NO
PROMETAS COSAS QUE ESTÁN FUERA DE TU ALCANCE
Veo borroso. El chico
sale corriendo sin casi poder verle la cara. Sangre. Sangre por todas partes;
en el suelo, en mis manos, mis rodillas. Estoy un tanto desconcertada y me
cuesta unos segundos reconocer dónde me encuentro. Me doy cuenta de lo que ha
pasado y cada vez siento más agobio y más presión en el pecho. Me giro a la
izquierda y le veo, inmóvil, y con los ojos abiertos. Tiene el puñal clavado en
la zona de las costillas.
Me despierto. Tengo las
pulsaciones aceleradas y un calor en el cuerpo que, a su vez, me hace temblar. Miro la hora en el móvil y
son las 06:18 de la mañana. Sé que no me voy a volver a dormir así que me levanto.
Decido darme una ducha para tranquilizarme. El agua fría cala hasta mis huesos
y surge efecto. Tras 15 minutos salgo pero no consigo calmarme del todo. Cojo
mi blusa y pantalones de traje anchos, me siento frente al espejo para terminar
de arreglarme y, al ver mi rostro siento pena. Mis ojeras moradas y grises son
el rasgo más característico de mi cara últimamente, al igual que mis ojos
enrojecidos. Termino de vestirme y voy a la cocina a prepararme un café
cargado. Me siguen quedando dos horas para tener que marcharme, por lo que
decido ponerme a resolver unos papeles
mientras escucho las noticias en la televisión
de fondo. Tengo un dolor constante en la cabeza que no me deja concentrarme
pero no tengo nada más que hacer por el momento, así que decido seguir
trabajando. Al escuchar su nombre en las noticias me quedo sin respiración.
“Guillermo Suárez”. Me levanto a coger el mando y apago la televisión
rápidamente. Como tengo tiempo, decido ir andando esta vez. Cojo mi chaqueta y
bajo al portal por las escaleras, aún con la respiración agitada.
Al abrir la puerta corre una brisa de aire
caliente un tanto incómoda, pero continuo andando. Paseando ya se ve a gente
por la calle; un abuelo yendo a comprar el pan, o una madre con su hijo pequeño
desayunando en la cafetería de la esquina. Me quedo observando y el niño me
sonríe. Al pasar 20 minutos ya he llegado al gran edificio, entro por la puerta
y me encuentro con mis compañeros de trabajo. Marta me saluda con la mano y al
acercarse me lanza una media sonrisa compadeciéndose.
-“Nadie dijo que este
trabajo fuese fácil”-dijo como saludo.
-“Desde luego, solo
espero que el juicio no dure tanto esta vez” -respondí yo forzando otra media
sonrisa.
-“Ya verás cómo esta vez
es diferente, Paula, hay muchas más pruebas y todo está bastante claro”-me
intentó animar.
-“Para mi también estaba
claro la última vez. En fin, ¿Qué tal estás?”-pregunté.
-“Yo bien, con ganas de
acabar con esto ya, que te prometo que lo vamos a conseguir”
No prometas cosas que
están fuera de tu alcance, pensé. En ese momento apareció Álvaro por la puerta
principal.
-“Buenos días chicas.
Paula, ¿Qué tal estás? ¿Ya estás preparada?”-otra cara de pena.
-“Buenos días, estoy bien
Álvaro, podéis dejar de preguntármelo todos los días, siento como si estuviera
enferma”-respondí en tono de broma, porque no, no estaba bien, pero no quería
preocuparles aún más, aunque sabía que no iba a servir de nada.
-“Sólo digo que entiendo
que es una situación un tanto incómoda y dura para ti como lo sería para todos,
pero sé que eres fuerte y puedes con esto y más”-su mirada era sincera cuando
me lo dijo.
-“Muchas gracias, de
verdad”
-“Vale chicos, el juicio
empezará en 15 minutos, deberíamos de ir entrando”-nos comentó Marta.
Pasamos los tres a la
gran sala y me dirigí a mí ya conocido estrado. Al haber sido la jueza de
tantos casos una se acostumbra, dicen, yo todavía no lo he hecho. Este juicio
en concreto, ya era bastante conocido, y no solo por mí, sino por toda España,
ya que había causado bastante revuelo, pero 10 años atrás. Cuando ya lo
teníamos todos supuestamente superado, aparecieron nuevas pruebas hace un mes,
por lo que el caso se reabrió. Esperé los diez minutos más largos de mi vida y
apareció por la puerta, años después pero con el rostro tal y cómo lo
recordaba. Se sentó en el asiento del acusado sin dejar de mirar al suelo.
Terminó de pasar todo el mundo y se cerraron las grandes puertas. Álvaro
comenzó a hablar:
-“Silencio en la sala,
por favor. Hoy, tres de septiembre de 2018, a las 11:35, en Barcelona, se
reabre el caso del asesinato del joven adolescente Guillermo Suárez, producido
en las Ramblas el 22 de abril de 2008. El juicio acabó sin ninguna prueba
suficientemente relevante y sin la condena del supuesto acusado, Jorge Sánchez,
que está hoy aquí presente. Salga al estrado por favor. Las pruebas presentadas
en el anterior juicio eran la no cuartada del acusado, y su relación con el
asesinado, ya que tenían una serie de cuentas pendientes, y por varios
conocidos en común, la relación entre ambos no era la mejor después de esto.
-“Pero- continué yo- este
mismo verano, han aparecido nuevas pruebas. Se ha encontrado el arma del
crimen, el puñal, en la orilla del río Ebro. Tras haber sido analizado, tienen
las huellas de Jorge Sánchez. Al comunicar esta noticia, hemos hablado con una
de las conocidas de ambos, cuya identidad no será revelada por seguridad, nos
ha confesado que la misma noche del asesinato estuvo junto con vosotros dos y
más amigos en una fiesta y que, como bien sabíamos, usted y Guillermo habían
discutido por una deuda que tenían los dos con un tema de drogas, que al
parecer era su no pago de la entrega que le hizo Guillermo. Esta chica confesó
haberles visto irse los dos solos al callejón en el que, posteriormente se
encontraría el cuerpo sin vida de Guillermo Suárez, y les vio discutir acaloradamente,
¿no es así, Jorge?”
Levantó la vista por
primera vez, me miró, con su mirada fría que congelaba cualquier espacio en el
que se posase. Hizo una mueca en un hámago fallido de ocultar su sonrisa. Y
entonces, habló:
-“Ese desagradecido
quería hablar con su jefe para decirle que no estaba pagando lo que debía, aun
sabiendo los problemas económicos que yo tenía, aún después de todo lo que
había hecho yo por él. Así que si, lo maté, lo maté a sangre fría. Si me
involucraba en todos los negocios que había detrás de vender droga, sería yo el
que acabaría muerto, y eso era lo que iba a pasar si Guillermo daba mi nombre,
por lo que no tenía otra opción, Paula”
Así, sin más, después de
diez años, lo soltó, la confesión que llevaba esperando todo este tiempo. El
desconcierto y la rabia me invadieron por dentro y por un momento no podía ni
ver. No me creía que hubiera confesado tan fácilmente, en verdad, siempre había
sabido que él era el responsable de todo, pero nunca imaginé que lo fuese a
reconocer. Álvaro, al ver que no continuaba, terminó de decir por mí:
-“Jorge Sánchez, queda
condenado por el asesinato de Guillermo Suárez en el juicio de Paula Suárez”
Todas, todas las
pesadillas que llevaba teniendo desde hacía diez años en las que aparecía mi
hijo desangrándose a mi lado, se me pasaron por la cabeza. El pensar que si
hubiese estado allí le podría haber ayudado. Siempre había prometido que le
protegería y que nunca le pasaría nada malo. Hubo un tiempo que me culpe a mí
misma por lo sucedido, porque debería de
haberle ayudado más, estar más pendiente de él, no darle tanta libertad, ¿Cómo
una madre no podía saber que su hijo estaba metido en todo aquello? Pero, con
el tiempo me di cuenta de que, no puedes prometer cosas que están fuera de tu
alcance.
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