Beatriz Salazar (Cerrar con llave para no volver más)

 



DETENTE, TIEMPO

Nueva York, 30 de enero de 2022

Querida sociedad:

 

Hoy amanecí diferente, con una pesadez que no es común en mí. Pero da igual cómo me sienta. Tengo que levantarme de mi cama. Ducharme. Vestirme. Maquillarme. Ponerme mis mejores pintas y salir a la calle a trabajar otro día.

 

Nací el 28 de abril de 1991 en Jackson, una pequeña ciudad en el estado de Michigan, en los Estados Unidos, el país de “el sueño americano”. Mi padre es estadounidense, de origen polaco, y mi madre es afroamericana. Cuando apenas era una niña, vi a mi madre participando en concursos de belleza. Adoraba la manera en la que desfilaba. La elegancia y la naturalidad con la que andaba sobre las pasarelas era de envidiar.

 

Desde muy pequeña, quise seguir los pasos de mi madre y me adentré en el mundo de los concursos de belleza. En los dos High Schools en los que estuve pude coronarme como Miss.

Paralelamente, surgió en mí una gran afición al atletismo y empecé a enamorarme de este deporte.

 

Después de unos años, convencida por mi madre, me animé a participar en el concurso para obtener el título de Miss Carolina del Norte. Las primeras dos veces, quedé entre las diez finalistas. Me decían que carecía de experiencia, así que lo volví a intentar al año siguiente y quedé de cuarta finalista. No me iba a rendir, tenía que seguir el ejemplo de mi mamá. Lo volví a intentar y el mismo resultado, nada.

 

Se dice que la tercera es la vencida, pero en mi caso, la quinta. Por fin, logré cumplir mi sueño de adolescente y coronarme como Miss Carolina del Norte. Mi madre estaba tan orgullosa de mí. Tuve que representar a mi estado en el Miss USA. Y allí, pasó lo que nunca llegué a imaginar. Fui coronada como Miss USA 2019. No me lo podía creer. Estuve tanto tiempo intentándolo. Nunca pensé que llegaría tan lejos, pero tampoco que a partir de ese momento empezaría mi calvario.

 

Una vez coronada como Miss USA, dile adiós a tu vida privada. En todo momento hay una cámara y un micrófono a tu lado, esperando una sonrisa, un gesto o una palabra que los medios de comunicación la compartirán y será juzgada por todos.

Ese mismo año, en el 2019, tuve el honor de representar a mi país en uno de los concursos de belleza más importantes, el Miss Universo. Estados Unidos es el país con más coronas en el certamen y, siendo la sede del concurso en Atlanta, tenía el doble de nervios, me sentía más presionada que las otras chicas. Tan solo tenía 28 años y estaba graduada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Wake Forest en Winston-Salem, en Carolina del Norte. Quería ayudar a reformar el sistema de justicia de Estados Unidos y, para ello, dediqué parte de mi tiempo para trabajar en nombre de los presos de forma gratuita.

 

Se tiene por creencia que en los certámenes de belleza solo se busca o se califica eso, la belleza física de la persona. Sin embargo, hay todo un trasfondo que muy pocas personas conocen. Son muchas semanas de preparación. Un equipo organizado te acompaña en todo momento. No solo te enseñan a arreglarte, ellos te dicen qué vestir para cada evento y reunión, te enseñan a modelar, posar, imparten cursos de oratoria y lo más importante, saber defenderse ante las benditas preguntas del jurado.

 

Durante todo ese período, estuve yendo a charlas educativas, participando en diversas campañas de lucha de los derechos. Estudiando para ser capaz de responder ante cualquier situación de la que el jurado me interrogase: drogas, machismo, sexualidad, prostitución, racismo, xenofobia, bullying, acoso, terrorismo, violación de derechos, salud mental, entre otros.

 

Toda ilusionada empaqué mis maletas y fui a Atlanta. Estaba preparada para lo que fuera. Hablé con franqueza de mis puntos de vista sobre la legalización de la marihuana, las políticas de inmigración de la Administración Trump, las leyes contra el aborto y los éxitos y fracasos de la reforma de la justicia penal. Posiblemente, participar en el Miss Universo fue una de las experiencias más inolvidables de mi vida y, a la vez, el detonante de todo.

 

Al representar a Estados Unidos ya estaba en la mira del público y me iban a caer críticas de por sí. De igual manera, en las redes sociales también me empezaron a juzgar, ya sea por mi tono de piel y mi pelo rizado o porque no era lo suficientemente guapa debido a que mi estructura muscular parecía “cuerpo de hombre”. Ser Miss USA no era tarea fácil. No obstante, me enfoqué en disfrutar de la experiencia y pude relacionarme con las chicas de los distintos países y aprender un montón sobre las diferentes culturas. Terminó el concurso y por lo menos, entré en el top 10, que para un concurso de tal magnitud quedé satisfecha con mi participación.

 

A partir de ese momento, se me abrieron nuevos caminos en mi vida profesional. Comencé a trabajar de presentadora en el canal de televisión ExtraTV, mi carrera en el modelaje se potenció y continué trabajando de abogada buscando la reivindicación de los derechos. A pesar de todo esto, me sentía vacía.

 

El simple hecho de publicar una foto en alguna de mis redes sociales ya se me hacía tedioso. Siempre comenzaba esa tormenta de haters y trolls reprendiéndote por todo, la ropa que llevas, lo que consumes, con quién andas. Además, con el surgimiento del movimiento Black Lives Matter, los comentarios racistas aumentaron y mi paciencia y pasión por la búsqueda de la justicia social iba disminuyendo. Ya no quería ejercer mi profesión, estaba harta de las constantes microagresiones y la falta de diversidad que reina en nuestra sociedad.

 

Cada día me sentía peor conmigo misma, mi autoestima fue en picado y a la vez, mi salud mental. Entré en un estado de depresión y tuve que recurrir a una psicóloga para que me echara una mano y poder seguir adelante en mis actividades en la vida pública. Además, el hecho de tener ya 30 años me agobia, se siente como un frío recordatorio de que me quedo sin tiempo para ser importante ante los ojos de la sociedad, y es exasperante. La sociedad nunca ha sido amable con quienes envejecen, sobre todo con las mujeres.

 

Por ello, esta carta está dirigida a la sociedad, la que tanto daño nos hace. Espero que mi historia no se repita y pueda servir para ayudar a muchas otras que están en la misma posición en la que yo estuve en su momento. Que este día me traiga descanso y paz.

 

Cheslie Kryst 

Ainhoa Gonzalo 1ºA, febrero 2022


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