Clara Andrés Rodríguez (El bosque)

EL BOSQUE

 

Ella observaba el paisaje. Los colores amarillos, ocres y rojos se apoderaban ya del fondo verde. Los árboles se elevaban sobre ella, haciéndole sentir pequeña e insignificante. El musgo que habitaba en el suelo conservaba la humedad del rocío. El débil sol que lograba colarse entre las copas de los árboles no conseguía arrebatársela. De vez en cuando el viento la hacía estremecer de frío y se llevaba las hojas que los árboles ya no conseguían retener. Se separó de sus padres y de sus hermanos, ya que conocía bien aquel lugar al que iban todos los años por aquellas fechas. En un momento se adentró en el bosque y los perdió de vista.

 

 

Se puso a caminar sola y al rato, no sabía muy bien cuándo, dejó de oír sus voces. De repente, se encontró en un paraje que no había visto nunca, y no estaba segura de saber desandar el camino, pero alguna fuerza interior le animaba a seguir andando. Le pareció que pasaba varias veces por el mismo sitio, como si anduviera en círculos. Pero no sentía miedo. Le gustaba aquella sensación de soledad, y sentía la necesidad de explorar y conocer otras partes de aquel bosque. El silencio era tan intenso que solo lograba escuchar su propia respiración y el murmullo del aire entre los árboles. Nada le preocupaba y todo parecía ir bien. No sabía qué había pasado con su familia y si la estarían buscando, pero sentía la necesidad de seguir adelante. Empezó a sentir que pasaban horas, meses y años en un momento.

 

 

Notaba cómo las pequeñas piedras y ramas del suelo pinchaban sus pies descalzos. Le pareció extraño. No recordaba haberse quitado los zapatos, pero tampoco le importaba. Decidió seguir caminando. No reconocía nada, ni siquiera a sí misma. En un momento dado, el bosque se fue haciendo más frondoso. El camino se empinaba y le costaba cada vez más ascender y sortear los árboles y la maleza. Empezaba a nacer en ella ahora una cierta sensación de desánimo que le frenaba. Le costaba entenderla. No sabría ahora volver atrás y desandar el camino, así que no se rindió. Al contrario, intentó correr como nunca lo había hecho antes. Pero le pasó como en ese sueño que había tenido muchas veces, en el que se esforzaba en correr, pero el esfuerzo era en vano. En un momento sus pies se enredaron en la maleza y cayó al suelo, quedando atrapada y sin poder avanzar más. Estaba tan cansada que no sentía su cuerpo.

 

 

En ese momento se arrepintió de haberse lanzado a lo desconocido y haberse adentrado en ese bosque. De nuevo estaba todo en silencio notaba las lágrimas resbalar por su rostro. Se quedó dormida. Se despertó cuando le pareció escuchar unos pasos que se acercaban por detrás. ¿Cuánto tiempo habría dormido? Una voz que le resultaba familiar le llamó por su nombre. Se giró y vio a una mujer mayor acercándose hacia ella. Andaba con dificultad. Cuando la mujer estuvo a su lado, se agachó, le secó las lágrimas y la abrazó. La miró a los ojos y reconoció a su abuela. Hacía mucho tiempo que no la veía y le pareció que había envejecido, pero conservaba aquella sonrisa tranquila y amable que siempre le reconfortaba. Se levantaron las dos juntas y se pusieron a caminar. Su abuela, sabía exactamente por donde ir. Andaba con dificultad, pero ella le ayudaba a avanzar por aquella maleza tan enrevesada. Sígueme, te llevaré donde te están esperando.

 

 

Anduvieron durante un buen rato. Al lado de su abuela se sentía segura y reconfortada como si volviera a ser niña. Pero ¿es que había dejado de serlo? Había vencido de nuevo al miedo, se sentía valiente otra vez. El camino empezó a allanarse de nuevo y cada vez se podía andar mejor. Había menos árboles y el sol del mediodía iluminaba el verdor de la hierba salpicada por pequeñas flores de muchos colores. La humedad y el viento habían dado paso a un día radiante, el sol lo inundaba todo.

 

 

Al fin llegaron a un claro del bosque. Su abuela le soltó la mano y la dejó ir. En el claro vio a unas personas y avanzó hacia ellas. Cuando pudo ver sus caras las reconoció, pero había algo distinto en ellas. Eran sus padres y sus hermanos. Pero ahora sus rostros habían cambiado, como ella. Le sonrieron, pero no estaban sorprendidos. Parecía como si nunca se hubiera separado de ellos. Se volvió hacia los árboles a mirar a su abuela, pero ya no estaba allí. Aquella situación le resultaba extraña, pero a la vez muy familiar, como si no se hubiera perdido de ellos aquella mañana en la que, como todos los años, habían ido de excursión.

 

 

En el paraje se oían voces de niños que reían y jugaban. Se extrañó al verlos, aunque de algún modo también le resultaban familiares. Una niña que le recordaba a ella de pequeña la miró sonriendo. Luego la niña se volvió y se alejó del grupo y se dirigió hacia los árboles, penetrando en el bosque. En un momento, la niebla se apoderó del lugar y empezó a soplar un viento frío que hizo volar las hojas que empezaron a caer de los árboles, que empezaban a cambiar de color, de verde a ocres, rojos y marrones. Tuvo el impulso de detener a la niña para que no se perdiera en el bosque, como si parte de ella se fuera con ella, pero se contuvo, y la dejó marchar.

 

 

Clara Andrés Rodríguez, 1ºA Nº2

Noviembre de 2022

 

 

Comentarios