Martina Campo Dios (Una persona muy especial)


UNA PERSONA MUY ESPECIAL

 

 

Todo empieza la noche del 24 de diciembre del 1961 cuando recibo una de las mejores noticias de mis padres, iba a tener un hermanito. Yo tenía 8 años y estaba muy emocionada, ya había pensado en como lo iba a llamar, a donde lo iba a llevar y todas las cosas que haríamos juntos ya que estos últimos años habían sido muy aburridos.

Era hija única, mis padres me tenían bastante consentida aunque en casa estaba sola y no tenía a nadie con quien jugar.

 

 

Tras un duro embarazo de mi madre, a los ocho meses de aquella gran noche, llega el día que tanto había estado esperando, nace Pedrito. El tiempo que estuve con él fue inolvidable pero tras cumplir los cinco meses callo enfermo , mi madre estaba cada vez más desesperada, mi padre la calmaba  pero no era suficiente hasta que llego aquel martes, que tras estar un mes ingresado en el hospital bastante grave nos dieron la peor noticia, mi hermano había fallecido. Mi madre cayó enferma aunque no muy grave pero no se curaba.

 

 

Mis padres vieron que me estaban consintiendo de todo ya que se aferraban a mí y me estaba convirtiendo en una caprichosa y ese no era el futuro que querían para mí, entonces decidieron mandarme a un internado para formarme porque mi padre no tenía el suficiente tiempo  entre el trabajo y todo lo que luchaba por mi madre, las cosas se habían complicado. Vivía en Madrid y el internado estaba a dos horas, en Soria.

 

Había una disciplina que todas debíamos seguir, era muy estricta y estaba dirigido por monjas, nos levantábamos a las 7 de la mañana,  íbamos a misa, desayunábamos y. Limpiábamos lo que nos tocara antes de ir a clase y así una y otra mañana

A tus padres solo les podías ver una tarde cada quince días y eso si te portabas bien y ellos podían venir a verte.

 

 

Recuerdo a una monja que en verdad no me caía nada bien, me decía que le iba a dar un disgusto a mi madre e iba a caer aún más enferma, que ya no la vería más por mi  culpa, y me castigaba cada dos por tres y así no podía ver a mis padres los domingos y esta fue una de las razones por las que primer año que estuve allí lo pase un poco mal, echaba tanto en falta a mis padres que me acostaba cada noche llorando pensando que no iba a ver más a mi madre .

 

 

Llego el verano del 63, por fin pude ir al pueblo con mi familia y mis amigos, ese verano fue especial, mi madre parecía que se estaba recuperando y todo volvía a ser parecido a como era antes, llego el fin del verano y con él la vuelta al internado, yo ya tenía allí mis amigas del año pasado, y no se me hizo tan dura la vuelta, los días hasta se me pasaban rápido, pero todo eso termino aquel día del último trimestre, cuando parecía que este año había sido lo contrario al pasado, llego aquel día, ese día que no quiero recordar, que habría querido que nunca pasase, pero inesperadamente llego.

 

 

Son las 5 de la mañana, una de las monjas viene a por mí y recuerdo que me dijo “señorita Díaz hay una llamada para usted” entonces me dirijo hacia la recepción, estaba mi padre al teléfono pero le notaba raro, su voz temblaba, se oía un pitido de fondo, no le salían las palabras hasta que lo dijo, dijo aquello que habíamos estado evitando durante estos dos últimos años y finalmente de su boca salieron esas cinco palabras que se me quedarán grabadas de por vida, “hija tu madre ha fallecido”

 

 

No sabía que responder, me quede bloqueada y tras un minuto de silencio colgué e inmediatamente me fui corriendo a mi habitación, no me había podido despedir de ella, no entendía, ella se estaba recuperando, dándome cuenta, había perdido a dos de las personas más importantes de mi vida en dos años.

 

 

El miércoles siguiente sobre las 6 de la tarde veo en la entrada a mi padre y fui corriendo a darle un abrazo, iba de negro, tenía los ojos llorosos y sin ninguna palabra  ya sabía a donde me llevaba. Desde aquel día voy todos los miércoles a aquel lugar.

 

En aquel momento me negaba a los que estaba pasando, pasaron meses hasta que lo acepte, meses que no fueron nada fáciles, con la ayuda de mi padre y mis amigas lo fui superando aunque cada vez que me acuerdo de aquellos momentos en los que nos teníamos a los tres alguna lagrima se escapa.

 

 

Aprendí a que no me podía dar por vencida, no me podía encerrar en la habitación a llorar todos los días ni rendirme así que seguí adelante, después de un año de su muerte nos adaptamos a la situación pero sabíamos que de alguna manera aunque fuera imposible ella estaba con nosotros. Mi padre se esforzó por hacerme feliz y crear una nueva normalidad aunque los dos sabíamos que no iba a ser lo mismo que antes.

 

Pasaron los años y encontré a una persona muy especial, a la persona que necesitaba y necesito que hoy en día sigue a mi lado apoyándome como el primer día como lo hicieron mis padres.

 

Martina Campo Dios 4ºD,  Febrero de 2022

 

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