EL BOSQUE
Ella
observaba el paisaje. Los colores amarillos, ocres y rojos se apoderaban ya del
fondo verde. Los árboles se elevaban sobre ella, haciéndole sentir pequeña e
insignificante. El musgo que habitaba en el suelo conservaba la humedad del
rocío. El débil sol que lograba colarse entre las copas de los árboles no
conseguía arrebatársela. De vez en cuando el viento la hacía estremecer de frío
y se llevaba las hojas que los árboles ya no conseguían retener. Se separó de
sus padres y de sus hermanos, ya que conocía bien aquel lugar al que iban todos
los años por aquellas fechas. En un momento se adentró en el bosque y los
perdió de vista.
Se
puso a caminar sola y al rato, no sabía muy bien cuándo, dejó de oír sus voces.
De repente, se encontró en un paraje que no había visto nunca, y no estaba
segura de saber desandar el camino, pero alguna fuerza interior le animaba a
seguir andando. Le pareció que pasaba varias veces por el mismo sitio, como si
anduviera en círculos. Pero no sentía miedo. Le gustaba aquella sensación de
soledad, y sentía la necesidad de explorar y conocer otras partes de aquel
bosque. El silencio era tan intenso que solo lograba escuchar su propia
respiración y el murmullo del aire entre los árboles. Nada le preocupaba y todo
parecía ir bien. No sabía qué había pasado con su familia y si la estarían
buscando, pero sentía la necesidad de seguir adelante. Empezó a sentir que pasaban
horas, meses y años en un momento.
Notaba
cómo las pequeñas piedras y ramas del suelo pinchaban sus pies descalzos. Le
pareció extraño. No recordaba haberse quitado los zapatos, pero tampoco le
importaba. Decidió seguir caminando. No reconocía nada, ni siquiera a sí misma.
En un momento dado, el bosque se fue haciendo más frondoso. El camino se
empinaba y le costaba cada vez más ascender y sortear los árboles y la maleza. Empezaba
a nacer en ella ahora una cierta sensación de desánimo que le frenaba. Le
costaba entenderla. No sabría ahora volver atrás y desandar el camino, así que no
se rindió. Al contrario, intentó correr como nunca lo había hecho antes. Pero
le pasó como en ese sueño que había tenido muchas veces, en el que se esforzaba
en correr, pero el esfuerzo era en vano. En un momento sus pies se enredaron en
la maleza y cayó al suelo, quedando atrapada y sin poder avanzar más. Estaba
tan cansada que no sentía su cuerpo.
En
ese momento se arrepintió de haberse lanzado a lo desconocido y haberse
adentrado en ese bosque. De nuevo estaba todo en silencio notaba las lágrimas
resbalar por su rostro. Se quedó dormida. Se despertó cuando le pareció
escuchar unos pasos que se acercaban por detrás. ¿Cuánto tiempo habría dormido?
Una voz que le resultaba familiar le llamó por su nombre. Se giró y vio a una
mujer mayor acercándose hacia ella. Andaba con dificultad. Cuando la mujer estuvo
a su lado, se agachó, le secó las lágrimas y la abrazó. La miró a los ojos y reconoció
a su abuela. Hacía mucho tiempo que no la veía y le pareció que había
envejecido, pero conservaba aquella sonrisa tranquila y amable que siempre le
reconfortaba. Se levantaron las dos juntas y se pusieron a caminar. Su abuela,
sabía exactamente por donde ir. Andaba con dificultad, pero ella le ayudaba a
avanzar por aquella maleza tan enrevesada. Sígueme, te llevaré donde te están
esperando.
Anduvieron
durante un buen rato. Al lado de su abuela se sentía segura y reconfortada como
si volviera a ser niña. Pero ¿es que había dejado de serlo? Había vencido de
nuevo al miedo, se sentía valiente otra vez. El camino empezó a allanarse de
nuevo y cada vez se podía andar mejor. Había menos árboles y el sol del
mediodía iluminaba el verdor de la hierba salpicada por pequeñas flores de
muchos colores. La humedad y el viento habían dado paso a un día radiante, el
sol lo inundaba todo.
Al
fin llegaron a un claro del bosque. Su abuela le soltó la mano y la dejó ir. En
el claro vio a unas personas y avanzó hacia ellas. Cuando pudo ver sus caras
las reconoció, pero había algo distinto en ellas. Eran sus padres y sus
hermanos. Pero ahora sus rostros habían cambiado, como ella. Le sonrieron, pero
no estaban sorprendidos. Parecía como si nunca se hubiera separado de ellos. Se
volvió hacia los árboles a mirar a su abuela, pero ya no estaba allí. Aquella
situación le resultaba extraña, pero a la vez muy familiar, como si no se
hubiera perdido de ellos aquella mañana en la que, como todos los años, habían
ido de excursión.
En
el paraje se oían voces de niños que reían y jugaban. Se extrañó al verlos,
aunque de algún modo también le resultaban familiares. Una niña que le recordaba
a ella de pequeña la miró sonriendo. Luego la niña se volvió y se alejó del
grupo y se dirigió hacia los árboles, penetrando en el bosque. En un momento,
la niebla se apoderó del lugar y empezó a soplar un viento frío que hizo volar las
hojas que empezaron a caer de los árboles, que empezaban a cambiar de color, de
verde a ocres, rojos y marrones. Tuvo el impulso de detener a la niña para que
no se perdiera en el bosque, como si parte de ella se fuera con ella, pero se
contuvo, y la dejó marchar.
Clara
Andrés Rodríguez, 1ºA Nº2
Noviembre
de 2022
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