Ignacio Albi (El suplicio)


 

EL SUPLICIO

 

Me encontraba en el colegio, en el primer día de clase. Ya había pasado toda la educación primaria y empezaba una nueva etapa. Secundaría me esperaba, pero eso no quitaba que estuviese histérico debido al cambio de compañeros y de profesores. El día salió redondo, me habían tocado mis amigos en clase y mi tutora llamada Silvia era encantadora.

 

Llegué a casa con mucha ilusión y le conté mi primer día en clase a mis padres, estos se alegraron por mí y me dijeron qué seguro que me iría bien, ya que en primaria había sacado una muy buena media. El segundo día de clase tuvimos educación física donde pude observar que era el chico más lento de la clase. Nunca fui bueno en los deportes en general, pero esto nunca me preocupó porque era un niño muy inteligente y sabía que yo iba a vivir de mi intelecto. Desgraciadamente vi que no todo era color de rosas, en el patio a mi amigo Pablo le habían insultado por ser pelirrojo y me terminó llorando. Le procuré consolar y me empecé a dar cuenta de que la inocencia que teníamos de niños había desaparecido en gran parte.

 

Yo no les conté lo sucedido con Pablo a mis padres porque no le di mucha importancia. El tercer día de clase en piscina me quité la camiseta y el grupito que se metió con mi amigo Pablo se empezó a reír diciendo entre risas que si era una persona o una vaca. Los comentarios, los insultos y las increpaciones nunca me dañaron en exceso, y estas risas tampoco me provocaron mucho daño, hice oídos sordos, me puse el bañador y bajé a la piscina para hacer el examen de crol. Cuando volví a casa mi madre me preguntó qué tal y le dije que bien porque realmente estaba bien. Me puse el pijama y me miré al espejo, recapacité y pensé que algunos kilos sí que me sobraban. Durante todo el mes me llamaron la vaca Paca y cada vez me incordiaban más.

 

Llegué a segundo de la ESO y ya no me podía ver en el espejo, me veía gordo. Odiaba no atraer a nadie, ser el peor en fútbol en la clase y que me siguiesen llamando gordo. Había pedido salir a la chica de mi clase que me gustaba y me rechazó porque ella no quería un gordo en su vida. Vivía en un mundo donde primaba la imagen, la apariencia y los valores y la esencia habían quedado en un segundo plano. Yo no podía comer menos ya que era muy glotón y al fin al cabo la comida me tranquilizaba. Hacia la mitad del año empecé a devolver la comida. Me tiraba en el baño siempre diez minutos después de comer vomitando todo. La taza del váter era la única que me escuchaba ya que siempre procuraba hacer todo en silencio para que mis padres no se enterasen de nada. En el fondo dentro de mí estaba una vocecita, la voz del miedo que me decía que nadie me iba a aceptar y que si no estaba fuerte y no tenía los músculos marcados nadie me iba a querer, tenía miedo, miedo a quedarme solo.

 

La idea de vomitar no me apasionaba pero era la única manera de perder kilos y así fue. En tres meses bajé 18 kilos y era prácticamente un palo, un palo para los demás. Yo me seguía viendo gordo porque me seguían llamando vaca. Mis padres se empezaron a preocupar por mí al ver mi estado, me cebaban a comida, pero lo que no sabían es que daba igual porque lo iba a acabar devolviendo. Mi vida cambió y mi salud también. No estaba sano y en los deportes había hasta empeorado. Me miraban con asco al ver mis brazos y aun así me seguían llamando gordo. Yo era muy religioso así que busqué mi paz en Dios, sin embargo, sentía que hasta Él me había abandonado. Yo seguía devolviendo y bajando kilos, solamente para que mi mente enferma se viese bien y que unos chavales parasen de increparme.

 

En tercero de la ESO me ingresaron en el hospital. Estaba en un estado de desnutrición y no tenía apenas vitaminas. Me las tuvieron que pinchar para que no me diese un algo y a la semana entré en terapia por bulimia. Mi padre me llamaba marica y era un ser raro por tener un trastorno que al parecer solo tienen las chicas. No sentí el apoyo de mis padres, y eso es muy duro para un niño. Mis padres me vigilaban si vomitaba o no y empecé a no devolver y a recuperarme. Aun así, ellos seguían vigilándome porque al haber hecho mal en el pasado ya no podía borrar la desconfianza hacia mí que había generado en ellos.

 

Entré en Bachillerato con un peso supuestamente ideal y los pesados de siempre siguieron cebándose de mí hasta tal punto que decidí cambiar de colegio. En mi nuevo colegio fue todo mucho mejor, me eché amigos y nadie me decía nada sobre mi cuerpo. Poco a poco salí de esa bulimia y gracias todo al psiquiatra y a la paz que me daba hablar con mis amigos de la parroquia que todavía conservaba. Todo fue a mejor y siempre pensaba que podía recaer. Me metí en un gimnasio y me puse fuerte. Esos niños que me insultaron en mi anterior colegio nunca los volví a ver y di gracias Dios por ello.

 

Ahora tengo 26 años y soy fisioterapeuta. Sigo yendo al psicólogo todos los viernes haciendo terapia porque es la única hora de la semana donde puedo abrirme plenamente. Lo pienso con detenimiento y no les guardo rencor a esos niños que me hicieron bullying. Venían de familias desestructuradas todos ellos y lo pagaban conmigo. Éramos adolescentes y realmente no sabían lo que hacían, mucha gente no madura nunca y ellos claramente maduros no fueron. El ser el más guapo, el tener más líos, el más fumador de todos, ese era el prototipo de chico guay que triunfaba en mí colegio. Viví en la cultura de la imagen donde se prostituía todos los valores. Lo miro ahora teniendo 26 años y la verdad es que tuve una infancia difícil, pero me consolaba tener tranquila la conciencia al haber sido un niño que intentaba hacer lo mejor por los demás.

 

La bulimia me fastidió la vida, me robó la infancia y la felicidad. Mi mente enfermó por culpa de ellos y esos años de la infancia nunca los podré recuperar. El tema de la bulimia sigue muy presente y no entiendo porque la gente sigue haciendo clasificaciones entre quién tiene mejor cuerpo o cara. La gente no ve que esas tonterías y ciertas bromas de mal gusto pueden causar trastornos. Siempre pensé que todas esas personas que clasificaban o cosificaban a los hombres o a las mujeres era porque eran inseguros por dentro y necesitaban pisotear a los demás para estar ellos en lo alto. Fue un suplicio pero actualmente la comida no me ocasina problemas y querría dar las gracias a esas personas que se metieron conmigo porque me ensañaron cómo no quiero que sean mis hijos en un futuro y que la inocencia se pierde en el momento que empieza a haber acoso. Siempre se va del colegio el que sufre el acoso y no el acosador y no dudo que en las próximas generaciones será peor.

 

La bulimia no pudo conmigo y orgulloso de ser un chico bulímico que nunca renunció a sus valores y que ganó una batalla a la muerte.

 

 

 

 

Ignacio Albi 1·B   4/5/2022

 

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