UNA HISTORIA MEMORABLE
El
ruido de los intermitentes al parpadear me sobresalta; debo de llevar varios
minutos conduciendo, pero no recuerdo cómo he llegado hasta aquí, posiblemente
sea porque esta noche he dormido poco. Ayer me quedé despierto hasta las tantas
haciendo el trabajo que me quedaba por hacer.
Alzo
la vista y miro por el retrovisor; a lo lejos logro ver el Wanda, que parece
hacerse más pequeño por momentos. Giro la cabeza y me topo con la mirada de
Pablo, que me hace un gesto indicándome que no haga ruido: parece que no soy el
único que ha dormido mal.
Enciendo
la radio y sintonizo la emisora que me acompaña todas las mañanas,
inmediatamente reconozco la melodía que suena, aunque no consigo acordarme del
nombre de la canción. Intento hacer memoria, pero no hay manera, lo único que
me viene a la mente es un nombre: Nick Kamen; la voz que suena es la suya, de
eso sí que estoy seguro.
Noto
que alguien me toca el hombro, es mi hijo de nuevo, quien me pide bajar el
volumen. El rato que queda hasta llegar al colegio se me hace eterno.
Aparco
el coche y les despierto, cogen sus mochilas y se despiden hasta por la tarde.
Tengo una hora libre que voy a aprovechar para ponerme al día con el trabajo,
pues ayer me quedé dormido antes de acabarlo. Abro mi inseparable maletín y
busco la carpeta con el trabajo inacabado, pero no la encuentro. Busco por el
maletero, pero no hay ni rastro de ella, me la he debido de olvidar en casa.
Todavía
me quedan algo más 45 minutos y no sé qué hacer, meto la mano de nuevo en el
maletín y saco otra carpeta, una con historias, anécdotas y relatos. Me acomodo
el respaldo y comienzo a leer uno de ellos, en apenas cuatro minutos lo he
acabado, es curioso que guarde tantas historias en un espacio tan pequeño:
algunas muy interesantes y otras un tanto superfluas; y unas pocas, muy
especiales, que llegan a tocar el corazón.
Me
dispongo a leer otra de estas historias, y después otra, y otra; hasta toparme
con una a la que guardo un cariño especial: es una obra con un toque
sarcástico, con ese humor que tanto me gusta. Habla de un carismático político,
que al acabar su mandato se ve obligado a abandonar el que ha sido su sueño, y regresar
a su vida como ciudadano de a pie.
Ahora
que lo pienso detenidamente, es difícil contar bien una historia. Aunque
siempre me ha fascinado, es un sueño frustrado para mí, y por ello trato de
disfrutar de este don en otras personas.
Cuando
me quiero dar cuenta faltan 2 minutos para que comience mi clase, así que salgo
a toda prisa de mi coche y subo las escaleras hasta llegar al tercer piso,
donde me esperan mis alumnos.
Lo
primero que hace todo el mundo al entrar es preguntarme por el global, el cual
realizaron hace un par de días. Les explico que aún no están corregidos, y acto
seguido les recuerdo que hoy es el tan ansiado día de la lectura de relatos.
Uno tras otro, los alumnos van compartiendo sus historias; hasta finalizar el
último. Todavía falta un rato de clase, así que les pido que me atiendan pues
voy a hacer algo imprevisto: voy a compartir mi propio relato.
Les
advierto que no es una de esas historias espectaculares, de las que cuentan con
una trama inverosímil y un final inédito, no trata de aventuras en lugares
exóticos, ni de un heroísmo exagerado, ni mucho menos es una historia con un
final triste. Es una historia corriente, aunque a la vez muy interesante, ya
que en ella están incluidos todos los alumnos que atienden en este preciso
momento.
La
historia comienza el fatídico día 13 de julio de 1997, día en el que nuestro
país entero se estremeció al ver nuestra libertad maltrecha y amenazada, ese
día un joven de apenas 23 años tomó una decisión, la cual a día de hoy sigo
creyendo que fue la correcta. Pocos días después, ese mismo joven sería
recriminado por su elección.
Esos
eventos impulsaron a aquel personaje a seguir adelante, hasta llegar a alcanzar
sus metas: conseguir compartir varias de sus pasiones con otras personas: el
cine, la música, la lectura…y la ciencia económica.
La
historia parece haber gustado a los oyentes, parece que me equivocaba una vez
más, esto de compartir experiencias no se me da para nada mal.
Acabo
la jornada y recorro el mismo camino que todos los días hasta llegar a mi casa,
dejo las cosas en la entrada y me siento en el salón; enciendo la televisión y
me quedo ojiplático, en la pantalla aparece Robert de Niro, ¡No puede ser!¡Qué
irónico! Enfoco la vista y logro leer el título de la película: Novecento.
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