Sandra Casqueiro Blanco (No prometas cosas que están fuera de tu alcance)


 

NO PROMETAS COSAS QUE ESTÁN FUERA DE TU ALCANCE

Veo borroso. El chico sale corriendo sin casi poder verle la cara. Sangre. Sangre por todas partes; en el suelo, en mis manos, mis rodillas. Estoy un tanto desconcertada y me cuesta unos segundos reconocer dónde me encuentro. Me doy cuenta de lo que ha pasado y cada vez siento más agobio y más presión en el pecho. Me giro a la izquierda y le veo, inmóvil, y con los ojos abiertos. Tiene el puñal clavado en la zona de las costillas.

 

Me despierto. Tengo las pulsaciones aceleradas y un calor en el cuerpo que, a su vez,  me hace temblar. Miro la hora en el móvil y son las 06:18 de la mañana. Sé que no me voy a volver a dormir así que me levanto. Decido darme una ducha para tranquilizarme. El agua fría cala hasta mis huesos y surge efecto. Tras 15 minutos salgo pero no consigo calmarme del todo. Cojo mi blusa y pantalones de traje anchos, me siento frente al espejo para terminar de arreglarme y, al ver mi rostro siento pena. Mis ojeras moradas y grises son el rasgo más característico de mi cara últimamente, al igual que mis ojos enrojecidos. Termino de vestirme y voy a la cocina a prepararme un café cargado. Me siguen quedando dos horas para tener que marcharme, por lo que decido ponerme  a resolver unos papeles mientras escucho las noticias en la televisión de fondo. Tengo un dolor constante en la cabeza que no me deja concentrarme pero no tengo nada más que hacer por el momento, así que decido seguir trabajando. Al escuchar su nombre en las noticias me quedo sin respiración. “Guillermo Suárez”. Me levanto a coger el mando y apago la televisión rápidamente. Como tengo tiempo, decido ir andando esta vez. Cojo mi chaqueta y bajo al portal por las escaleras, aún con la respiración agitada.

 

 Al abrir la puerta corre una brisa de aire caliente un tanto incómoda, pero continuo andando. Paseando ya se ve a gente por la calle; un abuelo yendo a comprar el pan, o una madre con su hijo pequeño desayunando en la cafetería de la esquina. Me quedo observando y el niño me sonríe. Al pasar 20 minutos ya he llegado al gran edificio, entro por la puerta y me encuentro con mis compañeros de trabajo. Marta me saluda con la mano y al acercarse me lanza una media sonrisa compadeciéndose.

 

-“Nadie dijo que este trabajo fuese fácil”-dijo como saludo.

-“Desde luego, solo espero que el juicio no dure tanto esta vez” -respondí yo forzando otra media sonrisa.

-“Ya verás cómo esta vez es diferente, Paula, hay muchas más pruebas y todo está bastante claro”-me intentó animar.

-“Para mi también estaba claro la última vez. En fin, ¿Qué tal estás?”-pregunté.

-“Yo bien, con ganas de acabar con esto ya, que te prometo que lo vamos a conseguir”

No prometas cosas que están fuera de tu alcance, pensé. En ese momento apareció Álvaro por la puerta principal.

-“Buenos días chicas. Paula, ¿Qué tal estás? ¿Ya estás preparada?”-otra cara de pena.

-“Buenos días, estoy bien Álvaro, podéis dejar de preguntármelo todos los días, siento como si estuviera enferma”-respondí en tono de broma, porque no, no estaba bien, pero no quería preocuparles aún más, aunque sabía que no iba a servir de nada.

-“Sólo digo que entiendo que es una situación un tanto incómoda y dura para ti como lo sería para todos, pero sé que eres fuerte y puedes con esto y más”-su mirada era sincera cuando me lo dijo.

-“Muchas gracias, de verdad”

-“Vale chicos, el juicio empezará en 15 minutos, deberíamos de ir entrando”-nos comentó Marta.

 

Pasamos los tres a la gran sala y me dirigí a mí ya conocido estrado. Al haber sido la jueza de tantos casos una se acostumbra, dicen, yo todavía no lo he hecho. Este juicio en concreto, ya era bastante conocido, y no solo por mí, sino por toda España, ya que había causado bastante revuelo, pero 10 años atrás. Cuando ya lo teníamos todos supuestamente superado, aparecieron nuevas pruebas hace un mes, por lo que el caso se reabrió. Esperé los diez minutos más largos de mi vida y apareció por la puerta, años después pero con el rostro tal y cómo lo recordaba. Se sentó en el asiento del acusado sin dejar de mirar al suelo. Terminó de pasar todo el mundo y se cerraron las grandes puertas. Álvaro comenzó a hablar:

 

-“Silencio en la sala, por favor. Hoy, tres de septiembre de 2018, a las 11:35, en Barcelona, se reabre el caso del asesinato del joven adolescente Guillermo Suárez, producido en las Ramblas el 22 de abril de 2008. El juicio acabó sin ninguna prueba suficientemente relevante y sin la condena del supuesto acusado, Jorge Sánchez, que está hoy aquí presente. Salga al estrado por favor. Las pruebas presentadas en el anterior juicio eran la no cuartada del acusado, y su relación con el asesinado, ya que tenían una serie de cuentas pendientes, y por varios conocidos en común, la relación entre ambos no era la mejor después de esto.

 

-“Pero- continué yo- este mismo verano, han aparecido nuevas pruebas. Se ha encontrado el arma del crimen, el puñal, en la orilla del río Ebro. Tras haber sido analizado, tienen las huellas de Jorge Sánchez. Al comunicar esta noticia, hemos hablado con una de las conocidas de ambos, cuya identidad no será revelada por seguridad, nos ha confesado que la misma noche del asesinato estuvo junto con vosotros dos y más amigos en una fiesta y que, como bien sabíamos, usted y Guillermo habían discutido por una deuda que tenían los dos con un tema de drogas, que al parecer era su no pago de la entrega que le hizo Guillermo. Esta chica confesó haberles visto irse los dos solos al callejón en el que, posteriormente se encontraría el cuerpo sin vida de Guillermo Suárez, y les vio discutir acaloradamente, ¿no es así, Jorge?”

 

Levantó la vista por primera vez, me miró, con su mirada fría que congelaba cualquier espacio en el que se posase. Hizo una mueca en un hámago fallido de ocultar su sonrisa. Y entonces, habló:

-“Ese desagradecido quería hablar con su jefe para decirle que no estaba pagando lo que debía, aun sabiendo los problemas económicos que yo tenía, aún después de todo lo que había hecho yo por él. Así que si, lo maté, lo maté a sangre fría. Si me involucraba en todos los negocios que había detrás de vender droga, sería yo el que acabaría muerto, y eso era lo que iba a pasar si Guillermo daba mi nombre, por lo que no tenía otra opción, Paula”

 

Así, sin más, después de diez años, lo soltó, la confesión que llevaba esperando todo este tiempo. El desconcierto y la rabia me invadieron por dentro y por un momento no podía ni ver. No me creía que hubiera confesado tan fácilmente, en verdad, siempre había sabido que él era el responsable de todo, pero nunca imaginé que lo fuese a reconocer. Álvaro, al ver que no continuaba, terminó de decir por mí:

 

-“Jorge Sánchez, queda condenado por el asesinato de Guillermo Suárez en el juicio de Paula Suárez”

 

Todas, todas las pesadillas que llevaba teniendo desde hacía diez años en las que aparecía mi hijo desangrándose a mi lado, se me pasaron por la cabeza. El pensar que si hubiese estado allí le podría haber ayudado. Siempre había prometido que le protegería y que nunca le pasaría nada malo. Hubo un tiempo que me culpe a mí misma por lo  sucedido, porque debería de haberle ayudado más, estar más pendiente de él, no darle tanta libertad, ¿Cómo una madre no podía saber que su hijo estaba metido en todo aquello? Pero, con el tiempo me di cuenta de que, no puedes prometer cosas que están fuera de tu alcance.

 

 

 

 

 

 

 


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