PRESIÓN SOCIAL
Esta es la historia de una jamaicana
nacida en los años 80 y desde pequeña con grandes aspiraciones, a pesar de
haber nacido en unas condiciones poco idóneas. Padres trabajadores, trabajando
a jornada completa por un sueldo mínimo para poder darle lo mejor a su hija
Susan.
Susan tuvo muchas dificultades para ir a
la escuela, desde sus problemas en casa por la falta de dinero y alimento hasta
sus problemas en la escuela por sus reiteradas ausencias.
Desde fuera es muy fácil criticar ya que
solamente te basa en lo que ves, es muy fácil reír cuando a ti en la vida todo
te va bien, es muy rápido y sencillo hablar de una persona a sus espaldas
cuando tu tienes una vida acomodada y sin preocupaciones. Sin embargo, desde la
otra cara de la moneda las cosas se ven desde otra perspectiva. Lo que a la
gente le hace gracia a ti te duele, eso de lo que la gente habla a tus espaldas
te come la cabeza por dentro y no te deja ser como tú eres. Vives condicionado
por los comentarios o actos de otras personas, personas de tu entorno con las
que tienes que convivir todos los días y de las cuales tienes que soportar
cualquier acto ya que no tienes otra opción. Y de esta otra cara de la moneda
es de la que voy a hablar, la que vivió Susan.
A simple vista ella era una chica normal,
no se metía con nadie, no se reía de nadie y tampoco molestaba a nadie, solo
vivía y dejaba vivir. Pero esto fue precisamente lo que la hizo vivir aquel
infierno. Y como no, meterse con aquel que no se queja, esa persona que
aparentemente te deja que la vaciles de la cual crees que puedes hacer
cualquier comentario y solamente porque sabes que no va a responder. Lo que
empezó como un juego acabó como rutina, hasta el punto de reírse de su estatus
económico cuando ella no ha hecho nada para merecer eso al igual que el que se
ríe no lleva trabajando toda su vida. Pero que casualidad ¿no? que sea justo el
niño que lo tiene todo, al que nunca le ha faltado de nada, el que se ríe, el
que se burla y el que juega con los sentimientos de las personas y simplemente
por tener más dinero, pero sin darse cuenta de que el dinero le como por
dentro.
Esto es algo a lo que Susan por difícil
que parezca se acabó acostumbrando y se podría decir que aprendió a vivir con
ello. Con el paso de los años Susan consiguió irse a estudiar al extranjero al
país de sus sueños Estados Unidos. Ella creí y tenía la esperanza de que allí
todo sería diferente, distinto ambiente, distinta gente y una amplia diversidad
de personas, pero sobre todo lo que más esperaba, era el poder empezar de cero,
nadie la conocía y por tanto podría enfocar todo de una manera diferente. Lo
que ella no se esperaba es lo que la sucedió en cuanto llego allí.
Llegó a la universidad en la que iba a
estar internada y a la que ya había acudido previamente para saber donde se iba
a hospedar y sobre todo para ver donde iba a estudiar, pero esta vez fue muy
diferente. Se dio cuenta que la gente la miraba de una forma bastante rara como
cuando miras a alguien que te cae mal y también se dio cuenta que la habitación
que le toco no tenía ni punto de comparación con las que la habían enseñado.
Esta era una habitación pequeña con una única ventana en dirección a un muro y
de solamente una sala en la que se juntaban el salón, la cama y el baño
separado por una fina pared. Sin embargo, la otra vez que vino le enseñaron una
gran habitación con una cocina y con todo separado por paredes y puertas. Pero
Susan tampoco le dio mucha importancia y pensó que sería la única que quedaría.
Al día siguiente al acabar las clases
intentó juntarse con la gente, pero se le hizo bastante complicado ya que cada
vez que se acercaba a alguien este se alejaba o simplemente hacía como si no
existiera. Al paso de las semanas ya recibía insultos racistas continuamente e
incluso le llegó alguna que otra amenaza. Susan no se lo creía, como la gente
te iba a poder judgar solo por tu color de piel sin conocerte, sin ni siquiera
darte la oportunidad de demostrar que vales la pena, pero así era. Al poco
tiempo se dio cuenta de que no quería seguir allí, no la merecía la pena y
abandonó.
Si Susan hubiese seguido adelante con los
estudios ahora podría llegar a ser la primera mujer negra a la cabeza de la
sucursal de Boston de la Reserva Federal (Fed) ya que esto era lo que estaba
estudiando y lo que se le daba bien, hasta llegar a ser la primera de su
promoción en los dos años que estuvo estudiando. Sin embargo, no fue así. A los
dos años de entrar en la universidad lo dejó y no volvió a estudiar más. Pasó a
ser parte de ese 10% de gente que decide no seguir adelante, no seguir luchando
y cortar de raíz con su sufrimiento. Esto es algo que nosotros no podríamos
llegar a judgar por mucho que se diga que es un acto cobarde y egoísta porque
no hemos tenido que vivir ese infierno continuo, ese día malo seguido de otro
peor y con la sensación de vivir en un bucle con una única solución y todo por
culpa de otra gente. Desde esas miradas que parecen insignificantes hasta el
más mínimo comentario por inofensivo que precise, pasando por esa mirada
apartada con actitud de desprecio. Ese fue el momento en el que Susan lo
decidió todo, decidió que había sido suficiente y escribió su última frase. Una
frase que seguramente hayamos escuchado todos muchas veces, pero a la que no
prestamos atención una frase que definía toda su vida “Una mirada dice más
que mil palabras”.
Jorge Escalera
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