Jaime Rubio Otal (Gélido renacimiento)

 


GÉLIDO RENACIMIENTO

(Una historia de supervivencia basada en hechos reales)

 

Hola me llamo Juan y tengo 42 años, vivo en Madrid y en 5 meses voy a contraer matrimonio con la mujer de mi vida, se llama María. Podría contarte una historia de como nos conocimos y por qué la quiero tanto, pero eso no creo que tuviera más interés que cualquier comedia romántica que ponen en la televisión los domingos que inducen al sueño a todo aquel que contempla el filme más de 5 minutos seguidos. Hoy estoy aquí para contarte como un viaje a Canadá con María cambió mi vida para siempre, como sorteé la muerte y como hoy estoy aquí para contártelo. Sin más preámbulos, vayamos directamente al grano…

 

Son las 10:00 de la mañana del día 5 de enero de 2018 y suena la alarma del móvil. Abro los ojos y le doy los buenos días a María, tras esto enciendo la luz y me visto para bajar a desayunar. En el desayuno disfruto de las asombrosas vistas de las montañas nevadas que rodean el hotel en el que nos alojamos, además, planeo con María nuestro último día esquiando en este increíble, pero a la vez inhóspito lugar. Como llevamos ya varios días dándonos mucha caña, hoy no hemos madrugado. Decidimos pasar nuestro último día antes de volver a casa, esquiando mucho más relajadamente y disfrutando de la maravillosa naturaleza que se alza sobre nosotros. Después de desayunar nos vestimos con la ropa de esquí, aunque no nos abrigamos tanto como los otros días puesto que la jornada no tiene pinta de que dure más de un par de horas.

 

A las 11:30 tomamos el telesilla que nos sube hasta la cima del valle. El clima es bueno, luce el sol y las temperaturas no son muy bajas, aunque algún nubarrón se acerca amenazadoramente por el Oeste.  Según salimos del telesilla observamos la pista por la que baja todo el mundo, y la cual hemos esquiado ya varias veces durante los días que hemos pasado en la estación. Todo apunta a que repetiremos la pista una vez más, sin embargo, levanto la mirada y veo un cartel que indica el límite del terreno esquiable de la estación. El cartel nos señaliza que fuera de estos límites el terreno es más escarpado, salvaje y peligroso y la responsabilidad es únicamente del esquiador. Avalentonado decido convencer a María por descender por esa alternativa que creía que nos llevaría al igual que la otra pista, a la parte baja de la estación, y por consecuente a nuestro hotel. Finalmente elegimos la alternativa propuesta y comenzamos a descender.

 

Las sensaciones son buenísimas, y rápidamente me arrepiento de no haber esquiado por este itinerario antes. Seguimos bajando durante 20 minutos largos, pero cuando me quiero dar cuenta, estamos en una parte de la montaña que no reconozco lo más mínimo. Asustado, busco puntos de referencia sin que María se de cuenta, se piensa que sé el camino. Tras 5 minutos parados, en los que aprovecho para descansar las piernas, me doy por vencido y le cuento a María que estamos perdidos. Ella en un primer momento no se asusta, la veo calmada y me sugiere deshacer lo esquiado y subir la montaña con los esquís sobre los hombros. Me parece buena idea y comenzamos a subir, sin embargo, la nieve nos llega hasta las rodillas y el terreno tiene mucha pendiente, resulta imposible subir. Una hora y media después de haber parado para orientarnos, optamos por seguir bajando a ver si llegamos a la base de la estación. La bajada se hace pesada y el frío empieza a ser molesto. Tras una hora más bajando, llegamos a un pequeño bosque y comprendemos definitivamente que nos hemos perdido. Nos tomamos una barrita energética que habíamos metido en el bolsillo antes de salir y dialogamos sobre qué tenemos que hacer para que nos encuentren. Pensamos que la mejor idea es salir a un claro en el que la patrulla de montaña nos pueda localizar, si la alertamos mediante el móvil. Sin embargo, ninguno de nuestros móviles responde, la batería se ha descargado por el frío. A pesar de esto, caminamos hasta un claro y esperamos a que nos rescaten alertados por la recepción del hotel si observan que no llegamos. Esperamos hasta que cae la noche, pero nadie acude a nuestro rescate. Por la noche bajan las temperaturas hasta los -10ºC y se nos entumecen las extremidades. Conseguimos, a oscuras y con mucho esfuerzo cavar un pequeño agujero para tumbarnos y pasar la noche resguardados del viento.

 

La noche se hace insoportable y me despierto al día siguiente con los brazos y las piernas entumecidas, pero tras levantarme, este entumecimiento parece reducirse. María, sin embargo, me comenta que le cuesta mover los dedos de los pies y de las manos y tiene muchísimo frío, parecen signos de congelación. La situación es muy desalentadora, además María me comenta que siente que sus fuerzas estás muy reducidas y que necesita comer algo urgentemente. Recogemos nuestras cosas de la nieve, y nos ponemos los esquís para poder avanzar mejor por la profunda nieve que nos rodea. Avanzamos hasta una zona de pequeños árboles y encontramos un pájaro herido en la nieve. Con mucho desagrado lo ejecuto y lo guardo en el abrigo. María tiene hambre, pero confía en que encontremos la civilización rápido y no tenga que comérselo. Seguimos avanzando hacia donde creemos que puede estar el hotel, pero no reconocemos ningún sitio por el que pasamos. De repente me doy cuenta de que cada vez siento menos los dedos de los pies, me cuesta moverlos enormemente y me preocupo mucho. María va a un paso muy lento y la veo muy desanimada, me comenta que si no nos rescatan pronto piensa que puede ser nuestra última noche, yo le digo que ni por asomo, pero cada vez que lo pienso me percibo menos convencido. Pocas horas después cae la noche, y nos refugiamos bajo un techo que construimos con las ramas de unos árboles. Hace muchísimo frío y a María le cuesta hasta hablar, la noto muy impactada por todo y de vez en cuando dice cosas sin sentido. Duermo toda la noche abrazándola, para que pueda entrar en calor, pero no consigo pegar ojo por el frío que paso yo. En un momento noto que he dejado de sentir completamente los dedos de los pies y manos. A eso de las 04:00 de la mañana oigo un fuerte ruido, y cuando giro la cabeza me encuentro con un enorme alce que se nos mete bajo el techo y nos rompe todo. El susto me hace ser consciente de nuestra remota situación, pero no pierdo la esperanza.

 

A la mañana siguiente, despertamos con las primeras luces del sol. Me encuentro sin ninguna fuerza, nunca me he sentido así y empiezo a ver todo muy negro. Me cuesta pensar que salgamos de esta pero no se lo digo a María para no asustarla más de lo que ella está. María en cambio, gracias a mí, ha entrado en calor y la veo mucho mejor que el día anterior, ha sacado fuerzas de donde no había y ahora es ella la que tira de mí para movernos en busca de algún punto en el que nos puedan encontrar. Nos intentamos mover, pero solo hemos avanzado unos metros cuando caigo rendido, sostenerme en pie me parece una tarea de extrema dificultad. María me recoge y me ayuda hasta llegar a una roca en un claro en la que me siento. No podemos avanzar por mi situación y ella sale en busca de ramas para hacer una cruz gigante que sea visible si nos salen a buscar en helicóptero. Todavía no comprendo como no nos han encontrado, ya han pasado 3 días. A su vuelta me cuenta que una persona ha ido a su lado guiándola y animándola pero que de repente ha desaparecido sin dejar rastro. Sin casi poder pensar ni comprender lo que pasa, no le doy mucha importancia y le digo que ya volverá a buscarnos. Ahora me doy cuenta de que fue una alucinación. Sin poder moverme contemplo como María hace la cruz de palos para que nos puedan rescatar. El día es muy frío y el sol está cubierto por unas nubes que amenazan ventisca de nieve. Tras varias horas en estado de semiinconsciencia, me quito los guantes y observo como tengo la mano negra por la congelación, no me atrevo a mirarme los pies. Si no nos rescatan urgentemente no voy a poder contarlo. Oscurece sobre las 16:30 y las temperaturas bajan drásticamente. Conseguimos refugiarnos donde la noche anterior, pero el techo de ramas está semidestruido por el alce de la noche anterior. Sin energías intentamos comernos el pájaro crudo, pero se nos hace imposible, el hecho de tragar se hace dolorosísimo. María me dice que se encuentra muy mal y que tampoco siente los dedos de los pies ni la nariz, además está muy debilitada. Mi estado es pésimo y le comento que creo que va a ser mi última noche antes de morir congelado. Ambos lloramos, pero le digo que sea fuerte que va a poder sobrevivir. Le digo que cuando muera que me quite la ropa y se la ponga encima para estar más abrigada, pero ella me dice que no, que mañana voy a despertar y nos van a encontrar y llevar a casa.

 

Tras esto, abrazo a María con todas las fuerzas que me quedan y mirándola a los ojos le digo que si salimos de esta nos vamos a casar en la mejor boda que se recuerde. Ella me dice que sí y con lágrimas en los ojos me cuenta lo mucho que me quiere y que lo que más desea es llegar a anciana a mi lado. Me despido de ella con un beso y mientras voy cerrando mis párpados congelados, me despido del mundo y rezo a un dios que no creía que existía, le rezo para que muera en paz y sin dolor y pido para que la mujer de mi vida se salve y pueda vivir feliz.

 

De repente abro los ojos y veo una luz blanca que me ciega por unos instantes. ¿Estoy muerto?, ¿Dónde estoy?... Recupero la vista por momentos y observo que estoy en una habitación rodeado de máquinas a las que estoy conectado. Unos segundos después entra un señor con bata blanca a la sala y me dice que estoy vivo, después de que me rescataran inconsciente en medio de la montaña. Me cuenta toda la historia del rescate y que María se ha despertado hace unas horas tras 3 días de cuidados intensivos, está fuera de todo peligro. Muy impactado le pregunto que si puedo hablar con María y me dice que sí. Unos minutos después María entra por la puerta. En ese momento me siento el hombre más feliz del mundo, me abraza, porque yo no me puedo mover, lloramos de alegría, pero tengo muchas preguntas que hacerle.

Ella me cuenta como, al día siguiente se despertó con el sonido de un helicóptero y se arrastró como pudo hacia la cruz que había hecho para que nos localizaran. Una patrulla de rescate, alertada por la recepcionista del hotel, se había lanzado en nuestra búsqueda durante varios días, pero no habían dado con nosotros hasta ese momento. Del helicóptero descendieron tres miembros de la patrulla y nos subieron en camilla. Yo estaba vivo, pero no reaccionaba. La patrulla nos llevo de urgencia al hospital más cercano donde por un milagro que se dio, coincidió que era el único hospital de Canadá con un medicamento capaz de curar la congelación. Nos dieron el medicamento, el cual hizo efecto rápidamente, y María me dice que se ha recuperado prácticamente del todo. Yo sin embargo tengo los dedos de los pies con una moderada necrosis, pero me dice que con el tiempo irá desapareciendo, estoy sano y salvo.

 

Una semana después volvemos a Madrid, tras pagar 30.000€ por el rescate y los cuidados, sin embargo, es lo de menos, y cada vez que lo pienso, ese precio por nuestra vida no me parece caro ni mucho menos. Lo cierto es que volvemos prometidos y con una gran historia que contar. No una historia cualquiera, sino “nuestra historia”.

 

Aquí termina este relato. El relato de como un viaje de esquí me cambió la vida y la forma de verla y de cómo sobreviví a lo imposible acompañado de una mujer que acabó salvándome la vida. Así fue como fui partícipe de “mi gélido renacimiento”.

 

Jaime Rubio Otal, 1 Bachillerato A, noviembre de 2021.

 

 

 

 

 


Comentarios