Celia Sánchez (Tragedia en el cielo)


 

TRAGEDIA EN EL CIELO

Era martes por la mañana, acababa de terminar mi turno de noche en el Departamento de Bomberos. Cogí el coche, me marché de Brooklyn y puse rumbo a casa de mi hermano. Me dirigía a jugar un partido de baloncesto con mis hermanos en Nueva Jersey. Mi turno de noche había sido interminable, estuve sentado esperando a una emergencia toda la noche sin que nada ocurriese. Hoy había sido uno de esos días que me costaba no pensar en la pérdida de mis padres. Aunque ambos fallecieron cuando yo todavía era un niño su recuerdo aún me perseguía a todos lados. Fui criado por mis hermanos mayores hasta que empecé a trabajar como bombero. Me costó mucho aceptar que yo era un huérfano, pero con el paso de los años lo conseguí superar. A los 25 años me uní al Departamento de Bomberos. Conseguí convertirme en todo lo que deseaba, un valiente y honorable bombero que arriesgaba su vida cada día para salvar a los demás.

 

 

Hoy era 11 de septiembre, conducía mi anticuada y estropeada furgoneta. Llevaba pensando en deshacerme de ella mucho tiempo, aunque todavía no me atrevía. El bochorno de Manhattan era asfixiante y como no, el aire acondicionado de la furgoneta no funcionaba. Para suavizar los fuertes pitidos de los coches y gritos del atasco, conecté la radio y comencé a escuchar la BBC. Parecía ser un martes corriente en la ciudad que nunca duerme, yo tenía un presentimiento extraño. En ese mismo momento, el walkie talkie sonó. Los tenientes repetían constantemente “Alerta a todos los departamentos. El World Trade Center está en llamas, se está derrumbando” repetían distintas voces con urgencia. Sin ni siquiera tener tiempo para reaccionar, llamé a mi mujer y le pedí que avisase a mis hermanos de que me retrasaría para nuestro partido de baloncesto. A las 8:46 dos aviones ya habían colisionado contra la torre Sur y la torre Norte. El caos se había sembrado.

 

 

Pisé el acelerador y me dirigí al Departamento para así ponerme el uniforme. Rápidamente, volví a poner mis manos en el manillar, mi pie en el acelerador y puse marcha al famoso Brooklyn Battery Tunnel. Era la única entrada en ese momento por la que se podía acceder a las Torres. La entrada estaba colapsada. En ese momento, comencé a desesperarme, miré a mí alrededor y solo veía una cosa en los rostros de la gente: pánico. Solo se escuchaban gritos, lloros y miles de personas tratando de contactar con aquellos seres queridos que estaban siendo víctimas de esta catástrofe. Ya enteramente vestido con mi uniforme y mentalmente preparado, abrí la puerta del coche violentamente y empecé a correr. La radio siguió sonando y el camión se quedó ahí parado. El uniforme pesaba unos 27 kilos aproximadamente que se añadían a mi propio peso. Peso que, al cabo de un rato, empezó a ralentizar mi ritmo. A medida que me acercaba más a la torre Norte veía con más claridad como el humo se dispersaba por todos lados. Miles de cuerpos muertos e inconscientes yacían en el suelo. Corrí más de tres millas para llegar hasta las torres.

 

 

En cuanto llegué a la Torre Norte, aceleré mi ritmo sin mirar atrás. Me encontré con mis compañeros que estaban atemorizados. Me adentré en el edificio junto a ellos. Intentaba despejar la mente, pero mis hijos y mi mujer habitaban en mi cabeza. Mi único objetivo aquel martes era salvar el mayor número de vidas inocentes que pudiese. No tenía miedo. Por cada minuto que pasaba, las pilas de cuerpos sin vida crecían. Todo estaba pasando a cámara rápida. Conseguí poner a salvo unas cuantas vidas, la mayoría eran personas que “de normal” se habían levantado para ir a trabajar. Lo que esas personas no sabían es que ese sería el último día que se levantarían para ir a trabajar. Salí del edificio para asegurarme de que mi equipo se encontraba bien. Sus caras me decían que no iban a volver a acceder a la torre. Aun así, levanté la cabeza y dije: “Voy a volver a entrar”.

 

 

Un día antes de la catástrofe, el lunes a las 14:00 estaba en casa. Mi mujer estaba poniendo la mesa con dos de mis hijos y yo estaba en el salón con mi hijo pequeño Oliver. Él me decía constantemente que soñaba con ser bombero. Repetía que un día seguiría los pasos de su padre y se dedicaría a ayudar a los demás. Cada día que yo llegaba a casa de trabajar me hacia la misma pregunta: “¿Papá, has salvado alguna vida hoy?”. Lo que Oliver no sabía era lo que su padre sería capaz de hacer 15 horas después.

 

 

9:39. El ultimo avión, el vuelo 77 colisiona contra el Pentágono. Volví a entrar al edificio, como había dicho. Ya dentro del edificio, era imposible comunicarse con el exterior. Incluso dentro del mismo edificio la comunicación entre bomberos estaba completamente cortada. Me ahogaba. Solo era capaz de inhalar humo. Cargaba con una chica joven a mis hombros que estaba inconsciente. Tenía 18 años, la misma edad que mi hija mayor.  Los demás cuerpos que estaban en el suelo me pedían ayuda desesperadamente. El problema es que estaba solo, no alcanzaba para poder salvar a más personas. El ascensor había colapsado, por lo que tuvimos que utilizar las escaleras. Noté como la chica ya no tenía pulso. Estaba cargando con una chica muerta a mis hombros. El suelo temblaba, sabía que mi vida llegaba a su fin y en voz baja respondí: “Hijo, hoy he salvado muchas, pero no la mía”.

 

 

10:28. La torre Norte se derrumba. Y yo caí con ella.

 

Celia Sánchez 1ºA.

Noviembre de 2021.

 

 

 

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