Emma García (Ni un solo adiós)


 

NI UN SOLO ADIÓS


Es día 8 de junio del año 2005 y acabo de llegar a Bilbao. Por fin vamos a ser abuelos. Es una niña, ojos azules. Nunca olvidaré este día. Pasa una semana, es su primera semana conmigo, damos un paseo. Soy feliz. Esto es lo que siempre había deseado. Llega el momento de volver a Madrid a nuestra casa, voy a echar de menos a Emma.

 

Mi nieta cumple hoy tres años, se muda a Madrid. Paso toda su infancia junto a ella y con su hermano que nace poco tiempo después de su llegada a la capital. Espero con ansia los fines de semana para pasar tiempo con mis nietos. Me encanta estar con ellos. Lo son todo para mí. Vamos al Retiro, montamos en las barcas, merendamos, damos de comer a los patos… También les llevo a muchos museos, todos los que conozco de Madrid. Dibujo con ellos, se me da muy bien. Los guardo todos en un cajón, no quiero que se pierdan. Creo que a ellos también les encanta estar conmigo. Quiero que mis nietos tengan una mejor niñez que la mía.

 

Mi nieta se hace mayor, ya comienza su curso en primaria. Quiere crecer. Yo no quiero que crezca. El tiempo pasa muy rápido. Es su primer día de colegio. Estoy terminando de comer. Alguien llama al fijo. Mi hija me pide que vaya a buscar a Emma porque tiene una reunión en el trabajo y no va a poder ir ella. Rápidamente le preparo la merienda: un bocadillo de atún y un KitKat, su favorito. No quiero llegar tarde, me gusta ser puntual. Se sube al coche me cuenta su día, está contenta y yo lo estoy el doble. Soy el hombre con más suerte mundo.

 

Pasan los años y seguimos yendo juntos todos los findes al rastro, me encanta comprarle cosas. Nunca le digo que no a nada. Quiero pasar el máximo tiempo posible junto a ella, aunque hay veces que no me encuentro con ánimo debido a mi enfermedad. Tengo diabetes. No suelo hablar mucho de ello delante de Emma, no quiero que se asuste. Aún es pequeña. No quiero que me recuerde enfermo o débil. Espero que se lleve un buen recuerdo de mí cuando yo me vaya. Por eso nunca estoy triste delante de ella, siempre tengo una gran sonrisa en la cara.

 

Emma cumple 15 años. Celebro el cumpleaños con ella y con el resto de nuestra familia. No sabía que iba a ser el último que pasase junto a ella. Nadie lo sabía. Un mes más tarde me diagnostican cáncer. La noticia me afecta mucho, me hunde. Mi única fuerza para seguir son mis nietos, mi mujer y mis hijas. De momento intento sobrellevarlo, aunque me cuesta.

 

Llega el verano. Mi situación es grave. Me ingresan en el hospital. Estas van a ser mis vacaciones y las de mi mujer y mi hija. No quiero ser una carga para ellas, verlas mal acaba por quitarme los ánimos. Estoy solo en la habitación. No puede entrar nadie a visitarme por culpa de la pandemia. Qué me ha pasado. Ya no soy yo, no soy el que era.

 

Comienza el curso escolar, parece que mejoro. Me doy de baja en el hospital. Por fin. Todos están muy contentos. Recupero mis fuerzas, pronto llegará un nuevo año que seguro será mejor que este. Eso pensé. Pasan 3 meses, llega la Navidad y con ella mi recaída. Necesito someterme a la quimioterapia. Es muy duro para mí, no sé cuánto voy a aguantar. Paso 4 meses entre la cama de hospital y la de mi casa. No levanto cabeza.

 

Ya es primavera, alguien llama a la puerta de mi habitación en el hospital. Es mi doctor, me da el alta. Lo primero que pensé fue en Emma, su cumpleaños es dentro de un mes. Le compraré su tarta preferida. Solo pasa un día. Es 10 de mayo, el tiempo es perfecto. Abro los ojos estoy en mi casa, en Delicias. Veo a mi mujer. Ella me mira. Me habla, pero yo no puedo responderle, no me puedo mover. Coge rápidamente el teléfono llama a mi hija, pero coge el teléfono Emma. Dice: “que venga tu madre, el abuelito no se mueve”. No puedo creer que el cáncer haya podido conmigo, no tan pronto. Aún me quedaban cosas por hacer. No me puedo ni despedir de mi querida nieta. Ni un solo adiós.

 

 

Emma García Hernández 1ºA

17/05/22

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