Inés Hildebrandt (Ocho años)


 

OCHO AÑOS

 

-¿Cuál es tu nombre?

Es una pregunta sencilla, se supone que debería saber contestarla. Hace tanto tiempo que no lo hago…Las palabras no me salen, mi garganta está hecha un nudo y las lágrimas amenazan con salir. Tengo que recordarme por qué estoy aquí. Por esa niña de diez años.

 

Yo no era una niña muy diferente a las demás. Soñaba con viajar por todo el mundo y explorarlo desde muy pequeña y quería tener la independencia de las niñas mayores.

 

Cuando tenía diez años, pasé mucho tiempo rogando a mi madre para que me dejase ir al colegio sola. Me daba vergüenza que ella me acompañase siempre y ya que vivíamos cerca, no debía ser muy difícil. Además, sería el primer paso para mi independencia tan soñada.

 

Era una mañana tranquila, de los primeros días de marzo, en el que no sabes si estás en invierno o primavera, pero el frío mañanero es insufrible. Sabía que llegaba un poco tarde, pero no me apresuré. Quería sentirme como una de esas niñas mayores. Iba pensando en mis cosas y mirando al suelo, cuando me di cuenta de que había un hombre apoyado en una furgoneta que supuse que llevaba mucho tiempo observándome. Al cruzar mis ojos con los suyos, se me heló toda la sangre y tuve un mal presentimiento.

 

Todo parecía ocurrir a cámara lenta cuando se acercó a mi y me cogió el brazo, haciéndome mucho daño. Pero creo que mi dolor de brazo es lo menos importante de la situación. Una vez me metió en la furgoneta supe que no había vuelta atrás.

 

Estaba aterrada pero me acordé de un documental que un día tenía mi padre puesto de fondo en el salón. Si alguna vez estaba en esta situación, debía obtener tanta información como pudiese de mi secuestrador. Así que pregunté cosas que parecían insignificantes, como su talla de pie. Lo que no sabía es que tendría que aferrarme a esos datos durante ocho años hasta poder usarlos.

 

Al llegar supe que el secuestro no fue un impulso, ni mucho menos. Él lo tenía todo preparado en una habitación al lado del garaje sin ventanas y tan fortificada que le costó una hora abrirla. En mi primera noche le pedí que me contase una historia, para dormir mejor,como lo solía hacer mi madre. Todo lo que pudiese hacer para engañar a mi cerebro y que creyese que todo estaba bien. Durante los años que pasé en ese garaje aprendí que lo mejor era engañar a mi cerebro. Cualquier cosa que sirviese para hacerme sentir que todo era normal. A veces me daba regalos, si se puede considerarlo así. Intenté convencerme de todas las formas posibles de que saldría de esta.

 

Pasaron los años y él dejó de verme como una niña. Yo desde luego ya no me sentía como una y no caía en sus trampas de regalos y ocasionales historias. Pero cada vez que me rebelaba era peor: trabajo, hambre y a veces no veía la luz en mucho tiempo. Aunque una parte de mi sabía que tenía que guardar esa esperanza en mi, la sentía muy pequeña. Empecé a pensar que nunca saldría del túnel y, si no iba a salir, ¿no era mejor parar todo en este mismo instante?

 

Pero de alguna manera estoy ahora en la recepción de una comisaría de policía. El corazón todavía me late fuerte de lo mucho que he corrido. Hoy estaba limpiando su coche, uno de los muchos trabajos diarios que me ponía. El estaba mirando, vigilando para que no me escapase. No era la primera vez que salía. Ya me había llevado a muchos sitios, pero la posibilidad de escapar siempre había sido nula. Sin embargo, mientras pasaba el aspirador por los asientos delanteros, recibió una llamada. Intentó hablar por encima del ruido pero fue incapaz y se alejó unos instantes. La cabeza me iba a mil y no sabía si sería capaz, pero lo hice. Salté la valla del jardín torpemente y, aunque sentía todo mi cuerpo paralizado, corrí.

 

Corrí por todos los años de adolescencia que me había quitado, por todos los abrazos y besos que me había perdido, por todas las experiencias que no había vivido y por todas las personas que en algún momento guardaron la esperanza y me habían buscado. Estaba preparada para contar mi historia.

 

Tragándome el nudo y las lágrimas, me aclaré la garganta y mirando a los ojos del hombre dije:

 

-Me llamo Natasha Kampusch y llevo ocho años secuestrada.

 

Inés Hildebrandt Gutiérrez  4ºE   Abril de 2022

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