Ignacio Albi (El principio de un fin)


 

EL PRINCIPIO DE UN FIN

 

Vivía aterrorizado los últimos acontecimientos que están pasando en mi país. Siempre había habido guerras por la zona y me había ido acostumbrando a ver atrocidades, aunque solamente tuviera dieciséis años. Estos últimos días me los he había pasado buscando a mis amigos y a mi familia para poder despedirme de ellos y desearles buena suerte de cara al futuro, futuro que iban a pasar sin mí, porque yo no aguantaba más.

 

Estaba en Kabul, Afganistán y nunca pensé que las cosas terminarían así. Mis padres siempre me habían hablado sobre como habíamos sido dominados por esos locos, hace ya un tiempo y no me creía que volvamos a caer en el mismo error. El islamismo radical había conseguido que los terroristas impusieran una visión radical de nuestra religión. Siempre habíamos pensado que los Estados Unidos nos protegerían, pero todo lo bonito tiene fin. Mis compañeros compatriotas no habían podido hacer nada frente a la implacable embestida de los talibanes. Éramos primera plana en todo el mundo, todos buscaban la mejor portada para su periódico, pero nadie pone medios para que esto cambiara.

 

Mi familia y yo teníamos que vivir nuestra propia religión de la manera que imponían estos fanáticos. Mi tío había sido asesinado en el norte del país en un bloque de resistencia a los talibanes. Mi amigo inglés, Paul, que estaba en el país porque su padre trabajaba aquí como diplomático, fue hallado muerto en una iglesia por profesar su religión cristiana y querer leer el Evangelio de su Dios un domingo. Surgían en occidente muchos movimientos reclamando derechos, pero aquí las mujeres iban a ser tratadas como animales y nadie se movía. Sentía impotencia al saber que no podía hacer nada por mi hermana, que no iba a poder ir al colegio ni educarse adecuadamente y por mi madre que ya prácticamente no iba a poder ni salir de casa. Me había costado mucho asumir esos duros golpes en tan poco tiempo; a veces soñaba con que mi patria volvía a su máximo esplendor y recuperaba un cierto bienestar. Aunque sera consciente de que para esto tendrán que pasar muchos años.

 

Ya habiéndome despedido de todos, salí de casa con una convicción firme, salir de esta dictadura de puño de hierro que mucha gente iba a apoyar gracias al miedo. Me dirigí al aeropuerto, único territorio no controlado por los talibanes, junto a mí, estaba mi hermana que me daba la mano buscando protección. Mis padres nos habían despedido llorando y mi padre me había dado una pistola por si necesitaba protegerme. Según me acercaba al aeropuerto, había más bullicio debido a la ruidosa gente. Los afganos se aplastaban intentando entrar en el aeropuerto en busca de un principio básico, la libertad. Para acceder al aeropuerto pasé por los anillos de vigilancia de los talibanes con facilidad gracias a mi pequeño tamaño. Ya en el aeropuerto, busqué algún tipo de avión que nos pudiese llevar a otro país. Encontré un avión de suministros estadounidense totalmente vacío. Ese avión llevaba solamente mercancías y decidí meter a mi hermana dentro de un depósito de pan. Justo en el momento que me iba a meter yo, un marine me dijo que qué hacía allí y me tuve que largar corriendo. No podía salir del país, pero al menos mi hermana pudo esconderse y seguro que le esperaría un mejor futuro en Estados Unidos.

 

Salí del aeropuerto muy satisfecho por mi gran hazaña. Volviendo a mi casa vi a dos talibanes que iban a fusilar a unos funcionarios contrarios al régimen. Sin dudarlo saqué mi pistola y maté a los dos. De repente, salió un tercero que presionó el gatillo, en ese momento se pasó toda mi vida delante de mis ojos: mis padres, mi hermana, mis compañeros de primaria, Paul, yo junto a mi equipo de fútbol. Allí en medio de la calle, con los ojos inyectados de sangre, caí muerto al suelo. Allí arriba se estaba más tranquilo que abajo, aunque me apenó pensar en lo que iba a llorar mi padre y sobre todo lo que iba a sufrir mi apasionada madre gracias a mi muerte. Así es como empecé el principio de otra vida sabiendo que había sido el fin de mi vida terrenal. No me arrepiento de nada y solo suplico a Dios que termine con el infierno que vivía mi país.


Ignacio Albi Zaragoza  1·B

Escrito el 1 de noviembre de 2021

 


Comentarios