Beatriz Salazar (Repetiría)


                                                                     REPETIRÍA 


El 31 de agosto de 2018, emprendí uno de los viajes más emocionantes de mi vida, pero primero tenemos que retomar unos meses atrás, cuando a mi madre se le ocurrió la maravillosa idea de mandarme a Irlanda, yo al principio no quería ir, me daba bastante pereza irme por un año a otro país, y no me molaba mucho la idea de tener que hablar todo el rato en inglés, cosa que aborrecía. Pero mi madre tras mucho insistir, hizo que acabará aceptando sin rechistar.


En marzo de ese mismo año me dieron la información de mi familia, era la típica familia irlandesa conformada por cuatro niños: Saif que tiene la misma edad que yo, Nif que tenía 9 años, después estaba Dylan el único chico el cual tenía 11 años, y la más pequeña, Rachel, de 8. Los padres de los niños se llaman Bernie que era la madre y que trabaja en una escuela de scouts y James el padre, que durante el año que estuve ahí no supe de que trabajaba, y hoy en día sigo sin saberlo.


Esta familia ya había acogido a más españoles por lo que nos daba tranquilidad, preguntamos por alguna referencia de alguna persona que hubiera estado con ellos, pero la agencia no nos dio nada, cosa que fue un poco rara, pero como ya quedaba poco para irme pues tampoco le dimos tanta importancia.


El día 31 a las 6:00 A.M nos dirigimos al aeropuerto, y supimos que el hombre encargado de llevarnos a Irlanda era un tal Jaime, para que os hagáis una idea de cómo era este personaje, a la media hora. Ya la cagó llevándonos a una puerta de embarque errónea y perdiendo a dos niños por el camino, pero el hombre llevaba las situaciones con mucha tranquilidad y tampoco parecía que le importará mucho las cosas, cada vez que la cagaba soltaba su típica frase “tranquilidad chicos, esta todo controlado”. Pero en realidad todos sabíamos que no lo estaba.


Éramos en total 20 niños, y yo tenía la esperanza de que por lo menos algún niño viviera cerca mío, pero claro mi madre se había encargado, de que el sitio donde yo estuviera, nada más y nada menos que un año, tenía que ser un pueblo. Habitado por cuatro vacas y cinco abuelos y que además estuviera perdido y casi incomunicado, y claro quién iba a querer estar en un pueblo, pues efectivamente nadie, lo único bueno es que en mi colegio sí que iba a haber dos españolas más que, aunque estuvieran en otro curso, la idea de no estar sola te reconfortaba.


Jaime me prometió que iría todas las semanas a verme, para saber cómo estaba, pero, os aseguro que no le vi ni una vez por Dunboyne, que era el pueblo donde yo vivía.


Durante el viaje me lo pasé genial, la euforia, los nervios y el ansia de saber cómo iba a ser tu familia, hacia que el ambiente fuera excitante, conocí a muchos españoles de distintas partes del país, había canarios, sevillanos, murcianos, gallegos y todos super majos, me hablaban de su familia muy contentos. Después de unas horas de vuelo gracias al aterrizaje y al cambio de temperatura supimos que ya estábamos en Irlanda.


Tras pasar la recogida de maletas vimos una multitud de personas, con carteles donde ponían nombres españoles, poco a poco todos fueron con sus respectivas familias, yo me quedé de las últimas, hasta que a lo lejos vi a la que sería mi familia durante un año, llevaban un cartel con mi nombre mal escrito, pero el detalle era lo que importaba. Era muy incómodo porque no sabía cómo saludarles, pero gracias a Dios la madre me dio un fuerte abrazo y me cogió la maleta.


Durante el camino hacia el coche fue todo muy incómodo ya que nadie, pero absolutamente nadie decía nada, hasta que ya cuando nos montamos en el coche empecé a soltarme un poco más, en medio de la conversación, la madre me confesó que al día siguiente iría con ella a los scouts y haría un triatlón a las 7 de la mañana, yo sinceramente no le di la importancia que debería haberle dado y simplemente asentí y miré al frente.


Cuando llegamos al pueblo, vi a lo lejos una casa enorme, era un dúplex, con un trampolín gigantesco en el jardín, aunque si os soy sincera ese trampolín lo usé dos veces contadas porque estaba todo el día lloviendo. Cuando entré por la puerta principal, empezó a sonar una alarma de emergencias, a la cuál yo siempre tuve mucho asco porque cuando llegaba a casa empezaba a sonar, y claro como nunca me dieron la contraseña me tenía que quedar ahí escuchándola hasta que alguien decidiera volver a casa.


Mi cuarto era precioso, era amplio, con baño propio y un balcón por el que yo me colaba. Lo hacía subiéndome a una piedra, y apoyándome en la rama de un árbol, que tenía en frente, porque no había día que llegara pronto a casa. El cuarto de baño que ya he mencionado, estaba bastante bien, lo malo es que no había agua caliente por lo que durante un año me estuve duchando con agua bastante fría. 


Lo primero que hice fue dormir, y me tiré durmiendo hasta las 5 de la mañana, cuando Bernie se le ocurrió despertarme para llevarme a ese gran triatlón. No había ni abierto el ojo cuando Bernie me dijo que por “votación”, cosa que luego me replantee, me había tocado nadar, así que dicho y hecho nos montamos en el coche y nos fuimos, cabe destacar que la hermana de mi edad dijo que no iba ni muerta, bueno, llegamos a aquel sitio con un frío espantoso y me dieron un neopreno de dos tallas más que yo, el caso es que los que nadaban eran los primeros, luego bici y por último correr. Antes de empezar me dijeron que probará en agua, pero como yo soy así de cabezota y me daba pereza, pues me tiré de cabeza. El agua estaba a menos 15 grados por lo que, cómo me tiré de cabeza lo primero que se me congelo fue la cara, seguido de brazos y por último piernas, el frío que tenía no era normal, gracias a la hipotermia me era imposible moverme, y lo primero que pensé fue “Bea te ahogas” empecé a nadar como pude. Hasta llegar al muelle y recuerdo que mi madre simplemente me cogió y me dijo, “sonríe anda, que te voy a sacar una foto, para que tu madre vea lo bien que te lo pasas”, no la maté porque me quedaba un año con ella, pero ganas me dieron, y ese solo fue mi primer día.


Sin embargo, el colegio fue lo mejor del mundo sobre todo música que era una asignatura donde me reía muchísimo, tanto por la gente como por la profesora, el primer día cuando dije que era española, la profesora que, por regla general, pensaba que todos los españoles sabemos tocar las palmas y bailar sevillanas, cosa que yo no tengo ni idea, me pidió que lo hiciera, yo no quería hacerlo, porque no sabía ni sé  pero como se la veía muy entusiasmada a la mujer, le dije que sí sabía y empecé a inventarme un compás, que más arrítmico imposible. 


En Irlanda, sobre todo como ya he dicho, en el colegio me lo pasé super bien y todavía conservo a gente irlandesa que, aunque no los haya visto en 4 años, fueron unas personas increíbles y suerte la mía sigo hablando con ellos. En Irlanda fui a mi primera fiesta, probé mi primera copa, y me di mi primer beso. Y aunque mi familia no fue ni por asomo la mejor, tanto es así que me tuve que mudar a casa de mi mejor amiga por que no podía más, sin duda alguna, repetiría mi experiencia allí una y mil veces más





                                                                                                    Beatriz Salazar 1ºB 22/05/22


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