Celia Sánchez (El canto de mi ruiseñor)


 

EL CANTO DE MI RUISEÑOR

 

Querido diario, hoy le he vuelto a ver. Hemos conversado durante horas y horas, hasta que me ha llevado a mi casa. Al despedirnos en el portal, se ha acercado ligeramente y me ha besado la mejilla y me ha susurrado dos palabras al oído. Por fin lo ha dicho, me quiere. Desde hace unos días me cuesta pensar en algo que no sea él. Ocupa mi mente cada segundo. Su felicidad contagiosa, su manera de hacerme reír y su energía. A pesar de no haber sido una persona muy brillante en la escuela, siempre se ha salido con la suya. Desde que empezamos a salir, pasamos semanas enteras de continente en continente. Nos encanta conocer mundo. Antonio tiene un cargo muy importante en la compañía aérea de Iberia, por lo que nos ofrecen vuelos gratis y nosotros sin dudarlo, los aceptamos. Estoy segura de que él es el hombre de mi vida.

 

¿Quién lo diría? Años después de escribir esa página en mi diario, te diagnosticaron Parkinson. Curioso, ya que tus dos pasiones eran cantar y bailar. Realmente, al principio parecía insignificante. Solo afectaba una parte de tu cuerpo por lo que seguías haciendo vida normal. Todas las mañanas, tú seguías cantando canciones de José Luis Perales para despertarme. Como lo odiaba, pero me recordaba que seguías a mi lado y que seguías vivo. Al fin y al cabo, el Parkinson es una enfermedad degenerativa y hoy en día, no tiene cura por lo que tenía que hacerme a la idea de perderte. A pesar de todo, tú y yo continuamos viajando, pero las cosas empezaron a empeorar. Estábamos envejeciendo, por lo que Antonio cada vez estaba más débil. Le costaba moverse, y en muchas ocasiones se quedaba inmóvil en plena calle, mientras que la gente caminaba tras él sin entender lo que le ocurría. Aun así, había algo en ti que permaneció vivo, la música. Cantabas día y noche, aunque con el tiempo se me hacía más difícil entenderte.

 

Tuvimos dos hijos, aunque ellos ya te conocieron enfermo. No llegaron a conocer esa esencia, que yo vi en cuanto nos conocimos. Aun así, ellos te querían con locura. Al igual que yo. Al cabo de unos años, perdiste la paciencia y el coraje para enfrentarte al Parkinson. Alzaste la bandera blanca y te rendiste. Yo te lo notaba en los ojos, ya no tenías ganas ni de salir y ni siquiera de ver a tus propios hijos. Te avergonzabas de la persona en la que te habías convertido. Tus ojos reflejaban cansancio, te frustrabas al no poder vocalizar palabras y necesitabas ayuda para caminar. Aun así, yo continué a tu lado y seguía tan enamorada como el día que te conocí.

 

¿Quién lo diría? Años más tarde, surgió el COVID lo que llegó a originar una pandemia a nivel mundial. Ese mismo año te ingresaron, lo cual se había convertido en una rutina. Al parecer, el maldito Parkinson te había causado una neumonía bastante grave. Era época de pandemia por lo que los hospitales tenían unas estrictas restricciones para los visitantes. Aun así, mi hija y mi nieta mayor, Celia, lograron venir a visitarte. Tú, apenas abrías los ojos o te comunicabas con nosotros, pero el mero hecho de tu presencia provocaba una sonrisa de oreja a oreja en mí. El dolor, ocupaba el 90% de tus pensamientos. Aun así, los médicos nos habían dicho que ibas a superar esto, que no era más que una simple neumonía. Yo al contrario que tú, albergaba esperanza, aunque poco a poco la fui perdiendo.

 

 

 

En cuanto entro Celia por la puerta, rompiste a llorar. Yo sabía que te dolía ver como tu propia nieta nunca llego a conocerte sin haber sido prisionero del Parkinson. Pensabas que ella te veía como a una persona demente que realmente no sentía aprecio por nada. Creías que ella te veía como a un muerto en vida. Como a un viejo de más de ochenta años que no era capaz ni de hablar ni de moverse por sí solo, o al menos así era como tú te describías en tu propia mente. Pero, yo al hablar con ella sabía que te admiraba, que le dolía más que a nadie que esto estuviese sucediendo así y que tu poco a poco fueses desapareciendo.

 

Es curioso, el día después de ver a tu hija y a tu nieta falleciste. No te habían visto desde hace meses y justo tras verte después de mucho tiempo decidiste irte. Ella nunca se llegó a despedir de ti, era la única que creía que te ibas a salvar. La noche anterior, dormí abrazada a ti y en mitad de la noche tu corazón fallo. Nadie pudo hacer nada. Te despediste con una sola mirada, que me hizo recordar la primera vez que me miraste así. Cuando me dijiste que me querías.

 

¿Sabes? El día que te fuiste fue el peor día de mi vida. Me pregunté a mí misma una y otra vez, si tenía sentido seguir viviendo. Me costaba imaginarme que no moriría a tu lado, y que, en cambio, tu perdías la vida mientras que me abrazaba con fuerza a ti. Había pasado 50 años de vida a tu lado, cada pequeño detalle me recordaba a ti. Aunque realmente, tu llevabas mucho tiempo sin vida. Con mis propios ojos había visto como el Parkinson te arrancaba la vida poco a poco. Una enfermedad, que comenzó solamente con complicaciones al hablar y termino consumiéndote hasta que no pudieras ni levantarte. Pero lo que no llegaste a saber, es que tu enfermedad también me había consumido a mí. 

 

Hoy en día me sigue consumiendo. Han pasado ya casi dos años desde que te marchaste y todavía pienso en ti hasta cuando me voy a dormir. He perdido veinte kilos, y me cuesta encontrar la energía para salir a la calle. Realmente, todo se me hace indiferente desde que te fuiste. Se que te prometí que nunca lo volvería a hacer, pero he vuelto a fumar e incluso en ocasiones fumo algo más que tabaco para ser capaz de reencontrarme contigo. Soy consciente de que no es real, pero me sirve como anestesia temporal. Sueño con el día en el que nos volvamos a ver, en el que bailemos mientras suena de fondo ¨Ella y él¨ de José Luis Perales.

 

Pasé de página y cerré el diario. Esa era la última frase que estaba escrita en los diarios de mi abuela. En dos meses, serán 2 años sin ti abuelo. Sin tus chistes malos, sin tus motes para todo el mundo y sobre todo sin tu música. Aunque que sepas, que para mí siempre estarás presente, suene o no de fondo José Luis Perales.

 

Celia Sánchez 1ºA

Febrero de 2022


Comentarios