Ignacio Asúa Vázquez (Un día para el recuerdo)


 

UN DÍA PARA EL RECUERDO

 

El 24 de julio de 2013 el tren Alvia 04145/04155 salió de la estación de Madrid-Chamartín a las 15:00H . Era un tren Talgo Serie 730 con nueve coches intermedios (6 turista, 1 cafetería y 2 preferente).  Sobre las 19:55 llegó a la estación de Orense, donde realizó una parada comercial y cambió de maquinista. A bordo viajaban 218 pasajeros y seis tripulantes. ​

 

 

Era un día especial para muchos gallegos pues se trataba de la víspera del Santiago Apóstol, festividad gallega, con lo que muchos volvían a casa para disfrutar de unas vacaciones, coincidentes además con las vacaciones de verano.

 

 

Habían llegado a la estación antes de lo necesario. Venían de pasar unos días en Canarias y habían hecho parada en Madrid, para visitar a sus tres hijas, antes de llegar a A Coruña, su ciudad de residencia. Él había sido un viajero toda su vida, sus raíces de Marino Mercante le acompañaban allá donde iba, sin embargo, ella no había viajado tanto; era su segundo trayecto en tren. Su yerno les había comprado unos tickets en clase turista, y se apresuraron este 24 de julio a cambiarlos en la taquilla por unos de preferente. Afortunadamente para ellos, ese día el destino estaba de su lado…no había disponibilidad de plazas, así que no pudieron acceder al cambio de vagón.

 

 

A seis kilómetros de la fatídica curva, donde descarriló el tren, el maquinista respondió a una llamada de su Central mientras se desplazaba a 199 km/h. Durante la llamada el tren pasó por la señal avanzada E'7 de la bifurcación A Grandeira. Esta señal era la referencia para iniciar la frenada y reducir la velocidad hasta llegar a los 80 km/h necesarios para tomar la curva. Sin embargo, el maquinista no se percató de la señal por estar en plena conversación telefónica, y el tren continuó a una velocidad próxima a 195 km/h. ​

 

 

A las 20:40h, nada más salir del túnel de O Eixo, la conversación finalizó. El maquinista se dio cuenta de que a unos metros estaba la curva, por lo que accionó el freno de emergencia. Demasiado tarde; el tren cogió la curva a una velocidad de 191 km/h y descarriló a unos 3 km de la estación de Santiago de Compostela.

 

 

El coche delantero fue el primero en descarrilar, arrastrando a los siguientes. El coche número 4 salió despedido sobre un muro de contención y acabó en plena calle. El coche 5 quedó volcado debajo del puente y arrancado al chocar su costado con el muro de contención, al igual que el coche 3. El coche 6 acabó cruzado y encima cayó el coche 7 el de la cafetería, el cual volcó verticalmente. Detrás quedaron los coches de preferente completamente volcados, empujados por el furgón generador de cola, el cual explotó y se incendió tras ser empotrado por la cabeza tractora de cola.

 

 

De las 224 personas que viajaban a bordo (218 pasajeros y 6 tripulantes), 144 resultaron heridas y 80 fallecieron.​ Personas de 10 países diferentes perecieron en el accidente: 68 de España, dos de Estados Unidos, dos de Francia, dos de Italia, una de Argelia, una de Brasil, una de Colombia, una de México, una de República Dominicana y una de Venezuela.

 

 

Como dije anteriormente, la suerte estuvo del lado del matrimonio, que no consiguió cambiar los billetes de turista a la zona de preferente, la cual quedó completamente calcinada.

 

 

Todo pasó en décimas de segundo. Las maletas volaron por los aires y fueron a caer sobre unos niños que estaban sentados, jugando, en el pasillo del vagón. Las luces se apagaron. Un tremendo estruendo ensordeció a los viajeros. Cristales y arenilla se agolpaban por toda la superficie. Pareció un tiempo interminable, pero en realidad fue sólo una percepción; porque todo fue muy rápido en tiempo y en acontecimientos.

 

 

No se podían mover. El vagón estaba de costado, con la mala suerte de que ella se quedó en la parte más inferior. Las maletas le cubrían la cabeza, a la que él (sobre ella) se aferraba intentando elevarla y evitar que se ahogara. Ella no se movía. Por un momento pensó que la había perdido para siempre. Fue tal la fuerza que hizo sobre el brazo para tirar de ella, que le costó unas cuantas operaciones de clavícula. Los cadáveres se agolpaban y los gritos de dolor eran ensordecedores. Gritaba pidiendo ayuda, en medio de un panorama desolador. De pronto una luz le iluminó, era la cara de un vecino del pueblo próximo al descarrilamiento que acudió a ayudar, al que meses más tarde pudo conocer y agradecerle su ayuda. Entre los dos consiguieron arrastrar a la mujer, inconsciente, fuera del vagón. Ya en la vía, pensando que jamás la volvería a ver con vida, cuando en un momento perdió la esperanza, ella repentinamente recobró el conocimiento. ¡Habían vuelto a nacer! ¡Estaban vivos!

 

 

Desde entonces, después de varias sesiones de quirófano, psicólogos y mucha terapia, recuerdan ese día con una mezcla de sentimientos contrapuestos. Alegría de poder celebrar desde hace 8 años y medio su nuevo nacimiento; enorme tristeza por todos los que ese día no tuvieron a la suerte como aliada. Ellos no quieren olvidar; para ellos es un día para el recuerdo; para no olvidar a todos esos padres, madres, hijos, hermanos, amigos, vecinos, que se quedaron atrás.

 

Ignacio Asúa Vázquez

1º A

07/02/2022

 

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