Gemma Gómez (¿Qué ha pasado?)


 

¿QUÉ HA PASADO?

 

Hola, no sé quién eres, ni tú sabes quién soy, pero vengo a compartir un pedacito de mi historia.

 

Y, a día de hoy, noviembre del año 2020, me pregunto: ¿qué ha pasado? ¿Qué fue de aquella familia feliz que habíamos sido? Aún recuerdo cuando nuestro mayor problema era que no encontrasen el chocolate que habíamos comprado sin permiso. ¿Y ahora? Todo ha caído en picado. Nos hemos hundido tal y como le sucedió al Titanic.

 

Yo siento que, se alguna forma, todo esto es culpa mía. Siempre había sido aquella niña de mamá y papá, con notas brillantes y súper colaboradora en casa. La hija perfecta. Pero ahora todo lo que hago y digo está siempre mal. Así me pregunto de nuevo, ¿qué ha pasado?

 

Dicen que el tiempo lo cura todo, pero eso no es cierto. Lo único que consigues es aprender a vivir con el dolor durante ese tiempo. Debemos afrontar los problemas cuanto antes, pues no se van a arreglar por sí solos. Haber aprendido esto por las malas, haber dejado que mis problemas me consuman, me pregunto una tercera vez, ¿qué ha pasado?

 

Antes yo había sido feliz. Ahora me doy cuenta de ello. Algo en mi ha cambiado de una forma repentina y no logro comprender qué ha sucedido. Como, de la noche a la mañana, mi mundo se ha hundido por completo. Dicen que una vez has tocado fondo no puedes hacer más que subir. Nuevamente discrepo de la opinión popular: siempre puedes cavar más hondo.

 

Tras preguntarme por cuarta vez “¿qué ha pasado? “ he llegado a una conclusión: seguir haciéndome esta pregunta no servirá de nada. He de recuperar las riendas de mi vida.

 

Han pasado 2 meses y esa dichosa preguntita vuelve a estar en mi cabeza. ¿Qué ha pasado? Estoy harta de ella. Me hace pensar en cosas que no quiero. Me hace darme cuenta de lo mal que estoy, aunque no quiera admitirlo. De hecho, me doy cuenta ahora de las malas decisiones que fui tomando en su momento, cuyas consecuencias se están dando en el momento actual. Ahora entiendo que intenté correr sin saber andar; intenté volar cuando no quería dejar de tocar el suelo.

 

Por sexta vez me pregunto: ¿qué ha pasado? Sé que dije que dejaría de hacerme esa dichosa pregunta, que recuperaría el orden de mi vida. En cambio, aquí sigo, pensando y culpándome por todo lo que está mal.

 

Ha pasado todo un año ya y hoy estoy cansada. Cansada de escribir, de respirar, de vivir… No tengo ganas de levantarme de la cama, eso significaría tener que enfrentar el día. Tampoco tengo ganas de acostarme, es entonces cuando mis demonios me atormentan. Hoy estoy cansada, de llorar hasta quedarme sin lágrimas, hasta quedarme dormida. Estoy cansada de doler, de sufrir. Estoy sin ganas de absolutamente nada.

 

Bueno, miento, hay algo para lo que siempre tengo ganas, unas ganas que afloraron por primera vez unos veinte meses atrás y que no han desaparecido desde entonces. Quiero abrir todas y cada una de esas heridas que fui provocando en mi cuerpo con el paso del tiempo. Quiero ver la sangre caer, sentir ese dolor que tanto merezco. Quiero escribir en mi piel, ver la roja tinta que deja ese bolígrafo tan peculiar a su paso. Tengo ganas de acabar con todo, con lo malo, pero también con lo bueno.

 

Cito de nuevo la opinión popular: “Todo en esta vida tiene solución, excepto la muerte”. Entonces, ¿qué debe hacer una cuando considera que la solución es algo que, en sí mismo, no tiene solución? ¿Debe llevar a cabo el acto? Tal vez está “solución” sea únicamente aparente, una falsa solución, una falsa felicidad. O quizás es una prueba que, en caso de ser superada, conducirá a esa felicidad tan ansiada.

 

Han pasado unos cuánto meses más. Hoy me doy cuenta de que encontré una luz en mi oscuridad. Es más, esa lucecita lleva conmigo más de lo que yo pensé, pero no la había visto. Esa lucecita ahora es el centro de mi existencia, el motivo por el cuál permanezco en este mundo. Esa lucecita fue, es y será mi salvación. Esa lucecita realmente es un alguien. Alguien con quien me siento segura, a salvo de todo mal. Si bien todas aquellas preguntas que antes me formulaba siguen en mi cabeza, la respuesta a ellas ya no es tan pesimista. Al menos, no siempre.

 

Hasta aquí llegan mis reflexiones, por ahora. Ya que habéis llegado al final, os regalo una frasecita que a mi me ayudó en su momento: “Recuerda, la muerte es una solución permanente para un problema temporal”.

 

Con esto me despido, espero que nunca os veais en la obligación de reflexionar como yo lo he hecho durante este tiempo. Os deseo lo mejor, adiós.

Comentarios