UNA HISTORIA DE CAMBIO
Me desperté. El mejor
momento del día había acabado. No sé cómo conseguí levantarme, porque no tenía
razones para hacerlo. No sé qué me impulsaba y me daba esperanzas, pero pronto
volvía de nuevo a ese estado. Es estado lo defino como sufrimiento. Pasan
lentos hasta los segundos, recordando pensamientos dolorosos, sin motivo alguno
para vivir. Los únicos momentos en lo que encontraba consuelo, en los que
meramente me olvidaba de mi soledad y problemas, se esfumaban rápidamente. Entonces
volvía al bucle de pensar demasiado y de sufrir.
Sabía que lo había
perdido todo, o al menos eso creía. Había perdido a mis amigos, todo el trato y
las relaciones que me quedaban. No había perdido el contacto con la familia,
pero la edad y las circunstancias hacían que estuviésemos hartos todos unos de
otros. La melancolía se hacía espesa y dolorosa. Era un bucle del que parecía
imposible salir; antes o después siempre volvía a aquel estado. Sin embargo;
siempre había esperanza.
Supongo que era la esperanza
la que me incitaba a continuar. Esperanza en retomar mi vida con mis amigos,
esperanza en poder tener alguien con quién hablar y encontrar consuelo. Aún
así, no era una esperanza cómoda, sino angustiosa. En vez de anhelar sucesos y
alegrarse cuando sucedían, más bien me destrozaban al fallar. Y siempre
fallaban. Así es como aprendí a anular mis esperanzas, a, ni siquiera tener
expectativas bajas, simplemente no tenerlas. No tenía esperanzas vanas, así que
estas no me podían fallar. Mis pensamientos y recuerdos seguían siendo mi peor
enemigo, y sólo ayudaba olvidar. En este relato suena breve, pero este proceso
se me hizo eterno.
Poco a poco, después de
aguantar, la vida me empezó a sonreír, y conseguí salir de aquel bucle. Empecé
a retomar el contacto con mis amigos; y, aunque me sentía solo rodeado de
personas, está sensación seguía siendo más placentera que la anterior. Me
sorprendía, interiormente, que nadie se diese cuenta de mi situación. No creo
que fuese muy expresivo, pero alguien con los ojos abiertos habría notado sin
duda mi corazón partido. Nadie lo hizo. Entonces se me ocurrió una idea
brillante, y es quizá estaba haciendo yo lo mismo que ellos. Conseguí apartar
un rato mis problemas y fijarme en los de otros. Entonces se me abrió la visión,
y ayudarles me llenaba por dentro.
Fue difícil llegar a la
conclusión de que yo era el único que ponía límites a mi felicidad. La
felicidad reside en uno mismo, y no en las circunstancias que a uno rodean. Me
propuse ser la persona que quiero ser, y todos los días lucho por llegar a ese
objetivo. Así es como ahora me voy a dormir orgulloso de mi mismo, como, cuando
las cosas salen mal encuentro consuelo. “Has hecho lo que debías hacer”,
pienso. He hecho lo que haría la persona que quiero ser. Con eso basta para
tener seguridad en uno mismo, y para ser feliz.
Finalmente, me di cuenta
de todo lo que tengo. El contraste entre la situación de entonces y la actual
me hace valorar todo lo que tengo. Y es que, hasta que no lo pierdes, no
valoras lo que tienes. Por eso doy gracias a haberlo perdido, a poder haberme
dado cuenta de todo lo que hacía mal antes y todo lo que daba por sentado, y
valorarlo. Pasé de vivir angustiado cada minuto por cosas que no podía
controlar, a disfrutar de lo que tengo. Yo, por eso, espero nunca olvidar lo
que pasó.
Comentarios
Publicar un comentario