuelven a mi habitación y me empiezan a hacer miles de
preguntas, me están agobiando la verdad, no paran de gritar. Cuando por fin
parece que se han calmado soy yo la que les empieza a hacer preguntas, ¿Y cómo
os llamáis? Nacho y Javi - dicen. ¿Y qué hacéis aquí? Es tu cumple abuela, ¿Mi
cumple? ¿Y cuántos cumplo? No estoy seguro, pero creo que muchos porque ya estás
muy arrugada - dice Nacho. Me empiezo a reír y pienso en mi último cumpleaños,
la verdad es que no me acuerdo, creo que no hice nada especial. ¿Qué tal tus
piernas hoy abuela? Me quedo boquiabierta porque no sé cómo sabe eso, solo se
lo he dicho a Jorge y encima, es la primera vez que veo a estos niños que no
paran de llamarme abuela.
De
pronto entran todos en mi cuarto con una tarta con velas, cantando el
cumpleaños feliz. Parece que es mi cumple, y yo sin saberlo. 82, 82 es el número
que hay en la tarta. ¿Cómo puedo tener 82 años si hace nada yo estaba con Jorge
viajando por todo el mundo? Hace nada estaba trabajando y viviendo mi mejor
vida. Pues de pronto, parece que tengo 82 años y yo con la sensación de tener
34. Cuando ya hemos comido tarta, Jorge me coge en brazos y me sienta en una
silla de ruedas. Nos vamos - dice. Estoy perdidísima, ¿Cómo es que hay una
silla de ruedas en casa así de la nada y quiere que salgamos fuera?
Después
de un largo paseo, bastante agradable con los que resultan ser mi familia, que
yo ni recuerdo haber tenido, entramos en un edificio muy grande y moderno.
Huele a limpio y hay muchas personas esperando en una sala. Nosotros nos
sentamos con ellos y Jorge me empieza a pedir perdón por haberse enfadado esta
mañana. Me explica que estaba hablando con el médico y que no le había gustado
lo que le había dicho, y que por eso estábamos aquí, en el hospital. Me extraña
que él estuviese hablando con el médico a esas horas de la mañana, pero a la
vez, me alivio porque así podré preguntarle qué le pasa a mi pierna. Cuando por
fin entramos en la consulta, el doctor me dice que sufrí un accidente cuando yo
tenía 67 años, y que perdí completamente la movilidad de las piernas. Le digo
que eso es imposible, que yo ayer podía andar sin impedimento alguno, y que me
acordaría de tal tragedia. Él me dice que el cerebro tiende a eliminar los
malos recuerdos y que, con el paso del tiempo y la vejez, es normal que no me
acuerde. Me pongo a llorar y pienso en todo el tiempo que he estado sin mover
las piernas. Jorge me abraza y, de repente, pierdo el hilo por completo. No sé
dónde estoy ni que hago aquí. Solo sé que Jorge está conmigo y eso me alivia. Y,
de pronto, escucho a la persona de bata blanca que tengo enfrente decir: “también
tiene usted Alzheimer señora”.
María Bódemer
20-4-2021,
3ª Evaluación, 1B
Comentarios
Publicar un comentario