LA PESADILLA AMERICANA
No era un día normal, era San
Valentín y ese es un día para estar feliz, o eso nos decían nuestros padres.
Era un día de regalar flores, de regalar amor, de regalar sonrisas. No sabía la
historia que había detrás de esa fecha, solo sabía que no era un día normal y
más para mí que estaba en la otra punta del mundo viviendo mi “sueño
americano”.
Me levante más pronto de lo
habitual ya que tenía que terminar algunos deberes pendientes que me iban a
pedir en clase, los acabé y me fui a duchar, como cualquier otro día de los
cinco meses que llevaba ya allí, en Florida. Bajé a desayunar con mi familia
americana, mis dos hermanas pequeñas y mis padres, a los cuales había cogido
mucho cariño en esos meses. Y como siempre me prepararon una de esas tortitas
de las pelis que tienen tan buena pinta. Terminé de desayunar y me fui a coger
el autobús amarillo, seguro que sabéis de que hablo, y una vez sentada, procedí
a ayudar a mi amiga Alyssa con su examen de matemáticas.
Llegamos al colegio y nos fuimos a
nuestra primera clase, como ya os he dicho antes, era San Valentín y había un
montón de gente con rosas y cartas de sus correspondidos o amigos, o incluso
algún que otro graciosillo que mandaba cartas porque sí.
A primera hora tenía historia y me
resultaba bastante fácil ya que en España íbamos muy adelantados, en esa clase
también estaba con Alyssa que se sentaba un asiento delante de mí. Recuerdo
estar dando el inicio de la Edad Moderna o algo parecido, bastante aburrido
pero el profesor explicaba muy bien.
Recuerdo que Alyssa se había
encontrado una carta en su mesa y estábamos intentando averiguar de quién era.
Recuerdo como de repente sonó la
alarma de incendios, tampoco era algo raro ya que teníamos simulacros casi cada
semana y estábamos todos muy alegrados porque nos saltaríamos lo que quedaba de
historia y solo teníamos que bajar ordenadamente al patio y volver a subir como
a la media hora. Normalmente cogía el móvil, pero ese día no lo cogí, supongo
que porque estaba muy involucrada en encontrar al autor de la carta de amor de
mi amiga.
Recuerdo como salimos todos en fila
hablando aunque el profesor nos mandara callar continuamente, como llegamos a
la escalera y mientras estaba hablando con un niño de mi clase intentando
sacarle el nombre del autor sonó un ruido, y luego otro.
No quiero exagerar pero fueron los
ruidos más fuertes que había oído jamás.
A partir de ese momento ya no
recuerdo con tanta claridad, iba todo a cámara lenta pero a la vez demasiado
rápido. Fue la mañana de San Valentín más larga de nuestras vidas.
Después de los ruidos estaba
bastante claro que el simulacro de incendio no iba con la situación y todos los
profes comenzaron a gritar a todo pulmón código negro.
Os pensaréis que por ser Estados
Unidos también teníamos un simulacro por semana del código negro, pero ya sea
por miedo o porque se negaban a aceptar que era una realidad, creo que tuvimos
uno en todo el año y en él solo nos explicaron lo que significaba.
Por esa y mil razones más solo
éramos niños de 14 y 15 años asustados y alterados dirigidos por profesores que
ese día se convirtieron en héroes.
Cogí a Alyssa de la muñeca y empecé
a correr tirando de ella, que todavía seguía en shock, nos metimos en la clase
de historia empujadas por los de nuestra clase y unos cuantos más que se habían
colado por instinto de supervivencia, ya que era la primera del pasillo pegada
a las escaleras. Tiramos las mesas al suelo a modo de escudo y cogimos
cualquier cosa que encontramos para taparnos con ello. Nos quedamos allí
quietos; llorando, temblando, intentando llamar a nuestros padres, diciéndonos
lo mucho que nos queríamos. Pero quietos.
Me dio tiempo a escribir a mis
padres americanos porque mis padres de verdad estaban durmiendo y no lo
leerían. El mensaje fue corto y ahora me arrepiento, decía algo así como “está
habiendo un tiroteo en el cole, llamad a la policía, os quiero”, pero en
inglés.
Poco a poco los ruidos iban
aumentando y se escuchaban gritos del piso de abajo, cada vez más fuertes y
seguidos. Llegó un momento en el que ya no sentía las piernas, se me habían
quedado dormidas de tanto estar agachada. No podía pensar en otra cosa que no
fueran mi familia y mis amigos de España, me aliviaba que estuvieran dormidos,
pero a la vez necesitaba hablarles y abrazarles.
Los ruidos cesaron y llegó un
sonido aún peor, se empezaron a escuchar pasos subiendo las escaleras seguido
de un grito pidiendo silencio de uno de los niños. Fue el silencio más ruidoso
de mi vida, aguantamos la respiración hasta el punto que solo se oían nuestros
corazones a punto de salirse de nuestro pecho.
Se abrió la puerta y allí sucedió,
la gran pesadilla americana.
No es que no recuerde ese minuto y
medio, es que he preferido no recordarlo.
Después de aquello apreté los ojos
porque no quería abrirlos, solo se oían gritos y la situación fue esa por
aproximadamente una hora, cuando el cristal de la puerta se rompió. A pesar del
miedo a que se repitiese la escena, era por fin la policía. Un hombre me ayudó
a levantarme preguntándome si estaba herida y le respondí que no aunque no
sentía a penas ninguna parte de mi cuerpo. Me levanté sin problemas y el
policía nos gritó corred y no miréis atrás hasta que lleguéis a la salida. No
obedecí, aunque me arrepiento, y miré atrás, había muchos niños, o cuerpos de
niños inmóviles en el suelo de los cuales solo distinguí a Alyssa. Salí
corriendo y al llegar fuera abracé a mis compañeros, luego a mis padres
americanos, y luego a cualquier niño que saliera de aquel edificio.
No fue un día normal, ni un San
Valentín normal.
17 es el número de personas que
fueron asesinadas el 14 de febrero de 2018 en la escuela secundaria Marjory
Stoneman Douglas en Parkland, Florida. Entre ellas Alyssa Alhadeff, una niña de
14 años, que salvó a varios de sus compañeros poniéndose como escudo tras ser
herida.
Con ellos también se fue una parte
de todos los niños y profesores supervivientes de aquel tiroteo, una parte que
jamás recuperarán y que nunca se les debía de haber arrebatado.
Carolina de Domingo Garay 1ºA Noviembre, 2021
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